Un texto del querido Eduardo Galeano, para recordar al pueblo armenio.
La impunidad es hija del olvido
El imperio otomano se caía a pedazos y los armenios pagaron el pato. Mientras ocurría la primera guerra mundial, una carnicería programada por el gobierno acabó con la mitad de los armenios en Turquía:
casas saqueadas y quemadas,
caravanas de desnudos arrojados al camino sin agua ni nada,
mujeres violadas a la luz del día en la plaza del pueblo,
cuerpos mutilados flotando en los ríos.
Quien no murió de sed o hambre o frío, murió de cuchillo o bala. O de horca. O de humo: en el desierto de Siria, los armenios expulsados de Turquía fueron encerrados en cuevas y asfixiados con humo, en lo que fue algo así como una profecía de las cámaras de gas de la Alemania nazi.
Veinte años después, Hitler estaba programando, con sus asesores, la invasión de Polonia. Midiendo los pros y los contras de la operación, Hitler advirtió que habría protestas, algún escándalo internacional, algún griterío, pero aseguró que ese ruido no duraría mucho. Y preguntando comprobó:
– ¿Quién se acuerda de los armenios?
Editorial Sudestada