En su cumpleaños abrimos el debate sobre lo que significa el universo maradoniano.
El silencio nunca es la opción. Cerrar la boca y hacernos los distraídxs ante la fecha de cumpleaños de Diego Maradona no es una posibilidad para lxs que hacemos Sudestada, que somos muchxs y diversxs. ¿Qué nos pasa con Diego Maradona? De todo. Millones de contradicciones salen a la superficie. En los últimos años, el tema Maradona ha estado candente, dividiendo aguas entre lo que este mito popular generó en el pueblo argentino y en el mundo. La discusión maniquea otra vez. ¿De qué lado estás? ¿Del futbolista y sus hazañas? ¿Del hombre y sus excesos? ¿Del héroe o del abusador? No creemos que exista un solo lugar desde donde pararse. Por lo menos desde este espacio, donde apostamos a la diversidad y la visibilización de las voces, entendemos que tomar una única postura sería dejar afuera y ocultar aquello que tantxs sienten.
Para leer una sola línea editorial no cuenten con nosotros, pueden seguir otros medios. Acá se da la palabra, se presta la tinta para que la discusión se lleve adelante. Libertad es arriesgar. Por eso, hoy queremos salir de la comodidad, sabiendo también que, muchas veces, en el ámbito de las redes sociales, salir de ese lugar cómodo es ponerle el cuerpo a los discursos de odio y a las agresiones.
En momentos donde se construyen murales y monumentos, en una época donde los ídolos van cayendo de la torre de marfil, Diego Maradona sigue generando rispideces entre los diferentes sectores de la sociedad. Antes y después de su muerte, su figura se volvió tema de críticas y disputas. Los feminismos, a partir de las denuncias por abuso y violencia de género, tomaron partida generando también un espacio de debate. Se intentó cortar, como con un bisturí, el cuerpo y el alma de Diego Maradona separando sus partes según el lado más bonito que cada unx quiere ver. De allí la polémica: “Maradona es uno solo con sus defectos, pero fue quien nos dio más alegrías en la historia del fútbol”, “No puedo separar al íldolo de sus acciones con las mujeres y por eso decidí abortar a Maradona”. Miles de frases como estas circulan en el discurso colectivo.
Maradona, como pocas figuras, es el único que todavía sigue moviendo la sangre de todxs a la hora de opinar. Hoy Diego Armando Maradona cumpliría 62 años y acá estamos, abriendo el juego para que los textos circulen, para que las emociones se liberen, para que la bronca se haga palabra. Esto somos y así nos mostramos: como un medio independiente que sigue construyendo con análisis crítico e irreverente.
Diego nace todos los días // Mónica Santino, La Nuestra Fútbol Feminista, Villa 31
Llegan las fechas que no se borran de la mente y se incorporan a la historia grande argentina. Viene fin de octubre y el aire renovado de la primavera mas las florcitas amarillas que dan alergia anuncian el cambio de estación y también esa fecha que ya es patria. Cumple Diego aunque no esté físicamente entre nosotres. Y los relatos otra vez caen como esas hojas de los arboles. La casa de Fiorito, los amigos, los campeones del mundo del 86, el relato de Víctor Hugo, Argentinos Juniors, Boca, Nápoles. La camiseta argentina flameando por arriba de todas las evocaciones.
Una vez más conmoverse hasta lo más intimo. El cuerpo que pasa entre miles, casi agachado, desafiando la gravedad, con la pelota pegada al pie izquierdo y con ese instinto de malabarista. Parece que va a caerse pero no. Emerge. Los rulos negros, la lengua afuera, los ojos encendidos. El arco rival entre ceja y ceja. Sabe que puede. Siempre sabe que puede.
Luego micrófonos, pantallas, cientos de miles que lo siguen. Ahí también aparece la burla a los poderosos, la palabra justa que todes queremos decir y no podemos. Defender compañeros, ponerse como un escudo protector por delante de los grupos que le toco estar. Jugar lastimado, abandonar comodidades porque jamás se pudo callar. La rabia y la bronca de los barrios no la olvido jamás.
