Por Ástor Ballada
En un contexto donde los formadores de precios imponen condiciones y la fábrica de dólares -que son los grandes productores de granos- marcan el paso de la inflación de los alimentos, se esperan políticas gubernamentales que vayan más allá del control de precios. Mientras tanto, cada vez es mayor la dificultad que tienen los pequeños productores de frutas y hortalizas (que no se exportan y van directo a la mesa) de acceder a la tierra para trabajarla y venderla en cercanía, lo que contribuiría a controlar los precios. Una situación muy compleja, ya que el 90% de esas familias productoras arrienda las tierras y vive en una situación de marginalidad.
La foto actual de esos pequeños productores se configuró bajo una dinámica que, paradójicamente, ha generado sus propias respuestas desde experiencias de agrupación comunitaria. Vale entonces detenerse en la labor de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT). Se trata de una agrupación nacional de raigambre cooperativa y sindical, nacida hace apenas un poco más de diez años, dando cuenta de que no siempre agruparse en pos de los reclamos rurales es sinónimo de Mesa de Enlace. Claro, los productores hortícolas y quinteros tienen otros problemas, más mundanos y esenciales, como el acceso a la tierra.
La Mesa de Enlace tuvo su apogeo en 2008 con el conflicto de las retenciones, por esos tiempos, un año después, nacía la UTT, a la que hoy conocemos principalmente por los verdurazos en pos de la soberanía alimentaria: cómo olvidar aquella imagen de la señora agarrando una berenjena en Plaza Constitución en 2016, cuando el macrismo parecía imbatible. La UTT es una organización que tiene como objetivo nuclear a los pequeños productores particulares y de afianzar sus canales de expendio; de hecho, el actual presidente del Mercado Central, Nahuel Levaggi, es integrante de la organización.
Como consecuencia natural de ese acompañamiento a las familias productoras, desde sus orígenes la agrupación lleva adelante el proyecto de colonias agroecológicas de abastecimiento de cercanía que hoy es una realidad. La primera se consolidó formalmente en 2015 en Luján, y a ella se fueron sumando en los últimos años otras seis: en Gualeguaychú (Entre Ríos), Puerto Piray (Misiones), Cañuelas, San Vicente, Castelli y en Tapalqué (Buenos Aires).
Cuando el proyecto se asomaba, sobraba la urgencia y no abundaba la formalidad. “Era una secuencia de fuerza, de lucha, acampes, tomas de tierra”, rememora Agustín Suárez, uno de los voceros de la organización. Al tiempo que ofrece la imagen actual en contraste: “Ahora tenemos presentado un proyecto de ley de Acceso a la Tierra, para que por créditos blandos podamos comprar la tierra propia de la misma manera que mensualmente se paga el alquiler. Y estamos en diálogo constante con los intendentes, con la Provincia y con el Estado Nacional”.
¿Cuál es la lógica por la cual se sustentan hoy estos emprendimientos?
La propuesta tiene que ver con utilizar tierras del Estado Nacional que estén al pedo, pueden ser 20, 50, 100 hectáreas según el caso. Respondemos a una situación muy compleja, ya que más del 90% de las familias que viven en los cinturones frutihortícolas hoy arrienda las tierras, se endeuda y vive en condiciones de suma carencia; en contraste, en las colonias encuentran estabilidad, trabajo y vivienda por varios años. Por ejemplo, en la última de ellas, inaugurada este año en Tapalqué (a unos 300 km de CABA), se obtuvo un permiso de uso de 15 años a partir de un acuerdo con el municipio y con la Agencia de Administración de Bienes del Estado.
¿Cuáles son los beneficios concretos?
Por un lado, se da el real acceso a la tierra y a la vivienda. Ojo que no estamos hablando de la vuelta al campo, estamos hablando de gente que trabaja todos los días y que la pasaba para la mierda. Son víctimas de una dura puja por la tierra frente los inversores inmobiliarios, los grandes jugadores del agro del sector productivo y hasta de los countries.
Por otro lado, se trata de brindar una mayor producción de alimentos para todos, encima alimentos saludables, sin agroquímicos. Hay 80, 100 o mil hectáreas al pedo que de no producir nada podrían producir alimentos para miles de personas. Tengamos en cuenta que una hectárea produce para abastecer a 120 familias. Y eso volcado a las ciudades es mucho. Si esto se sostiene y avanza nos va a permitir discutir el tema del precio de los alimentos.
¿No corren en desventaja comparando el rinde que los agroquímicos brindan en la producción convencional?
No necesariamente, ya que al producir agroecológicamente además de ser saludable supone que todo el circuito sea en pesos, entonces nos independizamos del precio del dólar. La producción convencional está absolutamente toda en dólar. Por eso muchos de la convencional se tiran a lo agroecológico tratando de evitar los agroquímicos por el alto costo. La distribución a su vez la tenemos nosotros, las cooperativas. También rompemos el mito de que lo agroecológico es más caro: nosotros estamos siempre al mismo precio que la convencional o más barato. Eso es una demostración palpable. La rola de un sistema productivo de alta necesidad de insumos, semillas y deudas es difícil de sostener, encima viviendo en casillas muy precarias. Salir de esa lógica es muy aliviador.
Actualmente, la colonia más avanzada es la de Luján, con 42 familias produciendo en 54 hectáreas, y con otras 30 de uso comunitario. Tapalqué consta de 19 hectáreas en las que producen siete familias. En todos los casos se abaratan costos al corporativizarse factores de producción como maquinarias y galpones y hasta la comercialización. “Cada familia tiene su parcela, que va de una hectárea a dos, que es lo que puede manejar cada una de ellas. No está permitida la contratación de mano de obra, salvo en situaciones especiales y de manera temporal. Comercializan vía la cooperativa y de manera particular. Lo que tienen que hacer es trabajar y producir alimentos. En Luján ellos mismos tienen un almacén en el que venden a la comunidad de la zona. También van a ferias, venden a privados. La idea es que nunca más se tira nada. Es impresionante en la producción convencional la fruta y la verdura que se tira año a año.”, explica Suárez.
Antes de ponerse en marcha una colonia hay instancias previas que dura entre uno dos años y suponen varias cuestiones. Desde lograr las autorizaciones de las autoridades estatales hasta la generación de infraestructura (llevar electricidad es la más frecuente) y construir viviendas dignas. “Es un proceso en el que Intervienen distintos ministerios. Por ejemplo, con los programas de viviendas del Ministerio de Hábitat, o los de infraestructura con Desarrollo; pero también, por supuesto, hay mucho esfuerzo por parte las propias familias y de la UTT”.
Si el fenómeno se extiende tendrán que lidiar cada vez más con los prejuicios que suele haber en las sociedades conservadoras del interior de la provincia.
Eso lo combatimos con lo genuino de la propuesta, que esto no es chamuyo, que no vamos a tomar la tierra para lotearla, que hay toda una experiencia que respalda, que está el proyecto de ley en el Congreso; además que es una cuestión abierta, nosotros estamos siempre con ‘viniste a la quinta, viniste a la colonia’. También abrimos las puertas a partir de la comunicación. Mostramos en redes sociales, pero también, como decía, se puede venir y ver. El prejuicio va a estar y va a seguir estando, pero esperemos que las cosas cambien. En Tapalqué la parte conservadora de la localidad decía ‘se vienen los negros del conurbano’. Entonces brindamos talleres a la comunidad sobre alimentación y producción, explicando los beneficios para todos. Somos muy cuidadosos con lo que decimos y hacemos. Tenemos el respaldo de lo que venimos haciendo. Mostramos lo concreto, la realidad.