Liliana Bodoc: la prosa límpida que ruge

     A los libros de la narradora argentina Liliana Bodoc, incluso los que estaban destinados al público adulto, los puede leer un niño. Esta constatación no nos habla de un simplismo en la construcción de sus ficciones, sino de una virtud. Una ductilidad y una prosa comunicativa que sin hacer concesiones a la distinción y a lo exquisito, estaba rigurosamente pensada para volver comunicativamente accesible el discurso literario a todas las edades.

Por Adrián Ferrero

Esto es, para que entre los lectores y el discurso literario no interfiriera ninguna clase de obstáculo innecesario que pudiera afectar la variable semántica de una narración. La narrativa tiene poesía, denota exploración, pero también juega a compartir una mirada totalizadora del receptor. Liliana Bodoc no piensa en los lectores en términos de edades, como celdas, sino en términos, en todo caso, de una economía desafiante de los lugares comunes, de los estreotipos, de esas lagunas aburridas en las que suele incurrir la narrativa cuando se detiene para ostentar recursos. 

     Muy por el contrario, Bodoc se manifestaba humilde en el orden de lo expresivo porque no hace alardes. La terminación es perfecta, la  combinación entre historia y discurso o trama y economía de la representación no es complicada. Es, en cambio, amable con nosostros. Es invitante, es radicalmente poética pero al mismo tiempo nunca deja de ser vertiginosa. Es vigorosa, es contestaria y no hace concesiones al autoritarismo sin incurrir jamás en paupérrimos esquemas binarios. En su narrativa siempre hay presentes matices, variantes, vaivenes, colorido, velocidades, infinita riqueza.

     Esta combinación convengamos que no suele ser frecuente entre los narradores más ortodoxos o incluso en los narradores en general.  Porque la convención quiere que en las estanterías de una librería las distintas obras de Bodoc estén ubicadas en sectores diferentes. Pues yo propongo a cambio que en verdad debían estar todas en el mismo. De esta hipótesis, si me lo permiten entonces, voy a partir para hacer un desarrollo mayor de su frondosa poética.

     Entre aquel comienzo exitoso de la Saga de los confines, una trilogía en la que se alimentó (sobre todo mediante lecturas informativas y explicativas) del sustrato aborigen y los relatos de la conquista americana en documentos y libros de Historia y los últimos en los que los dragones regresan sin solución de continuidad hay una incuestionable noción de coherencia.

     La referencia a los pueblos originarios va de la mano de otro  referente, que ella me  confesó en una entrevista la preocupaba con recurrencia. Era el lugar de la mujer en la sociedad, esto es, la diferencia desigual de poder atributivo entre varones y mujeres en el mundo. Entre ese referente histórico que a esta altura quien pretenda negarlo incurriría en mala fe y estas lecturas de la feminidad que la ubican en posiciones de intervención poderosa, Liliana Bodoc sentaba las bases de ese otro referente nítido al cual no estaba dispuesta a renunciar. Tampoco a rendirse de modo condescendiente. Muy por el contrario, sembraba la semilla de un desacuerdo. En la gran tradición de las narradoras críticas argentinas que revisaban los roles de género desde la narrativa de imaginación, su posición estaba clara y su decisión estaba tomada. 

     En cada ficción este punto fue recurrente y se puso de  manifiesto esencialmente mediante tres maneras. O bien mediante representaciones de violencia hacia las mujeres que las ubicaran en el rol de agraviadas en su dignidad de tales. Bien en la obligación a la sumisión en otras historias. O bien (y este es el punto) en una nueva mirada sobre el rol de la mujer que la volvía agente de cambio y no paciente de órdenes. Agente de cambio de un status quo que, en términos del universo ficcional y de ese verosímil estuvieran en condiciones de revertir. Según los casos la situación naturalmente variaba. Pero era invariable la voluntad no accesoria de evitar situarlas en un rol de equidad (porque en el orden de lo real ello no ocurría) y disidencia contra todo intento de dominación del varón o sobreprotector, o subestimador o agresivo.  Ello no hace sino ponernos a reflexionar acerca de qué lecturas de estas características instalan en el seno de la sociedad, en la medida en que circulan, debates, preguntas,cuestionamientos, revisiones, rebeliones, sistemas de alianzas, pero sobre todo una voz que discute el lugar del poder y dónde de modo naturalizado está ubicado, por quiénes y se interrogue (y esto me interesa) por qué la realidad, como la ficción, no puede cambiar sus coordenadas y formas de socialización tal como de modo ortodoxo se dan.