Varón al fin, de esos que como casi todos, cumplió mandatos. Sus últimos años tuvieron la música del movimiento de mujeres y diversidades en las calles. ¿Hubiera estado del lado de los feminismos populares? ¿Se hubiera animado a entrar a esa zona dolorosa de la deconstrucción para animarse a esa imagen terrible que devuelve ese espejo? Alcanzo si a pronunciarse a favor de la legalización del aborto. Porque si supo bien de la injusticia y del padecimiento de las mujeres de los barrios
Si en la vida hay que elegir permanentemente entonces no se puede caminar separada de las contradicciones. Amar a Diego desde los feminismos populares implica aceptar ese puntapié inicial para animarse a las tensiones, a los debates porque sabemos que nada es negro o blanco. Mucho menos rosa. Porque entendemos al feminismo como un movimiento que no castiga ni condena. Amplia derechos así como abrimos la cancha con un cambio de frente impredecible. La vida es misterio, no sentencia.
Feliz cumpleaños siempre al mejor de todos. En esos saltos de festejo de gol magníficos vamos todas y todes. Celebrando vida y barrios. Organizándonos siempre para luchar por lo que nos corresponde.
Salud Diego.
¿Si yo fuera Maradona viviría como él? // Damián Quilici
Me pregunté la primera vez que escuché la canción que el artista francés Manu Chao le había dedicado. Y no sé si viviría cómo él, no me gustaría vivir bajo la presión mediática las 24 horas del día, no teniendo privacidad alguna y rodeado de personas por interés alguno. Lo que sí estoy seguro es que de chico viví como él. Con carencias miles, en un barrio precario con calles de tierra, zanjas, y esquinas convertidas en un sucursales del Ceamse, con basura acumulada de años. Con un potrero con arcos de palos y travesaño flojo. En una vivienda chica con sobrepoblación de familiares. En casa éramos ocho hasta que nacieron más hermanas y sobrinos. Seguramente mi vieja alguna que otra vez fingió sentirse mal de la panza para no comer porque no alcanzaba para todos. Y yo muchas veces me fui a dormir con el estómago vacío tratando de pensar en otra cosa y rogando al otro día desayunar pan del día anterior que Doña Andrea, la del almacén de la esquina, nos regalaba. Y la cantidad de pibitos cracks que nunca llegaron a jugar profesionalmente y que han caído en el camino del delito, las drogas, y bajo las balas policiales, también fueron los Diegos que no pudieron. El hambre y las ganas de salir adelante fueron el motor que me motivaron a ser lo que soy en este presente. Porque Maradonas son lo que sobran en este país de talentos. Todos en cierta forma vivimos como él. Todo el mundo tuvo su momento Maradona en la vida. A dos años de su muerte, el mejor ejemplo que podemos tomar del Diego, fue el del pibe que nunca se resignó a sus sueños. Después el resto de la historia es conocida. Si yo fuera Maradona soñaría como él.
Matar al ídolo // Marianela Saavedra
Si la Iglesia le parece un antro de pedófilos, destruya al ídolo.
Si sabe que el poder político y económico reside siempre en los mismos, descrea del ídolo.
Si cree que hay deportes basados en competencias excluyentes, derribe al ídolo.
Si cree que las hazañas deportivas/actuaciones/libros/obras de su ídolo, están por encima del sufrimiento de sus víctimas, destruya primero su escala de valores y luego destruya al ídolo.
Si piensa que la familia “tipo” sigue sosteniendo la supremacía patriarcal, no perdone al ídolo.
Si intuye que las expresiones artísticas más reconocidas y valoradas son las de los hombres, no pague por el ídolo.
Si le molesta el machismo, el abuso sexual, la pedofilia, la pederastia, las violaciones, la acumulación de poder, rompa al ídolo.
Si quiere hacer algo en contra de la violencia y la sumisión anquilosadas, enquistadas, arraigadas en cada ser humane, mate al ídolo.
