El último tramo del mes confirma un presente de calamidades ambientales multiplicadas e interrelacionadas. La gestión de Alberto Fernández sigue acentuando el extractivismo como política económica y el desastre pinta el paisaje de fracking, hidrovía y mega granjas para cerdos chinos.
Por Patricio Eleisegui
El desastre no comenzó ahora, este mes, pero este final de julio merece ser observado como otro lapso clave en la era de la Argentina de los gobiernos extractivistas. El período que se va representa una prueba cabal de que transitamos una instancia de calamidades multiplicadas e interrelacionadas con capacidad para modificar de forma irreversible la realidad que hoy conocemos.
Hablar de las catástrofes ambientales como temas puntuales, separados, y si se quiere acotados, es referirnos a un pasado a esta altura lejano. En este mundo de pandemia los cataclismos se convocan mismo día y misma hora.
Tiembla Vaca Muerta por el fracking, el Paraná deviene en desierto de Atacama y alguien prende fuego otra isla para apilar animales y transgénicos. Miden los terrenos para instalar mega granjas porcinas mientras sangran los salares para llenar la batería del auto verde del primer mundo urbano.
En sincronía vuela la cordillera para apilar más oro en cajas de seguridad occidentales mientras el jarabe de maíz de alta fructuosa gotea como falsa miel sobre un pan que mañana tendrá sabor a glufosinato de amonio.
Ya no hay más un Monsanto y una Barrick. La familia se agrandó al compás de la escasez que engorda el valor de la biodiversidad que aún queda por explotar. Los nombres ahora son tantos como los territorios que se inventan para uso económico: hay que exprimirlo todo.
Los actores que encabezan esta oleada que arrasa renuevan estrategias y operan de forma coordinada. En el capitalismo actual competir está pasado de moda.
En la Argentina de los últimos 30 años, a las corporaciones del saqueo la puerta se les ha abierto siempre desde adentro. Así en la tierra como en el mar: fíjense nomás lo que ocurre con las concesiones para explotaciones offshore de hidrocarburos y el accionar de la flota ilegal china, que depreda el Atlántico Sur desde hace dos décadas y ningún gobierno presentó jamás una protesta formal contra la potencia asiática.
El resultado de este proceso queda a la vista en meses como este que concluye. En la proliferación del daño y la intención política manifiesta de intensificarlo. En la decisión oficial de anular cualquier atisbo de resistencia social a esta tendencia económica que habla el lenguaje de la extinción. En una predilección por la entrega que ya es bandera de gestión.
Vaca Muerta es la que tiembla
Julio cierra a todo sismo en Vaca Muerta, el reservorio de hidrocarburos no convencionales que concentra gran parte de la apuesta extractivista que vienen motorizando los últimos tres gobiernos.
El 16 de julio comenzó la última gran oleada de temblores. Sumaron 60 en apenas 10 días. El tenor de los movimientos fue tal que estos ocuparon espacio en medios de comunicación que, siempre alineados con las petroleras, suelen omitir cualquier referencia a la situación telúrica en esa zona de la Patagonia.
El vínculo entre estos sismos y la profundización del fracking, que acumula dos meses records de fracturas, es indiscutible. Y las pruebas científicas emergen con potencia cada semana.
Como ya expuse en una columna reciente, la técnica en cuestión combina lo más nefasto de la mega minería con lo peor de la extracción petrolera. Dilapida recursos esenciales, pone en estado de inestabilidad a toda la estructura geológica de la región donde se realiza, incluso trae a la superficie materiales radiactivos con atributos para instalar una contaminación permanente.
“El fracking es un problema y la inducción sísmica es una parte de ese problema. La otra parte es la contaminación y esta es una decisión de un país de practicarlo o no. (La fractura hidráulica) está asociada a la inducción sísmica, tiene que ver con que se inyectan aguas y hay fracturas en profundidad que se lubrican por efecto de esa inyección”, declaró Andrés Folguera, investigador del CONICET y titular de la Asociación Geológica Argentina, durante la tercera semana de este mes.