     El otro punto que sí acentuaría en el marco de la ficción de Bodoc es el respeto por la diversidad y por la diferencia. Hay libertad y hay una ideología libertaria. Pero hay  también una ideología de la tolerancia y del pluralismo. Bodoc no es dogmática. Si hay guerras es para mostrar o que son inevitables para lograr la tan anhelada paz porque ha sido ilegítimo el avance arrollador que ha sembrado un bando usurpador en la sociedad y en el territorio instalado el esclavismo o bien de sujeción a fuerzas poderosos que avasallan irrespetuosamente culturas y sociedades que en verdad por dignidad y por derechos corresponde mantengan su integridad identitaria. Si hay batallas, entonces, es para defender ideales, no para destrozar civilizaciones o para anexarse mayores territorios o recursos naturales o para hacer una apología de la violencia. No es otra forma que un enfrentamiento irremediable entre principios ideológicos (pero también éticos), por defender la dignidad de las acechanzas de la conveniencia y el ventajerismo. En estos términos entonces definiría la diferencia entre una apología de la guerra (que fue lo que ella no hizo) y una defensa legítima y encendida de la vida de pueblos o espacios que habían sido invadidos sin derecho ni legitimidad algunos con la consiguiente necesidad de recuperar aquello que les había sido arrebatado. También la guerra americana o basada en sus mitos, leyendas y en su historia constatable, viene a dar como una suerte de construcción compensatoria frente a cómo se dio en  el orden de lo referencial: brutalmente, desigualmente, con saña.

     Las ficciones infantiles naturalmente tampoco son previsibles. Denotan juegos con el lenguaje, con los códigos visuales y verbales que ponen en diálogo, las artes del tiempo y las  del espacio, planos narratológicos que se superponen, el descubrimiento de un arte como el teatro que permite conocer las mil caras y ser una más de ellas, soñar con todo aquello que no existe, como la literatura. O pensar en el mundo como teatro, en nosotros siendo o ejerciendo un rol en un escenario en el que nos vimos situados pero no de modo elegido. Es un arte siempre llamado a sembrar la semilla en el alma de los niños de un amoroso vínculo entre pares, con adultos inspiradores de conductas que desordenan las rutinas pero también de adultos que frente a determinados peligros son amparadores. Adultos que les proponen que hacer teatro puede ser una invitación, por ejemplo, a ser otros, es decir, a que una alteridad positiva también puede ser posible. Están por supuesto los inescrupulosos, frente a los cuales tanto los animales como otros adultos o los mismos niños organizados de común acuerdo logran neutralizar.

     Hay personificaciones en una de las líneas de la gran tradición de la literatura infantil. Espantapájaros que piensan y hablan, que exteriorizan sus deseos y manifiestan su impotencia. O bien pájaros que con sentido colaborativo están dispuestos a asistirlo para cumplir el anhelado deseo de conocer un río cuyo sonido no ha cesado de escuchar desde que ha sido plantado en ese sembradío. Este es tan solo un ejemplo extraído de un cuento conmovedor que pone en escena, como puede apreciarse, la diferencia entre la esclavitud y la circularidad paralizante de un ser producto del hombre, y sus supuestos enemigos, a quienes debe ahuyentar, pero quienes en verdad lo asisten para que cumpla su mayor anhelo. En este planteo invertido mediante el cual la lógica natural es puesta en cuestión, Liliana Bodoc desnaturaliza comportamientos que el niño comienza, espontáneamente, a problematizar a partir de lecturas como esta y desde edades tempranas. Esto lo conduce espontáneamente y por extensión, a revisar la cultura en la que vive, los patrones que se le pretenden imponer como verdades inamovibles. Y a pensar que otro orden no solo es posible sino hasta probable. Y comprenden sin demasiada consciencia de ello desde pequeños que los libros alimentan la avidez por revisar lo arbitrario. 

     Esta será una de las grandes operaciones complejas de la ficción de Bodoc. A lo natural volverlo problema. Los formalistas rusos, una corriente de pensadores de la teoría literaria de principios del siglo XX de ese país, planteaban que la buena literatura, la literatura que ponía en cuestión la lógica comunicativa y desmecanizaba la formas de percepción del fenómeno literario, introducía en el lector un “efecto de extrañamiento” por motivo de un efecto de incertidumbre implícito en la captación del universo ficcional, que enrarece la visión estereotípica del universo humano. La ficción entonces sacude, provoca la ocurrencia de que el mundo puede ser de otra manera, postulando salidas más o menos exitosas a este otro universo, de este lado de acá del libro, desde el que estamos leyendo. La literatura lo pone todo en cuestión. Esta es la otra hipótesis fuerte que manejaré respecto de las operaciones de la ficción de Bodoc sobre los lectores. Nada está dado de antemano. Todo es construido por la mano del poder porque un mundo diferente es habitable. Y un mundo, traducido en las ficciones mediante imágenes, acciones y personajes que aparente distancia respecto del orden de lo real y lo verosímil, que dramatiza ese combate que se debe librar para que tal mundo concebido en términos de alternativos al corriente, al habitual, al frecuente, al corriente, al cotidiano, al ordinario, sea distinto. Sea distinto en todos los  planos. Y Liliana Bodoc en este punto fue muy clara. No lo declamó. Lo plasmó en narrativas libertarias. En el plano de los roles de género al que ya me referí. En el plano de la equidad que corresponde a las etnias (como por ejemplo claramente en su novela breve El espejo africano), en el plano de clase social y en el plano de los roles de poder según rangos. Tampoco se hizo cómplice del ninguneo de la literatura así llamada infantil por parte de las grandes Musas de los vates clásicos o que regenteaban los circuitos editoriales de América Latina. Entre los poderosos que no tienen escrúpulos, que son arbitrarios, que no admiten réplica ni reproches porque son profundamente autoritarios, Bodoc responde con una ficción de la revuelta. De una revuelta que desde el plano de la representación literaria se proyecta al orden de lo real sin demasiadas transiciones, por cierto.