Matar al ídolo.
Matar al ídolo.
Matar al ídolo.
(La “necesidad” de tener ídolos es una enseñanza patriarcal, religiosa y capitalista, intente no enseñar la idolatría, intente desconstruirla en usted, tenga “referentes” en vez de ídolos, no separe más la obra de les autores, preocupese y ocupese de la coherencia y va ver como la cosa empieza a cambiar de una buena vez).
Pensar en Maradona // Lenny Cáceres
Pensar en Maradona me dispara diversas cuestiones, imposible no reconocer el genial ídolo deportivo que fue, su trayectoria profesional quedará, sin duda, en la mente de todas las personas del mundo y en la historia bella del país.
Sin embargo, y desde mi mirada como comunicadora feminista que realiza trabajo territorial con mujeres, niñas, niños, adolescentes y disidencias, el Diego fuera de la cancha no es un personaje que elija y mucho menos admire. Y no me baso solo en sus problemas de adicciones (que es una enfermedad) o su elección política, sino en su trato con las mujeres, muchas de ellas adolescentes, y muy especialmente en el destrato a sus hijas e hijos, la poca responsabilidad a la hora de vincularse sexualmente y luego desconocer o descalificar las consecuencias de esas acciones: hijas e hijos.
Cuando Diego murió, hacía mucho tiempo que no era el ídolo de multitudes. No me nació sentir o sufrir su muerte. Lamentarla como la muerte de cualquier persona todavía joven, nada más.
La parte humana de Dios // Sofía Calvo
Maradona es la imagen de lo incómodo, de lo complejo, de la miseria humana mixeada con la gloria. Maradona es lo insoportable de la dualidad, y es el reflejo de nuestras insalvables contradicciones.
Qué difícil es no criticarlo sabiendo todo lo malo que hizo, conociendo con detalles sus errores, siendo machista, mal padre, misógino. Pero más difícil se hace no quererlo, como se lo quiere a un tipo humilde que nunca se olvidó de donde vino. Se me hace difícil no quererlo cuando pienso en la dignidad hecha gol que nos brindó cuando el país lo necesitaba.
A Maradona lo veo como el pibe que creció en la villa, atravesado por el patriarcado y por las drogas y que, a su vez, llegó a tener más de lo que cualquiera podría soportar.
Ser Maradona fue un peso que no supo cargar. Quizás, si le hubiesen contado su historia hubiese elegido ser el goleador de su barrio, y no el tipo más reconocido de este mundo. Maradona fue un pibe villero que luchó y alcanzó todo lo que quería sin saber que ese también iba a ser su propio infierno.
Maradona fue quien se abrazó a sus ideales y a su país llevando bien puesta esa bandera por todo el mundo, orgulloso de saberse argentino.
Maradona fue el negrito de Fiorito que hizo llorar a Inglaterra… Y también a nosotrxs, al mismo tiempo.
Maradona fue el que reconoció uno de sus peores errores antes de irse y se amigó
con sus hijxs.
Maradona hizo lo que pudo con lo que la vida le hizo a él.
Si algo aprendí gracias a la psicología es que cuando conocemos la historia de cada persona podemos entender mucho el desastre que la habita, sin justificar nada de lo que hace. Y aprendí, también, que inclusive los héroes se hacen pis de noche.
Te critico mucho Diego, pero no me sale juzgarte, así que elijo quererte.
No serás Dios… pero siempre vas a ser nuestro diez.
Fuiste humano, carne y hueso, pero nos regalaste tu don y una humildad que te hizo inolvidable.
Me quedo con ese niño // Fernanda Felice
Las contradicciones son humanas, por eso nos duele la muerte de Diego. Se fue un 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación contra de la Violencia contra la Mujer, y así la historia nos juega una mala pasada. Nos empuja a hacernos cargo de nuestras ideas y emociones que, a veces, no consiguen llegar a un acuerdo.
