El 11 de diciembre del 2018 todos, todas, todes escucharon resonar el nombre Thelma Fardin. Hasta ese momento, esas doce letras simplemente representaban a una actriz que había interpretado varios papeles, entre los cuales estaba uno de sus mayores éxitos: Patito Feo. Una novela infantil protagonizada por su abusador, el actor Juan Darthes, quien se encuentra prófugo de la Justicia. Esa tarde de diciembre hubo un antes y un después. El pacto de silencio se quebró cuando Thelma dijo sus primeras palabras en una conferencia de prensa junto a la Colectiva de Actrices Argentinas. Relató su historia mediante un video que comenzaba con la frase: “Durante nueve años lo anulé para poder seguir adelante”. Pasaron casi dos años desde que los contratos sociales que mantenían a los violadores ocultos e impunes se resquebrajaron, pero la memoria corporal no se olvida de aquel día que marcó un hito para el feminismo argentino.
La actriz con cejas acentuadas y que, hasta ese momento, pasaba desapercibida en las marchas se convirtió en una referente, en una luchadora y en el ejemplo que permitió llevar a las mesas cotidianas y a los encuentros familiares los planteos que habían quedado relegados hace mucho tiempo. Todas habíamos sufrido un abuso y necesitamos ponerlo en palabras. La historia de Thelma se volvió la de todas. Y el silencio ya no era una opción.
¿Cómo se construyen puentes para abordar esta problemática desde el feminismo? ¿Qué sucede con los abusos que quedan sin condena? ¿Qué lugar ocupa la Justicia en todo este camino? ¿Por qué los abusos sexuales no se piensan vinculados a la salud? En la presentación del libro “Efecto Destape”, escrito por Magdalena Vitale Morillo y Dolores Ferré y editado por Sudestada, Thelma, autora del prólogo, responde algunas de estas preguntas y abre nuevos interrogantes para que estos temas de derechos humanos no queden en el olvido.
¿Qué sentís que destapaste el 11 de diciembre del 2018? ¿Cuánta relación hubo entre tu historia y la lucha por el Aborto Legal?
Yo creo que había una olla a presión que estaba ahí latente y que en algún momento se iba a destapar. Le tocó a mi caso, pero era inminente. Porque tenía que ver con el proceso social que seguimos dando, pero que en ese momento estaba en plena ebullición. Era eso que estaba debajo de la alfombra y que ya no aguantaba más. El tema del Aborto Legal Seguro y Gratuito nos permitió adentrarnos en todo este universo, en ese momento estaban las puertas del Congreso abiertas para charlar de estas cosas e inevitablemente esta cuestión se toca con el tema del abuso sexual. Ya de por sí se abordaba un tema como es el Fallo F.A.L (una sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación vinculada con un aborto no punible que tuvo origen en Chubut). Había ya algo ya en el aire y, por supuesto, la ola feminista no nació con el Me Too; este efecto destape sucedió porque había algo que se venía gestando. No somos las primeras, ni vamos a ser las últimas. No vamos a poder decir “bueno, hasta acá. Ya hicimos todo lo que queríamos y este es el final”. Entramos, ya había otras y vendrán otras y así constantemente. Se venía dando desde lo que pasó en Argentina en el 2015 y en Colombia con el tema del acoso callejero. Era algo que iba a llegar y que nos encontró unidas. No es algo que yo pudiese haber hecho sola.
¿Qué creés que se modificó socialmente? ¿Sentís que hubo un antes y un después?
Para mí es muy fuerte pensarlo así. Me acuerdo que esa tarde un periodista al que le había llegado la información de que íbamos a dar la conferencia decía: “Esto va a ser un antes y un después”. Yo lo hablaba con mi psicóloga y, en ese momento, las dos pensábamos que era una exageración esa manera de definirlo. Después, con el paso del tiempo, nos reímos porque el periodista tenía bastante razón. Ninguna de nosotras imaginó que sería un antes y un después. Obviamente que exponerse así hizo que la expectativa esté en un lugar importante, pero desde la idea de pensar que mi historia le sirva a alguien. A su vez, pensábamos que hubo tantos casos y que fueron tan bastardeados, que yo no tenía la expectativa de que sea un antes y un después. Además, hubiese sido muy complejo para mí, porque imaginate si no pasaba. Hoy por hoy, con lo expuesta que estoy, por supuesto que esto tiene un aliciente de que haya servido para tanto. Las represalias vienen siempre y yo sabía. Cuando escribía en este contexto de aislamiento para el prólogo de Efecto Destape me di cuenta de que esto sigue siendo una onda expansiva y no deja de sorprenderme cuán grande es y cómo sigue haciendo eco.
¿Qué creés que tiene que cambiar para que la sociedad esté preparada para abordar estos casos?