     La relación entre mundos fabulosos y universo referencial a mí me queda más que claro. Bodoc se sirve de un referente imaginario de fantasía épica o bien de fábula maravillosa pero esa es la transposición más  perfecta para hablar en  un lenguaje que disfraza a los ojos del poder combates reales de todos los días. Con solo abrir un diario uno ya se topa con algunos de los asuntos dramáticos que en un presente indefinido y vigente sus ficciones ponen en escena. La escena puede ser de naturaleza agresiva, violenta, brutal, sanguinaria o bien puede tratase un imaginario bélico en el marco del cual dos o más bandos pulsean por territorios o por la dominación de la vanguardia. Es nada más y nada menos que a lo que venimos asistiendo desde tiempos inmemoriales en nuestro planeta. De modo que, sigo con otra hipótesis, postulando un universo ficcional vinculado a lo atermporal, o lo que está en un futuro fabuloso protagonizado por razas o bandos ahora inexistentes, en un doble movimiento progresivo/regresivo Bodoc de modo potente apunta a la Historia. Sus ficciones, de modo perenne, se ponen en contacto con el orden de lo inmemorial pero se proyectan hacia un horizonte futuro que ya, como podemos apreciarlo hoy en día, las cosas son y serán igualmente aguerridas.

     La guerra, como dije, no es en Bodoc un ideal que por sí mismo beneficia a la especie humana como una práctica que ella  promueve. Es la escena en la que se dirimen los principios y los valores, los ideales y las ansias vertiginosas de especular con un mundo que podría, efectivamente, ser pacifista. Es el choque de poderes legítimos e inescrupulosos que deben confrontar para sobrevivir en un universo en el que gana el más fuerte. 

     Por otra parte, las narrativas de Bodoc, enojada con las dictaduras militares argentinas, como lo dejó en claro en cada intervención pública en la que habló de ese tema, en estas guerras no hacía sino, una vez más situar la narración del combate por la justicia en el teatro de la guerra, que fue en el que se jugó y tuvo lugar según un referente nítido en  nuestro país. Bodoc había vivido la dictadura, había conocido lo que significaba el silencio y las mordazas, las persecuciones y las tramas del dolor social. ¿Cómo no reconocer en las guerras un principio de vitalidad según el cual una contienda connotada axiológicamente de modo positivo o negativo había tenido lugar, estaba teniendo lugar y seguiría teniendo lugar? La presencia de los enfrentamientos en Bodoc es un cuestionamiento, un reproche que desde la acción concreta de la escritura la autora realiza en contra de la hegemonía a favor de la plegaria.

     Las matrices textuales de Bodoc en la escena de las confrontaciones como un espejo desordenaban un mundo en el que el mal está triunfando pero compensativamente ella no estaba dispuesta a, sojuzgada, admitir sino a afrontar desde quien mediante un acto de rebelión se niega a la sujeción y dice no al poder.

     De modo que leo, como puede apreciarse, toda la  poética de Liliana Bodoc en primer lugar como un llamado de atención reprensivo contra un avasallamiento inadmisible. Como una parábola que denuncia el miedo, la parálisis emocional y la agresión gratuita o por ambición. En segundo lugar como un llamado a la acción mediante una economía de la revisión de puntos de vista y la insurgencia que modeliza una agencia. En tercer lugar, como una economía de la reparación de siglos de dominación continentales no solo americanos que llegaron a ser asesinos de modo sangriento de comunidades enteras además de colectivos o minorías de todo tipo. 

     En este mapa complejo, entonces, leo la prosa lírica de Bodoc, entretejida con la nobleza, la integridad, que sin prisas a la vez ruge y no se deja amedrentar por la prepotencia de nada ni nadie. Sabe que subyacen a ellas fundamentos incontestables. Defiende el respeto, la libertad de ser, hacer y decir, defiende la nobleza de la condición humana, estafada por tantos siglos también de literatura escrita por los ganadores o silenciada por obra de la prohibición o la censura.