Me quedo con ese niño que expresaba, con infinita ilusión, que su sueño era jugar un mundial.
Me quedo con ese niño que contaba que, siendo grande y con profunda tristeza, descubrió que el dolor de panza de su mamá era una excusa para que él y sus hermanos pudieran comer.
Me quedo con ese niño que nunca se olvidó del potrero que lo vio nacer, y que siempre recordó su origen humilde a pesar de haberse dado el lujo de alcanzar cualquier destino.
Gracias por asegurarle al piberío –que habita el desamparo– que ante cualquier mal presagio, lo mejor que pueden hacer es jugar y soñar un destino distinto al que los poderosos planean para ellos/as.
Nos quedamos ahí // Jorge Ezequiel Rodríguez
Voy a pedir que no me juzguen. Comprendo la realidad, la lucha que abraza y sana, las maneras, las formas, las contradicciones y las razones que muchas veces no van de la mano con los sentimientos. Entiendo, me duele, hasta quisiera que el sentir fuera un tanto diferente. Voy a pedir disculpas, pero me quedé ahí, como les habrá pasado y les pasará a muchxs, y no puedo escaparme de las propias entrañas. Nos quedamos ahí, llamándonos Dieguito en ese cacho de esquina intentando esquivar yuyos, hormigas, y pateándole al perro aquel que nunca entendió que lo elegíamos arquero. Así quedamos, en esa tribuna de Boca cuando tenía 11 años, junto a mi viejo y a mi hermano. Un tipo todo transpirado, afónico, me apretó fuerte el brazo y me dijo que grabe eso, porque no lo iba a ver nunca más. Y nos quedamos ahí, entendiendo a las migajas del tiempo, a esas epopeyas que en cualquier libro sonarían exageras. Nos quedamos en las realidades, y en esa extraña sensación de justicia que nos diste, Diego, cuando a los piratas les hiciste el gol más grande de la historia, y otro para que puteen la vida entera entre el escalofrío que les recorre cuando todavía se atreven a decir que fueron robados. Nos quedamos ahí, en las incontables veces que te lloramos creyendo que ese día venía, y una vez más gambeteabas a esa guacha que un día nos vendrá a buscar a todos. Nos quedamos creyendo que quizás en una de esas vos podrías ser el único inmortal, pero no, y la pera sigue temblando como te temblaba en aquella final que nadie siente perdida, en esas hermosas puteadas a miles que intentaban humillar nuestro himno. Nos quedamos en espaldas estampadas, en la villa, en el barro, en los jueguitos entre adoquines de casas que nunca se construyeron, en las lágrimas de quienes a pesar de nunca haber visto un partido de fútbol lloraron sin consuelo cuando los yanquis te buscaron para intentar cortarte las piernas. Nos quedamos ahí, en tus sonrisas antes de tirar frases que no se borran, en esos pibes que queríamos tener rulos, ser más petisos, y que entrábamos a los saltitos como vos a una canchita de barrio, en los zurdos que la pierna izquierda no la usamos ni para pisar. Nos quedamos viendo cómo te parabas de mano ante los poderosos, ante la verdadera mafia, ante los intocables de siempre, ante ese periodismo que te quiso exprimir aún cuando tus ojos no podían abrirse más. Nos quedamos sabiendo que nuestro héroe es tan real que tiene mil contradicciones y suciedad, y que a los correctos, a los que jamás ni de curiosidad se embarraron un talón, les espera el cielo… y el olvido. Y que nos digan que el fútbol no importa cuando hasta el que no tenía para morfar se abrazó llorando por ese gol que le devolvió la alegría, esa que ni el sistema ni la historia le pudieron quitar. Nos quedamos ahí, agradeciéndole al azar del universo y del embustero tiempo, por darnos la posibilidad de estar en las mismas horas que vos compartiendo el mundo. Y de yapa, a mi viejo que sin dudarlo me llevó a verte jugar, hacer goles, comer pasto, gambetas, pelearte con la policía en ese 5 a 1 inolvidable, y saltar como niño entre papelitos y pelotas. Y nos quedamos así, sabiendo que ese maldito día llegó. Y me agarró sentado en la silla con el plato sin tocar, entre lágrimas, y mi hija de dos años preguntándome ¿qué te pasa, papá? Y nos quedamos, sabiendo que alguna tarde le explicaremos a los que vienen y vendrán que aquel gordito que lloramos por años era un rompe moldes, un reidor de los esquemas, alguien que le dio alegría a la gente cuando más lo necesitaba, y que se rebeló contra todo. Que ese pibe pasó del barro a las estrellas, y que hasta en medio de una guerra cuando se lo nombra paran las balas. Les contaremos que no es pulcro ni quiso serlo, que no es santo ni lo buscó, pero que en medio de tanto negocio y contaminación de pelota, es un justiciero de un tiempo escrito, un valiente de la modernidad, y que los poetas seguirán soñando metáforas para explicar quién es realmente.
