La luz mínima que desarma la noche. Somos la geografía humana que el país no ve en los mapas principales. Venimos del barro, de la caña cortada en la zafra, del yerbal espeso donde se encorva la espalda, del quebrachal que sangra resina, del monte chaqueño que resiste el desmonte, de la puna que enseña paciencia, de las sierras húmedas, de las chacras del sur, de los pueblos de calles de tierra y las casas levantadas ladrillo a ladrillo.
Llevamos en nuestra piel marrón, la memoria de lo que no entra en los discursos oficiales.
El álbum La vida era más corta de Milo J nos devuelve esa verdad colectiva que no es rencor ni nostalgia: es memoria activa, es la afirmación de que nuestra cultura, nuestra identidad y nuestro trabajo son cimiento de este país, de tantos.
En un mundo cada vez más oscuro donde muches se arrebatan y desesperan por tener el protagonismo progresista, donde se nos estudia y se nos usa para tesis y documentales, para aquietar consciencias que venden más si se muestran plurales, en un mundo que no nos mira a los ojos, que no nos deja hablar en primera persona, donde nos apagan la historia y las oportunidades, nosotres seguimos alumbrando como luciérnagas: pequeñas, tercas, invisibles a primera vista, pero encendidas en lo profundo.
Que no nos borren, que no nos nombren con sus palabras, que escuchen las nuestras, que no se pongan en nuestro lugar, que más bien se corran y nos dejen pasar al frente. Existimos, brillamos, resistimos. Somos la luz mínima que desarma la noche