Martín Álvarez Mullally es investigador del Observatorio Petrolero Sur. En una recorrida reciente por Sauzal Bonito, una de las localidades más afectadas por los sismos, dio cuenta de lo que sufren las 300 familias que habitan ese espacio a orillas del río Neuquén.
“El pueblo está rodeado por las áreas Fortín de Piedra, de Tecpetrol; La Calera, de Pluspetrol; Rincón del Mangrullo y La Ribera, de YPF; Aguada Pichana Oeste, de PAE; Aguada Pichana Este, de Total Energies; y El Mangrullo, de Pampa Energía. Algunas de estas áreas de hidrocarburos no convencionales están en etapas masivas de perforación y fractura, otras están saliendo de la fase de exploración”, detalló en un artículo publicado en la Web de la organización mencionada.
“A diferencia del enjambre sísmico del 2019 –en enero de ese año se sucedieron 36 sismos en menos de dos días–, ahora los habitantes no tienen dudas, las petroleras son las responsables”, señala. Para luego exponer que, “además de los daños en las viviendas, el desmoronamiento de rocas pasó a ser un problema cotidiano para la población a causa de los sismos.”
Otro referente ineludible a la hora de entender lo que ocurre en esa área del Sur es Javier Grosso, investigador del Departamento de Geografía de la Universidad Nacional del Comahue. “Hace tiempo venimos sosteniendo que los sismos de Sauzal Bonito y Añelo tienen consecuencias geomorfológicas en la región, que aceleran procesos de remoción en masa, caída de acantilados y rocas de los frentes de barda”, me comentó en un intercambio reciente.
Esta semana, Silvana Spagnotto, sismóloga de la Universidad Nacional de San Luis y el CONICET, habló de las implicancias de estos movimientos.
“La sismicidad se fue moviendo, los teníamos más al sur y se fueron al norte. Hay que tomar en cuenta que estos temblores pueden activar otras fallas. O sea, disparar otros sismos que pueden generar deslizamientos y otros riesgos”, dijo
Spagnotto me compartió material inherente a una charla que mantuvo durante la segunda mitad de julio con Sebastián Correa-Otto, también del CONICET y docente en la Universidad de San Juan. En ese registro, el experto sostiene que el fracking incluso puede originar sismos en puntos alejados de las zonas donde fracturan las petroleras.
“El pensamiento común es que tiembla donde se está trabajando. Y no necesariamente es así. Podés registrar un sismo donde no hay ninguna empresa trabajando o nada de actividad. Y este puede tener relación con algo que se hizo dos o tres meses antes en otra zona, pero que activó la falla. El cambio del stress es a nivel de toda el área”, indicó Correa-Otto.
El chiquero de China
Este mes también fue el de la confirmación del interés del Gobierno por avanzar con el acuerdo de provisión de carne de cerdo a China.
La intención gubernamental es instalar 25 granjas con 12.000 madres. La multiplicación da como resultados 300.000 hembras, misma cifra incluida en el texto concebido el año pasado. La meta también es la misma: proveer a China de al menos 900.000 toneladas anuales de carne porcina.
En su concepción, el régimen de producción intensiva que encarnan las mega granjas como las que se buscan oficializar fija 2 partos por madre al año. Las cerdas dan a luz un promedio de 10 lechones por parición. O sea que, sólo en términos de crías, la iniciativa que se busca acordar con China redundaría en el nacimiento de 6 millones de animales al año.
El proyecto para proveer de carne de cerdo a China está concebido para resultar desplegado en zonas donde ya se hace cría intensiva de ganado y producción de transgénicos de soja y maíz. Contempla un uso diario de 1,5 millones de litros de agua por granja y se desplegará en zonas del país habitadas, con redes ferroviarias en actividad, caminos asfaltados y suministro eléctrico estable.
La exigencia de agua en abundancia, mano de obra cercana y áreas cultivadas con transgénicos –esto, por el tipo de alimentación que se utiliza en las explotaciones de animales a gran escala–, son ítems que reducen aún más el mapa de posibilidades.
De la mano de su gobernador, Jorge Capitanich, Chaco dio la nota esta semana tras informar de forma oficial que entre agosto y septiembre enviará al gigante oriental su primer embarque de carne porcina.