Avanzamos mucho. Creo que a partir de mi caso, crecimos. Además, la cuestión de que haya sido en diciembre hizo que el tema estuviera en las mesas familiares y que muchas generaciones distintas hablaran de esto al mismo tiempo. Entonces tenías a las pibas que están totalmente atravesadas por la situación pudiéndose sentar con su papá o con su tío a decirles lo que estaba pasando. Me pasó que muchas me han dicho “no sabés la cantidad de veces que tuve que defenderte ante las barbaridades que decían sobre vos”. Y yo creo que esa gente ya no me va a escuchar ni va a cambiar su forma de ser. Pero no hay que perder de vista que tenemos la posibilidad de darle cada vez más herramientas a esos pibes y a esas pibas que están interesados en la temática y que después pueden debatir en el mano a mano con alguien que me ve como lejana y que no entiende que soy una persona de carne y hueso que pasó por algo así. Crecimos mucho, estoy segura de eso. Sobre todo en relación a la empatía, pero, de todas formas, históricamente siempre que hay una avanzada del feminismo hay una reacción muy potente desde los sectores más antiderechos. Creo que hoy estamos en ese proceso. Ni hablar con el aislamiento y con la imposibilidad de pelear la agenda desde la calle, que es lo que mejor sabemos hacer.
¿Y qué pasa con la justicia?
Hubo un salto. Hubo una evolución en la conciencia que se va a terminar de ver plasmado en las generaciones más jóvenes. Pero después tenés todo un tema con la justicia que es muy complejo. Me alegra que hayamos hecho ese cambio desde la sociedad, porque es casi el único bastión en el que se puede confiar en este proceso. Cuando vas a la justicia hay que trabajar horrores para que algo cambie. No hay que perder de vista que el 97 por ciento de las denuncias por abuso sexual quedan sin condena. ¡97! Y no hay 97 por ciento de personas inventando una historia terrible para tenerse que hacer pericias de todo tipo. Lo que hay es un sistema que perpetúa la impunidad. Entonces, frente a eso, corremos el peligro de que la sociedad se constituya como jueza. No digo que ese sea el camino, pero ante tantos agujeros legales, empieza a pasar un poco que el único refugio es la sociedad.
¿Sentís lo mismo en relación a los medios de comunicación?
A mí me impresiona. En este aspecto hubo un avance, pero nuevamente ahora siento un retroceso en cómo abordan los temas. Obvio que esta cuestión va de la mano con muchas otras cosas y que tiene mucha relación con lo que está sucediendo como fenómeno político en todo el mundo. Argentina no está exenta de eso. Creo que ahí hay algo de lo discursivo que está en retroceso y va en línea con los mismos que dicen bestialidades en relación a cualquier tema que sea del ámbito de los derechos humanos y que lo titulan como un “curro”. Este tipo de causas, las de abuso sexual, quedan pegadas a esas modalidades e inevitablemente la enunciación se torna cada vez más bestial y derechoza. Y no entendés el porqué, porque esta batalla ya la habíamos dado, ya tenía una conclusión. Pero nuevamente tenés titulares asquerosos y perversos.
Hace algunas semanas vimos una nota en el Diario Clarín que hablaba de tu vuelta al cine de una manera revictimizante, ¿sentís que se te exige más por el rol que ocupaste?
Sí. A mí me impresiona porque por supuesto tiene un costo emocional y es desgastante. Pero lo que más me preocupa es que a través de mi figura es muy fácil adoctrinar a otras pibas. Porque en mi imagen convergen una cantidad de cosas, que puedo ser o no serlas y que me exceden por completo, pero hay figuras que quedaron pegadas a mí y a esta situación. Inevitablemente cualquiera de ellas puede pensar: “Mirá lo que le están haciendo a esta piba que contó su historia”. Entonces ahí está la cuestión peligrosa. Yo puedo tener las fuerzas, las ganas y el entorno para seguir adelante, pero el tema es el mensaje que se da con eso. Indefectiblemente conmigo la vara es mucho más alta y no así con los abusadores. Pero esto siempre fue de esta manera, tanto para las víctimas que no pudieron contar su historia como para las que sí pudimos hablar. Siempre el foco está puesto en lo que hizo la mujer. A mí lo que me indigna es que los medios tienen la posibilidad de hablar y de contarle a la gente sobre las dificultades que hay a la hora de judicializar estos casos, pero hacen todo lo contrario. Ya de por sí para iniciar este proceso tenés que tener una consulta con un abogado o abogada, ese es el primer obstáculo. Si no tenés esa plata, ¿qué hacés? Después, está la cuestión de que los delitos prescriben. Entiendo que hay una cuestión de derechos humanos ahí que es compleja, pero el tema es que vos muchas veces lo querés contar no para que el tipo vaya preso —hay quienes sí y quiénes no— sino porque querés hablarlo, y no podés porque tenés un bozal legal y te pueden hacer una denuncia por calumnias e injurias o daños y perjuicios, tanto en la Justicia Civil como en la Penal. Yo cuando empecé este recorrido no sabía ni que había dos formas de justicia con tanta certeza y claridad. Esto también se le exige a todas las víctimas, no solo a mí por ser comunicadora. Se les pide hablar bien y rápido, porque el tiempo no lo dictan ellas. Y cuando lo cuenta, no tienen que tener deudas económicas, porque si no no les creen, como si una ganara plata, cuando en realidad una invierte plata. Porque luego, cuando hay que constituirse como querellante necesitás diez mil dólares. Ponés plata, ponés tu cuerpo porque te hacen pericias de todo tipo: psicológicas, físicas —aunque hayan pasado 10 años —. Es un nivel de revictimización muy violento en todo sentido.
