El asesinato de Lucio es de esas noticias que aturden y, al mismo tiempo, enmudecen. Quedamos en shock, como con esos golpes que se dan por atrás y no se ven venir. Nos faltaron las palabras y las ideas para poder empezar a pensar.
Por Natacha Misiak
La conmoción fue doble. Por un lado, debido a las insoslayables fallas de los dispositivos de intervención estatal: aunque el niño ya había sido atendido por fracturas y traumatismos recurrentes, la señal de alarma nunca se disparó, ni desde la escuela ni desde el hospital. Los jueces tampoco vieron nada ni supieron escuchar los reclamos de la familia paterna. Por otro, porque las acusadas por el infanticidio fueron la madre biológica y su pareja (otra mujer).
Que por el crimen haya sido detenida la progenitora mujer fue caldo de cultivo para que se dispararan (¿cuándo no?) expresiones de odio contra los feminismos, sus denuncias y sus propuestas. Sin embargo, es justamente el discurso patriarcal el que, por un lado, cosifica a la mujer como objeto de consumo erótico y, por otro, idealiza a la madre como “santa”. Esta doble vara moral es la que los feminismos vinieron a desarticular al echar por tierra el supuesto del “instinto materno”. La existencia de la crueldad materna no es, entonces, un argumento contra los feminismos, muy por el contrario, es un tabú del patriarcado.
Al mismo tiempo, la sociedad en la que vivimos es adultocéntrica. El adultocentrismo refiere a la posición de poder de las personas adultas respecto de las niñas, niños y adolescentes. Es, además, una concepción del mundo construida desde la mirada adulta, en la que las infancias tienen poca o nula representación ni capacidad de hacer oír sus voces.
Argentina cuenta con un sólido andamiaje legal que erige a los chicos y chicas como sujetos de derecho. El viejo paradigma del patronato (surgido en las primeras décadas del 1900, que concebía a los niños y niñas como “menores” bajo la tutela de sus padres o del Estado) fue felizmente reemplazado hacia fines del siglo XX y comienzos del XXI por el paradigma de los Derechos Humanos. El camino se abrió con la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño, un tratado internacional que tiene jerarquía constitucional en Argentina desde la reforma constitucional de 1994. Luego, en 2005, se aprobó la Ley de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes y, poco después, otras leyes importantes para lxs niñxs y adolescentes como la Ley de Educación Sexual Integral y la Ley de Educación Nacional.
Pese a estos avances legales, ciertos sentidos sociales no han sucumbido. Los niños y niñas tienen escasos espacios de participación donde poder ser escuchados. Uno de esos lugares es la escuela, pero aún falta mucho por trabajar para erradicar las prácticas adultocéntricas también en el ámbito escolar.
Los medios de comunicación son otro espacio de invisibilización, criminalización y revictimización de niños, niñas y adolescentes. A raíz de la cobertura periodística irresponsable que se hizo respecto del asesinato de Lucio, el Consejo Asesor de la Comunicación Audiovisual y la Infancia (Conacai) debió emitir un comunicado pidiendo que se respetara la dignidad del pequeño y su memoria.
Los detalles morbosos son, de hecho, propios del tratamiento mediático de las noticias que tienen como protagonistas a niños y niñas, en sintonía con lo denunciado hasta el hartazgo respecto de los casos de femicidios.
Las leyes cambiaron pero las viejas prácticas sociales y las representaciones siguen vigentes. En un interesante posteo en sus redes sociales, Mayra Arena problematizó, a raíz del homicidio de Lucio, la violencia que niños y niñas padecen en los barrio. Sin embargo, el adultocentrismo es transversal, como lo es el machismo, ya que atraviesa las más diversas realidades sociales. Los niños y niñas están más expuestos a la violencia en todos los estratos económicos. Esa violencia asume diversas formas. Es física, pero también verbal y psicológica.
Más feminismo como respuesta
En el patriarcado, ser varón confiere una posición de poder. Pero la categoría “varón” tiene matices. Ser blanco, de clase media y cisgénero permite escalar en la posición hegemónica (Rita Segato omite el atributo de “heterosexual” porque observa que de la sexualidad de este varón no sabemos demasiado en tanto que muchas veces se vive “tras bambalinas”).
A estos atributos deberíamos sumarle el ser adulto. El varón hegemónico es blanco, de clase media, cisgénero y adulto. Mientras más cerca se está de estos atributos, más cerca se está de las posiciones hegemónicas. Ser una persona adulta en este sistema es, entonces, un factor de poder.
Por eso, aunque el horrible crimen del pequeño Lucio fue aprovechado para descalificar y deslegitimar los feminismos, la respuesta sigue siendo feminista. Porque fueron, precisamente, los feminismos y los movimientos LGTBQ+ los que pusieron sobre la mesa la necesidad de construir una sociedad plural y diversa.
Es en el marco de estas reivindicaciones y no fuera de ellas en donde se debe dar la discusión sobre el adultocentrismo. Que los niños, niñas y adolescentes dejen de ser entendidos como objetos de propiedad de sus padres y madres para que puedan asumirse como personas con derechos cuya voz debe ser escuchada es parte de la apertura social a la diversidad, en una apuesta permanente por construir cada vez más democracia, más ciudadanía y más pluralidad.
Justicia por Lucio.