Migrante, travesti, trans y doctora tenía que ser

Yo, monstruo de mi deseo, carne de cada una de mis pinceladas.
Lienzo azul de mi cuerpo, pintora de mi andar.
No quiero más títulos que cargar.
No quiero más cargos, ni casilleros a donde encajar, ni el nombre justo que me reserve ninguna ciencia.
Yo, mariposa ajena a la modernidad, a la posmodernidad, a la normalidad.
Oblicua, bizca, silvestre, artesanal, Poeta de la barbarie con el humus de mi cantar, con el arcoíris de mi cantar y con mi aleteo.
Reivindico mi derecho a ser un monstruo y que otros sean lo normal.
Susy Shock

Por: Anabella Roldán

La profesora de Antropología Adriana Archenti, pasa lista en un salón pequeño de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social en la ciudad de La Plata. Una joven preocupada, se le acerca y le dice que se llama Claudia, a lo que la docente responde: “Entonces desde hoy sos Claudia”.

Archenti borra el nombre masculino que figura en el listado, el cual le asignaron al nacer a su alumna y da inicio al comienzo de una lucha. Sin saber, años después va a dirigir la tesis de doctorado de esta estudiante que se planta y dice llamarse Claudia Vásquez Haro.

Claudia nació en Perú pero a los 26 años viajó desde Lima y aterrizó en Argentina para nunca más irse. Su hermana Laly, la mayor de seis hermanos, la convenció de que fuera a La Plata porque ahí iba a poder vivir su identidad de género con más libertad y además, iba a tener la oportunidad de estudiar una carrera universitaria.

Claudia es rubia, aunque en su juventud solía llevar el pelo morocho. Sus ojos son pequeños pero tiene un maquillaje imponente en tono uva y un delineado negro que le da marco a su mirada. Tiene los labios morados, lo cual genera un makeup monocromático. El rostro, contempla la alegría de un día único y no puede dejar de sonreír. Lleva puesto un vestido color amarillo que, según algunos países latinoamericanos, representa al fuego y al sol. Con sus dos manos sostiene un cartel verde con flores y mariposas hechas de papel, pero lo que más se destaca en él es una inscripción en blanco con letras grandes: Soy doctora en comunicación.

A los 13 años, Claudia empezó a cuestionar su lugar en el mundo y hacerse preguntas que nadie podía responder. Recuerda que su madre le había regalado una colección de enciclopedias y allí, se planteaban cuatro interrogantes que circulaban en su cabeza: ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?

Ella buscaba una explicación en los libros acerca de su género y ninguno le daba la respuesta que quería. “Para mí fue muy difícil desde muy chica empezar a preguntarme qué soy”, confiesa y dice que en esa búsqueda decidió estudiar Comunicación Social en la sede de calle 44 entre 8 y 9, cuando todavía no existía el edificio Presidente Néstor Kirchner.

El comienzo de una lucha

En 2005, Claudia llegó por primera vez a la facultad que se convertiría en su hogar. Su madre, había viajado desde su país natal con su hermana menor para sostenerle la mano ese día, donde los nervios le invadían el cuerpo.

No sabía qué iba a pasar y si podía sobrevivir a la discriminación de ser migrante y encima, trans. Le dijo a la mamá que si no salía en 15 minutos era porque estaba todo bien y así fue que la universidad pública la abrazó para siempre.

En los pasillos de periodismo conoció a Lohana Berkins, Diana Sacayán y Marlene Wayar, representantes del colectivo travesti-trans. Juntas, hicieron un camino de activismo en el que peleaban por los mismos objetivos: los derechos de las travas.

Ella nunca tuvo una referente en este proceso, pero reconoce que la figura de su madre fue importante para todo el camino que vendría después: “Quien ha sido siempre una inspiración para mi ha sido mi vieja, mi vieja es un motor imprescindible en toda esta lucha”.

