Mariana Finochietto nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.
Publicó Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018) El orden del agua (GPU Ediciones, 2019). Coordina Microversos, talleres de exploración literaria. Recientemente se sumó a la Colección de Poesía Sudversiva con su libro “Madura”.
Por Natalia Carrizo
¿Cómo fue el proceso de creación de este libro?
Este libro viene de charlas con mis amigas, de un proceso que estamos atravesando todas a la par. Hay mucha referencia en el libro al inicio de la vejez. Nos dedicamos a mirar hacia otro lado: la señora de las plantas, la mujer de los gatos. Tenía ganas de hablar de estas cosas. Hay mucha hermosura en envejecer y sobre todo en estos tiempos. Yo tengo 50 años. No son los mismos que vivió mi mamá y mucho menos mi abuela. Mis hijas son parte del movimiento feminista. A veces sentimos que el placer es solo cosa de jóvenes. No somos señoras “de”. Es un tiempo de reflexionar, de pensar.
¿Cómo disfrutamos la femineidad en esta etapa? Hay mucho para indagar.
Ya no hay urgencia para crecer. Ya vimos crecer a nuestros hijos. La maternidad es una hermosura, pero también enloquecedora. No nos da tiempo de pensar. La madurez (no la vejez) tienen que ver con el escucharse, con saber que existe ese tiempo para nosotras. Ya no tengo urgencias. Tiene que ver con eso. Por eso el título. Te conectás con las plantas, con un libro. Charlás de otras cosas. Hay que celebrar esos cambios. Nos estamos liberando de otra manera. No somos eternamente jóvenes. Y eso está bien. Estamos vivas.
¿Cómo nació en vos la escritura?
Escribo desde chica. Mucho desde la adolescencia. A los cuarenta tuve un pico de stress y tuve que volver a escribir. Una década donde grandes cosas pasan. Volví a escribir y no paré nunca más. Yo comprendo mejor el mundo cuando lo escribo, cuando lo hago palabra. Escribir es un proceso que no se termina nunca. En el medio una vive y seguimos escribiendo en nuestra cabeza. El poema ya está armado. Madurar es dejar de pelear con los monstruos que llevamos adentro. Hay que abrazar lo que somos.
¿La poesía tiene mucho de fragilidad no?
Yo creo que sí, porque la poesía nace en un lugar donde algo se rompe. Algo tiene que romperse. Voy a usar una metáfora bastante cursi, eso de que las flores crecen donde está el hueco, bueno es lo mismo. Una tiene que quebrarse para decir bueno acá qué sale, cómo lo florezco, cómo lo sangro. La poesía tiene que salir por una herida. Tenemos que ser frágiles y aceptar eso, porque es una manera de vivir supongo y de aceptar. Aceptar es una de mis palabras favoritas que es la que mas trabajo me costó aprender.
Si pudieras hablar con la Mariana niña , con la Mariana adolescente, ¿Qué le dirías?
Que no se apure en vivir. He hablado muchas veces con la Mariana niña, que la espera un mundo hermoso, que va a poder amar mucho y va a ser muy amada, que la espera una familia como la que tengo hermosa. Yo creo que he sanado las deudas con la niña que fui, aunque todavía hay cosas. Yo soy muy llorona. Es algo que también trae la madurez, aceptar que una llora. Yo creo que la abrazaría muchísimo
¿Qué significa para vos el envejecimiento?
Vivir sin proyectos te envejece. Quedarte sin alternativas, sin construcciones. Me pasa que cuando era más joven era más vieja. Yo hablo mucho del tiempo, porque no lo tenía. No tenía tiempo ni para mirarme a los 20 o 30 años. Ahora me tomo el tiempo a veces para mirarme, a veces para mirar el sauce, para mí eso es muy valioso. El envejecimiento es un estado del ánimo, que a veces está y a veces no. Los vaivenes emocionales esta bien; no nos debemos estabilidad, no nos debemos nada. Somos los que somos. Podés sentirte vieja un día y al otro día no, está muy bien. Es aceptarse con todo lo que sos.