Así y todo, ¿creés en la justicia?
No es una cuestión de fe sino ideológica. Yo creo que tengo la posibilidad y los recursos para hacer el intento y el esfuerzo —hasta donde me de el cuerpo—. Hay que agotar esta instancia porque es a donde nos mandan. Te dicen: “Bueno, andá a la justicia”. Lo que suceda ahí sienta un precedente. Pero en este caso en particular, que hay tantos ojos puestos, es necesario que sea un caso testigo y que se muestre cómo nos trata y qué nos hace la Justicia. Yo estoy cansada de escuchar que me manden a la Justicia. No tengo ocho años para esperar una resolución, ya hace dos que estoy esperando, más lo que me costó reponerme de eso. Creo que son caminos distintos: desde lo ideológico, porque esto no puede ser una anarquía, no podemos dejar de creer en la Justicia como institución, hay que trabajarla; por otro lado, hay que construir espacios desde el Estado y la sociedad civil para que nos contengan, y sobre todo hay que poner el foco en que los casos de abuso sexual son una cuestión de la salud. El proceso de sanación no tiene que ver con lo que la Justicia dictamine. Si es por eso, el 3 por ciento de las denuncias que llegan a algún tipo de sentencia son las que tendrían una solución y hay muchísimas mujeres que siguieron con su vida y que encontraron formas de sanar. La mayoría son las que tienen recursos económicos para hacer una buena terapia. Por eso digo que es importante la cuestión de la salud para todas esas mujeres que no pueden acceder por sus propios medios a un buen tratamiento.
¿Creés que no hay una única manera de sanar estas cuestiones?
Sin duda, no hay recetas. A mí me toca una responsabilidad muy grande cuando los periodistas buscan esa respuesta a la pregunta “¿qué le dirías a las mujeres que sufrieron un abuso?” No, yo no puedo decirles nada porque sería una boluda si creo que hay una receta. Es mucho más complejo que eso. Por supuesto, no hay que perder de vista que yo tengo un montón de privilegios por ser mujer blanca, hegemónica, de clase media. Yo no puedo hablar en nombre de todas las que sufrimos abuso. Si sirvo como faro para un par, gol. Lo que sí puedo hacer, más que hablar del tema, es contar cuál fue mi historia. Con mis posibilidades y mis conocimientos.
¿Cuán importante fue el movimiento feminista para curar esa herida?
El feminismo fue ese paraguas que me abrazó. Hay una cosa en Twitter muy graciosa que es esta pregunta que dice: “¿dónde están las feministas?” No sé, en su casa. También estamos en pandemia. No somos la mujer maravilla que ante cualquier cosa que pasa tenemos que estar. Igualmente hay algo que es muy increíble y es la red de mujeres: que unas mujeres estén hablando con otras sobre lo que les pasó sirve de colchón de contención, te corre de ese lugar de que vos sos la única loca a la que le pasó. Cada vez hay más construcción en los barrios, en la sociedad y no necesariamente desde los espacios gubernamentales. En general, son las minas las que se organizan en su comuna y las que plantean “juntémonos y hagamos algo con esto”. Tenemos que entender al feminismo como un lugar de libertad y refugio a todas las violencias que recibimos. Más allá de que nos estemos cuestionando todo todo el tiempo, no puede ser algo que se nos vuelva en contra y que nos puedan salir a decir: “no, pero vos que sos feminista”. Bueno, pará. Ordenemos los temas. Nosotras primero somos feministas porque venimos de sufrir abusos de todo tipo y porque somos las oprimidas. El feminismo es eso, una red y la idea de armar redes para contenernos. Sobre todo porque creo que se viene un momento muy duro, una embestida muy grande hacia las mujeres y hacia el avance de los derechos humanos. Esa es la única receta. Estar unidas.