Aunque La Plata era una ciudad disruptiva para lxs estudiantes, Vásquez Haro tenía que pelearla un poco más. En las diagonales, la policía perseguía a las travestis y trans porque todavía no había una ley que las protegiera.

Incluso en la facultad, seguía teniendo el nombre asociado a su genitalidad con la que nació. Por eso, en el 2007 la doctora se comunica con la Secretaria de Derechos Humanos, lugar donde conoció a la abogada Nicole González, para presentar en el decanato un reclamo por el respeto a su identidad autopercibida.

“Es una mujer combativa, que ha tenido una vida muy dura para llegar a ser quien es. No solamente por su identidad de género, sino además por ser migrante”, expresa Nicole que con el tiempo se volvió su amiga.

En el 2008, toda la facultad la comenzó a llamar a Claudia y ya no eran solo sus compañerxs o algunxs profesores, eran todxs. En su cuarto año de carrera, la noticia recorrió los medios de comunicación y por decisión unánime del Consejo Académico la joven comunicadora empezó a ocupar un lugar importante en la institución.

Fue la primera travesti-trans que la universidad pública, en Argentina y América Latina, reconoció la identidad de género en el ámbito académico. “Fue un antes y después”, relata Claudia.

En esos mismos años, junto a su compañera Nicole formaron una organización llamada Juntas por la Dignidad para comenzar a militar por una verdadera ley de identidad de género. La abogada cuenta que este espacio pretendía que se respetara el trabajo que cada quien quiera desarrollar, que se les dé a todas las mujeres trans la posibilidad de tener otras oportunidades y que la prostitución no sea la única alternativa de trabajo.

Militar por las travas y las sudacas

Es 29 de marzo de 2020 y un grupo de mujeres llega en un auto a 167 y 52, lejos del centro platense en la localidad de Lisandro Olmos. Bajan cajas con alimentos y productos de higiene. En sus manos, llevan guantes de látex y en la boca, barbijos descartables.

Claudia saca su celular y empieza a grabar una habitación precaria donde vive Gisela. El lugar apenas se sostiene por chapas y es cubierto por unos retazos de lona vieja. No hay cocina, ni cama, solo un colchón manchado sobre el pasto y un baño sin puerta, a la intemperie.

Así vive Gisela pero también muchas travestis y trans en La Plata, Berisso y Ensenada. La periodista María Eugenia Ludueña afirma que “la mayoría sobrevive en base a la prostitución”.

Pero las condiciones se vieron afectadas aún más durante la cuarentena por el Covid-19 y Claudia junto a la organización civil OTRANS Argentina, de la que es presidenta, recorrió los barrios para ayudar a estas mujeres en lo que el Estado no se hace cargo.

La imagen de ella cargando bolsones para el colectivo más afectado no es algo que nace con el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO), sino que viene de hace años de caminar a la par de travestis y trans.

En 2008 durante su recorrido por buscar soluciones efectivas, se encontró con Las Charapas que se escondían de la policía violenta y autoritaria, pero que también jugaban al vóley para tener algo porque sonreír. Eran peruanas como ella, se habían traído una a la otra y se habían asentado en las calles de la gran ciudad.

Charapa se le dice como un gentilicio que no tiene género y así mismo, son el nombre de unas tortugas provenientes de la selva donde vinieron estas mujeres. La mayoría, son descendientes de pueblos originarios y expulsadas de sus hogares heterosexuales. Fueron lanzadas a la supervivencia como las tortugas y ambas tienen una esperanza de vida similar: entre los 35 y 40 años.

OTRANS se junta en el 2012 y el 79% de las travestis-trans que conforman la organización son Charapas”, informa Vásquez Haro al hablar de la organización que lucha por los derechos vulnerados de las travestis y trans.

El 23 de mayo de 2012 se promulgó la Ley 26.743, la cual expresa que “se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”, según dicta el Artículo n°2 de la misma.

