Por Editorial Sudestada
El descarrilamiento del tren Sarmiento ayer en Liniers, dejó al menos 19 heridos, y hoy hay cancelaciones y demoras, lo que lleva directamente a que viajar al laburo se convierta en un hacinamiento peor, en llegar tarde al laburo, en no poder llegar -con lo que implica para los trabajadores- pero sobre todo con una violencia que sufrimos los laburantes que casi nadie menciona.
Durante décadas venimos viajando así, como “ganado”, con formaciones que muestran el poco interés de los gobiernos en que la gente pueda viajar bien, con inversiones que no llegan, y con la intención clara del gobierno actual de privatizar los trenes, que para ello lo que necesitan -la réplica del menemismo- es agudizar la situación, saturar el sistema, que viajar se convierta en un imposible, y mostrando todo ese desastre, la opinión pública compre la “idea” de privatizarlo como solución cuando el privado jamás ve lo humano.
Ahí el reclamo al Estado como garante de bienestar social, porque en el medio de todas estas pujas, de idas y vueltas, de omisiones e intenciones, estamos nosotros, los que nos subimos al vagón todos los días en hora pico, apretados a más no poder, hacinados y con una violencia que lastima la dignidad. Sin embargo poco se habla, poco se analiza, poco se escucha el reclamo, y los gremios… en la misma de siempre, con la transa, la especulación, la fotito, y el Sarmiento que sangra por la tragedia de Once, que otra vez descarrila, y que amenaza -como tantas veces hemos sufrido- con la repetición de todo este combo.
¿Cómo es posible que viajemos así durante años y años, que pasen las generaciones, y suframos la misma violencia, de laburantes y estudiantes como descarte social, con el hacinamiento que desnuda la inoperancia y la intención de los de “arriba” para que los de “abajo” viajemos así a laburar?
¿Tiene que suceder otra tragedia para comprender la realidad, y en todo caso, cuánto cambiaron los trenes desde aquel febrero de 2012 con 51 personas que perdieron la vida en Once?
