Leonardo Prestia tiene pelo cano, la cara afeitada y una sonrisa que muestra unos dientes fulgurantes. De chico soñó con ser jugador de fútbol y estuvo cerca. Tuvo su experiencia en las inferiores de Deportivo (hoy Sportivo) Italiano, pero algunas lesiones, más su padre que no lo alentó lo suficiente e insistió para que estudiara, ese sueño se esfumó rápido y se metió en la facultad, en la carrera de Ingeniera industrial, pero a dos materias del objetivo se bajó del barco académico.
Por Gustavo Grazioli
Para ese entonces, el fútbol había quedado como una actividad de amigos y ya había transitado algunas experiencias laborales como vendedor en distintas empresas multinacionales. Primero empezó en una concesionaria de autos, después tuvo un paso por McDonald’s y finalmente, su camino continuó en la parte de ingeniería, pero siempre en el departamento de ventas. Trabajo nunca le faltó y dinero tampoco.
El giro en su vida – el “plot twist”, como se llama en cine – vendría tras la muerte de su hermano. Un joven de 33 años al que le dejó de funcionar el corazón una semana antes de ser papá. Eso lo desmoronó y entró en una depresión. Su rendimiento laboral disminuyó y por consecuencia sus ganas para hacer las cosas también. Frente al desamparo, detenido con la barrera baja, mientras esperaba que pase el tren, se le cruzó la idea de estacionarse en el medio de la vía. Antes de la decisión final, optó por poner cualquier palabra en Google y sumergir su destino a lo que salga. Su ruleta rusa se estacionó en “teatro” y apareció el nombre de Laura Bove (actriz, dramaturga, docente y directora teatral).
Sin saber cómo ni muy bien por qué, cumplió su promesa interior de seguir las coordenadas del azar y llamó al teléfono que le figuraba. Del otro lado, Bove escuchó su situación y le pidió que antes de suicidarse vaya a su casa a tomar un té. “Sufrí mucho con el tema de mi hermano, ella me salvó la vida. Me dijo, te aseguro que si empezas a hacer teatro, vas a vivir la vida”, dice Prestia a Sudestada, con los ojos inundados de lágrimas.

A partir de esa escena insospechada para su vida, comenzó a tomar clases de teatro y su estructura de oficinista se empezó a agrietar. Se entusiasmó y trató de seguir al pie de la letra todo lo que fue incorporando. “Un día me preguntaron si me animaba a interpretar algo y no lo dudé. La obra era sobre una persona a la que se le moría alguien a la que le tenía mucho afecto. Intenté hacer varias veces lo que me pidió y no me salía. En un momento de mi frustración y enojo, me dice, Leo esto no es para vos, ándate. Sin poder creerlo, me voy dando un portazo y ahí me aplauden y me dicen, así tenés que hacerlo. El personaje te tiene que pasar por el cuerpo, mover las emociones”, recuerda.

“Yo era un robot, me daba vergüenza llorar. Laura me trataba mal para prepararme, para que vea cómo funciona el ambiente del teatro. Me recomendó ir a ver obras de teatro y veo “Muerte de un viajante”, agrega y hace referencia a la obra de Arthur Miller, que en su momento dirigió Rubén Szuchmacher y tuvo en su elenco la presencia de Alfredo Alcón. Se emocionó tanto que fue 11 veces consecutivas a verla y siempre se sorprendió con la misma escena, donde la platea aplaudía a rabiar y Alcón tenía que pedir silencio para poder continuar.

En la última función, mientras los actores hacían el saludo final, Alcón lo miró a Prestia y le dijo que vaya al camarín. “A mí”, se sorprendió por la convocatoria en medio de una sala repleta. “Sí, a vos”, confirmó el exponente del teatro nacional. “Yo sé todo lo que pasa en el escenario y en la platea también, vos hace 11 funciones que me estas viniendo a ver en el mismo asiento”, le dijo Alcón, ante la mirada sorprendida y embelesada de Prestia. Y soltó la pregunta: ¿Por qué viniste tantas veces?
Como pudo respondió que estaba estudiando teatro con Laura Bove y le confesó su admiración como actor. “Quiero ser un gran actor y después de ver esto no puedo bajar la emoción. Muy bien, me respondió, esto es el teatro, pero te tenes que preparar, es un camino largo, arduo, lleno de problemas, de frustraciones, pero si a vos te gusta y si vos queres, lo vas a lograr. Mándale un beso a Laura Bove y seguí así”, recuerda que le dijo Alcón antes de despedirse.
Eso fue suficiente para terminar de afianzarlo en el mundo de las artes dramáticas. De ahí en más, el camino de Prestia siguió por el teatro y dejó atrás los horarios de oficina, y las estructuras. Continuó con su entrenamiento actoral y actuó en más de 20 obras. Posteriormente se animó a la dirección y su primera experiencia la hizo en un escenario barrial con actores aficionados y en una obra escrita por ellos mismos. Una vez cruzada su propia muralla de temores, llegó el debut profesional en el teatro El Tinglado, con Muerte accidental de un anarquista y continuó con Claveles rojos, con la que llegó a dirigir 14 temporadas.
Actualmente está abocado a los ensayos de “Una de película”, comedia argentina de Daniel Dalmaroni que se estrenará en junio.
Haber llegado al teatro fue un giro de 180 grados…
Fue como nacer de vuelta. De pasar de un ambiente de tener todo controlado, pasé a un ambiente donde el control es una mala palabra. Vivimos de lo que se recibe, lo que nos da el universo. Tengo 53 años y no dejo de tener esa pata estructural que me soluciona muchas cosas, pero también hay resabios en los que tengo que liberar la cuerda del barrilete y confiar en que va a volver. A veces me cuesta, pero trato de hacerlo y cuando lo logro, me conecto con un desarrollo emocional. Me di cuenta de que no funciono como un robot y estoy mucho más sensible que cuando tenía 25 años. Todo me atraviesa y antes todo me rebotaba.
Se dice que el tango te espera: en tu caso, ¿el teatro también?
Suelo pensar que esto fue por la muerte de mi hermano. Me tuve que hacer fuerte. Le prometí a Dios que a partir de ahora iba a confiar en él más que nunca, para demostrarte quien soy. Le pedí que me haga venir lucido para darme cuenta de las señales y con el tiempo empecé a ponerme más lúcido. En este plano, como para graficarlo de alguna manera, nosotros no estamos vivos, estamos durmiendo en otro plano, viviendo un sueño que es una experiencia tan carnal que la tenemos que sentir, porque tenemos que evolucionar. Nuestra alma el día que nos morimos va a estar preparada para volver a ese plano nuevamente. Creo que en cierta forma puede haber cosas que se puedan dar por libre albedrio, pero dudo mucho que el plan de vida que nos viene escrito no esté hecho por alguien.