Y nos quedamos ahí, pegándole a una piedrita en la calle, imaginando el cordón de millones de infancias, con el sueño de los pibes de la villa, con la caída de los imperios, con la pelota que le gana al fútbol, y con vos ahí, presente en cada lujito que se gana un Maradona, ése, el del jugador más revolucionario de la historia.
El centro del mundo // Mariela Peña
El que nos hizo conocidos hasta en la otra punta del mapa. El pibe humilde de Villa Fiorito, el que dio vuelta a la injusticia como una media y cumplió un sueño que nunca fue solo suyo. Maradona, el tilingo, vulgar, ostentoso de los 80, el degenerado de los 90, la evocación, el mito, el recuerdo, fotografía de lo mejor y lo peor del pasado. Maradona el opinólogo, espejo ingrato del desclasado, moscardón molesto de verano del pituco odiador. Maradona, el que habló bien y mal del todo el mundo, el que en su forma de gesticular me recuerda al tío borracho que arruinaba todas las sobremesas de mi infancia. El más famoso del mundo, el héroe del país adolescente, el idolatrado, el del consumo problemático de la fama, la mielcita que atrae a las bestias que se comen a los humanos, el que vengó la guerra con un gol con la mano, el hipócrita que expuso a los hipócritas. Maradona el que deglutió a Maradona, el pedófilo disculpado, el que me convocó frente a la tele una tarde de domingo inolvidable con mi viejo emocionado, el querido por tanta gente que quiero, el que no entiendo, el magnético al que contemplamos uno por uno, para putearlo o para alabarlo, el que encarna, como nadie, la promesa de realización de los sueños individuales: “mi primer sueño es jugar el mundial, y el segundo es salir campeón”. Se puede. Algunos pueden. Maradona, la excepción que jamás confirmará la regla, el bailarín de botines, el nunca atleta, el artista del juego, el de las festividades orgiásticas, la oscuridad que más me deprime, el mejor del mundo en una disciplina que me chupa un huevo, el mito de mil caras y mil lecturas. Maradona, el Dios, le dicen. Dios: ese engendro teórico que en ninguna de sus manifestaciones, para mí, es de fiar.
Imposible apagar tanto Diego // Nina Ferrari
“Me contradigo y qué,
soy inmenso y contengo multitudes”
Walt Whitman
Estoy por ponerme a escribir y enseguida me asalta en el cuerpo una sensación. Algo me inquieta, me pone a la defensiva. Enseguida la reconozco, es una sensación vieja zorra.
Es la sensación de tener que justificar quién soy, lo que hago (y cómo), lo que siento, lo que amo y de dónde vengo.
Cualquiera que haya nacido de este lado de la avenida Repartija de Oportunidades la conoce bien: el pobre tiene que demostrar que es honrado, que no es “bruto”, que no es delincuente. La mujer, que es buena madre, que no es puta, que es una santa que “se las banca todas”.