Es diciembre y el calor de la ciudad obliga a Claudia a llevar un vestido negro. Entra por la puerta principal del salón Alicia Eguren de Cooke del Archivo Nacional de la Memoria, ubicado en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) y una ovación de aplausos la recibe en la puerta: amigxs, colegas y compañerxs de militancia la miran con admiración. Otra vez.

El mismo año que salió la ley de identidad de género, Claudia se convertía en la primera trans migrante en recibir un DNI. “No vine a robarle el protagonismo a nadie, sino que vine a sumarme a mis compañeras trans porque había entendido que la lucha en cuanto a la discriminación por identidad de género no ve países, no ve clases sociales”, dijo aquel día.

Sin embargo, aun con la ley de identidad de género en la actualidad, las travestis-trans sufren violencia institucional. En los servicios penitenciarios se las castiga y maltrata con total libertad, mientras el colectivo busca que se implementen políticas públicas como el cupo laboral con ley a nivel nacional, porque el trabajo es lo único que va a salvar a estas mujeres.

El doctorado de Claudia, el doctorado de todas

La pantalla está encendida, el zoom comenzó. Los rostros inmóviles escuchan atentamente la voz que mezcla risa y llanto, recuerdos y vivencias, relatos crudos, un camino que culmina en una doctora. Sus mejillas están humedad y su carcajada es música suave para todas las travestis y trans.

El 9 de diciembre de 2020, Claudia se recibió de Doctora en Comunicación atrás de su computadora porque la nueva normalidad así lo exigía. A pesar de ello, la noticia no tardo en circular y diarios, revistas, radios y programas de televisión titulaban: “Por primera vez en el país, una mujer obtuvo un doctorado en la universidad pública”.

La tesis de la doctora fue el resultado de haberse cruzado con Las Charapas en la calle, pero además es la propia biografía de ella que tiene un recorrido de más de 20 años. Es una lectura de caso de las feminidades de travestis y trans migrantes en La Plata y además, construyó categorías de análisis para tener en cuenta las prácticas político-comunicacionales informales y formales desde una epistemología del despojo.

La tesis fue dirigida por la Diputada Provincial Florencia Saintout, co-dirigida por la Doctora y Profesora Adriana Archenti y con el asesoramiento de la magister Verónica Andrea González. Ese día, estuvieron presentes las autoridades de la facultad, el jurado, su familia, sus amigas y muchas de ellas, del colectivo trans que escucharon el diez sobresaliente, con recomendación a publicar, que el jurado le otorgó a Claudia.

“No es casual este doctorado, es el colofón de una trayectoria por visibilizar y erradicar estigmas y prejuicios y luchar por un mundo igualitario, así que fui una más de las que miraba, con un nudo en la garganta, a la doctora Claudia Vásquez Haro”, confesó Diana López Gijsberts, periodista de Telam y compañera de Claudia que estuvo presente el día histórico.

La comunicadora habla de ese día emocionada, detrás del teléfono su voz se percibe con satisfacción y se apresura a contar cada uno de los detalles: “Fue hermoso en todo sentido”.

Ahí estaba Claudia, con un título que no era solo para ella, sino para todas las travas, las trans, las migrantes y todo un colectivo que por años no había sido nombrado y que ahora lo era.

“Es el resultado no solo de su militancia, de sus prácticas, sino también del compromiso y los ideales de lo uno quiere de la academia, de lo que uno se ha formado y para qué se ha formado como profesional”, dice Zulema Enríquez, periodista y amiga de Claudia, a quien conoció en las oficinas de la universidad.

La primera pregunta que le hacen a una persona cuando la conocen es “¿cómo te llamas?”. El nombre propio, es una de las cosas fundamentales que definen nuestra identidad. Aunque nos olvidemos un apellido, es imposible que se nos borre un rostro y un nombre, aún más cuando este lleva tanto camino peleado.

La segunda pregunta que hacen es “¿quién sos?”, a la cual Claudia Vásquez Haro responde: “Soy migrante, travesti, trans y activista por los derechos humanos”.