Conozco bien esa sensación, y la detesto. Me acompañó (y me visita) cada vez que he estado, de alguna manera, disputando un lugar que históricamente no me pertenecía.
Reconozco bien la vocecita de la escuela del disimulo, que indica que lo importante es que no se note: el diente torcido (o ausente), el acento callejero, la pared revocada, el barro en la suela, el consumo problemático.
–No hay problema con que usted sea pobre. Lo importante es que no se note. No da, no es cool. Salvo que usted sea una pobre obediente, que sabe disimular su condición, y sobre todo, que no incomode tocando “ciertos temas”.
*Esta es la introducción de una nota sobre Diego Maradora donde se analizan la figura desde varias aristas). Pueden completar la lectura en el siguiente link https://www.editorialsudestada.com.ar/imposible-apagar-tanto-diego/
Mi Diego // Claudio Gómez
Todos y todas tenemos un Diego. Porque si hay algo que Maradona dejó entre nosotros los mortales fueron versiones de sí mismo para que podamos servirnos como quien elige una pieza de sushi. Les dio argumentos a incondicionales y detractores, a fanáticos, tibios y neutrales. En esa maraña de Diegos, yo tengo el mío: el bochinista.
Mi Diego es aquel que en el Mundial de México le dijo a Bochini “pase Maestro, lo estábamos esperando”, esa frase que ingresó en la categoría de mito maradoneano pero que elijo creer.
Mi Diego es ese que con voz ronca, muy ronca, y cadencia pausada, muy pausada, le confesó al Bocha a través de un mensaje de wasap: “Con usted yo aprendí a sentarlos de culo, usted con los amagues, yo con la pelota”.
Mi Diego es el que cuando pisó el campo de juego del estadio de Independiente como entrenador de Gimnasia tomó el micrófono para gritar: “¡El Bocha fue mi maestro, mi ídolo! ¡El más grande del mundo!”.
Todos y todas tenemos un Diego. El mío es el que se bajó de la cruz para señalar a su creador.
¿Quién es Dios? // Cecilia Solá
A 62 año de su nacimiento y a dos de su muerte Diego Armando Maradona continúa encarnando la gloria y el horror, ídolo como síntesis de héroe y monstruo que no nos atrevemos a ignorar, ni siquiera aquellas que, como yo, hemos nacido y crecido sin la mística del fútbol en la sangre.
Todavía me incomoda escuchar a compañeras cantar sus loas y justificar sus crueldades.
Pero también me incomoda este aleteo en el pecho cuando lo veo bailar en la cancha o escucho- y tarareo- a las Pastillas preguntando Quien es Dios, porque me duele recordar que ese hombre, capaz de negar hijos y abusar mujeres es el mismo que se le paró de manos a Macri cuando quiso humillarlo como los poderosos humillan a los que creen vulnerables, el mismo que nunca dudó en apoyar a las Madres, el chabón que hizo chapa de las chapas que cobijaron su infancia, el que le dijo “vendé el techo, fiera” al gobernante del Vaticano cuando le quiso hablar de los chicos pobres.
Me duele Maradona, pero me duele más Mavys y el llanto de su madre detrás de la puerta.
Me duele la memoria de ese orgullo que sentí cuando gritó que “hay que ser muy cagones para no defender a los jubilados, pero me duelen más esas infancias que desconoció
Y me duele saber que al monstruo que se comió al héroe lo alimentamos entre todos.
¿Qué ves cuando lo ves? // Ignacio Portela
Cada vez que suena la canción de Divididos en una radio o aparece misteriosamente en mi cabeza pienso en Diego, en lo que pasó con él, con nosotros en estos años. ¿Qué vemos en él que nos identifica, que nos incomoda, que nos emociona? Para los adultos que pasamos los 40 -y tenemos en el fútbol un espacio de pertenencia- nos atraviesa de pies a cabeza. Seamos del equipo que seamos todos gozamos y lloramos con él, en las buenas y en las malas. Siempre hay una anécdota de una jugada en un mundial, un gol donde reencontrarnos con nuestro pasado, con los recuerdos felices, con las juntadas con amigos entre chocolatadas y picados hasta entrada la noche en cualquier casa que nos alojara. Es un espacio de nuestra memoria emocional que cuesta mucho cuestionar, cabe decir. A nadie le gusta que le quiten parte de su vida, eso es lo que muchos sentimos. Por eso cuando se cuestionan comportamientos de Diego fuera de la cancha nos resulta tan doloroso como saber la realidad de las mentiras piadosas que nos dijeron nuestros padres en la infancia. ¿Qué ve la gente en Diego? Creo que la gente que guarda ese recuerdo de felicidad ve en Diego el esfuerzo de alguien que salió bien de abajo, lo que cuesta ser alguien. No miramos el machismo en él –que lo tuvo y que muchos lo tenemos-, no reivindicamos las denuncias de abuso ni las avalamos. En Diego vemos un recuerdo vivo de muchas alegrías, de la felicidad popular nunca antes vista por una pelota y veintidós personas tras ella. Cuesta mucho explicar lo que genera en nuestras venas un gol, un campeonato o una derrota. Discépolo en “El hincha” logró expresarlo de forma genuina, le contó al mundo algo de eso. Igualmente lo hizo Fontanarrosa cuando dijo: “No me importa lo que Diego hizo con su vida, sino lo que hizo con la mía”. Creo que esa síntesis es la que veo, cuando veo a Diego, cuando recuerdo mi infancia en una canchita intentando imitar una gambeta.
Maradona: Del púlpito al banquillo // Natalia Bericat
Hablar del Diego es volvernos un poco anacrónicos. Tomamos el lazo de la verdad y le hacemos confesar al héroe sus crímenes cometidos: errores que no solo compartió Maradona, sino que son parte de una generación de varones absorbidos por el machismo y la misoginia. Mi viejo, el tuyo, tu abuelo, tu tío, el vecino de enfrente que está por cumplir 70. Todos cortados con la misma tijera de una generación que nos violentó, nos cosificó y entendió que salir con una pendejita era de ganador, de macho cabrío. El diez, el que hizo llorar a todos en el living de mi casa en el 86´, el que quisimos abrazar en el 94 cuando lo sacaban de la cancha estigmatizado como un adicto, el que se tatúo al Che en el brazo, también fue parte de esa jauría nacida a mitad de siglo. El impune, el intocable, el que se convirtió en monumento en mi pueblo y el que se hizo mural en el mundo entero.
Analizamos a Maradona desde el presente, con los lentes nuevos que el feminismo nos puso ante los ojos, con la certeza de que el que abusó, el que violentó, solo le cabe la justicia. No puedo, y ahora si tomo la primera persona, mirar al héroe impoluto sin pensar en las pibas, en esas que todos los días cuando escribo les digo: “yo te creo, hermana”. No puedo. Frente a esa memoria emotiva, de mi vieja haciendo nudos en los bordes del sillón (Poncio Pilato) para que el Diego meta un gol, me pesa el relato de una mujer que dijo que intentaron meterla adentro de una valija para sacarla de su país como si fuera una muñeca traída de alguna tienda europea de objetos preciados. El feminismo, el transfeminismo, me cambió la vida. Me hizo repensar mi propia historia y la de miles. Ya no podré mirar el mundo de la misma manera. Los héroes ya no serán tan héroes. Los mitos romperán las reglas del mito. Mi Maradona pasó del púlpito al banquillo, y allí todavía está esperando que la sentencia se burle de la muerte y lo traiga de nuevo como un semidios a quien, el talón de Aquiles, le sigue sangrando.
Una pelota de contradicciones// Natalia Carrizo
Una pelota de contradicciones, ángel roto, semilla que creció en el barro, goleador de derrotas, campeón, perdido…
Bebió en una copa de oro su sed de potrero. Jugó el partido de la vida, con faltas, gambetas, pases fuera de línea, y acaso alguna vez grito gol.