La tarea la llevarán a cabo sendas empresas chaqueñas del rubro que, silenciosamente y desde mediados del año pasado, vienen ampliando sus estructuras. Mientras, el Estado provincial avanzará con el desarrollo de 3 mega granjas, con 2.400 madres cada una, en sociedad con la firma Feng Tian Food.
¿Por qué estos acuerdos son un atentado socioambiental? Como expuse en una columna reciente, el ganado porcino no absorbe la totalidad de los nutrientes que consume y excreta del 45 al 60 por ciento del nitrógeno que incorpora por alimentación, entre el 50 y el 80 por ciento del calcio y el fósforo, y expulsa del 70 al 95 por ciento de una batería de elementos: potasio, magnesio, sodio, cobre, zinc, hierro y manganeso.
“Estos residuos son altamente contaminante para los cuerpos receptores (agua, aire y suelo). La excreción exagerada de nitrógeno puede contaminar el suelo y el agua y dar lugar a la producción de óxido nitroso, un gas de efecto invernadero que se libera en el aire a partir del estiércol”, aporta un documento de Greenpeace México.
“… del total de nitrógeno suministrado a los cerdos en forma de proteína de la dieta, únicamente entre 20 y 40 por ciento es retenido por el animal, el excedente (60 por ciento) es excretado a través de las heces o la orina en una sustancia denominada purín, con potencial para contaminar las aguas”, añade.
“La presencia de nitratos (NO3) en los sistemas públicos de abastecimiento de agua representa un riesgo sanitario, ya que pueden producir nitrosaminas, sustancias que aumentan el riesgo de cáncer de estómago y afecciones respiratorias, así como metahemoglobinemia (o síndrome de los niños azules)”, completa el trabajo.
Damián Verzeñassi es director del Instituto de Salud Socioambiental en la Facultad de Medicina de la Universidad de Rosario. Su conocimiento es clave para entender la posibilidad de debacle sanitaria que alienta el tejido de mega granjas porcinas que tanto seduce al oficialismo.
“El 60 por ciento del total de enfermedades infecciosas que afectan a los seres humanos tienen un origen animal. Y cuando analizamos específicamente las enfermedades emergentes, encontramos que el 75 por ciento tienen potencial para afectar a más de una especie animal. Zoonosis es el nombre que reciben estas enfermedades infecciosas que se transmiten de los animales vertebrados a los seres humanos”, me explicó en una charla online que mantuvimos hace escasos meses.
Sin dejar de citar literatura científica, Verzeñassi sostuvo que los cerdos en particular “albergan el 50 por ciento de los virus con potencial zoonótico”.
En nuestro intercambio, el experto remarcó que los métodos industriales de cría de animales genéticamente homogéneos, a partir del hacinamiento que caracteriza al modelo de mega granjas, “propician condiciones para que la tasa de contagio frente a una patología infectocontagiosa sea mayor de lo que correspondería a situaciones de no hacinamiento”.
Nada natural, esa bajante
La cuenca del Paraná atraviesa su bajante más dramática de los últimos 77 años. Brotan las imágenes que exponen el desastre: personas caminando en el lecho devenido en desierto de arena frente a la capital entrerriana. Embarcaciones clavadas a la tierra, muelles a la nada, derrumbes de barrancas y costas, islas que se parten al medio.
Están quienes sólo se fijan en lo insólito de un río que de pronto no está. Un detalle: la cuenca del Paraná es considerada la segunda más importante de Sudamérica detrás de la que comprende al Amazonas.
Precisamente lo que ocurre en Brasil está entre los aspectos que tallan en la situación actual del río nuestro. La tala indiscriminada en el país vecino viene modificando de forma acelerada los regímenes de lluvia que alimentan los caudales que dan vida al Paraná. Las precipitaciones son más abundantes que hace 20 años, pero acotadas a una menor cantidad de días.
Organizaciones brasileñas como el Centro Nacional de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales (Cemaden) y el Centro de Ciencia del Sistema Terrestre del Instituto de Investigaciones Espaciales (INPE) vienen documentando este cambio.
El desmonte también impacta en la generación de humedad, lo cual estimula aún más el calentamiento global.
Después está la cuota extractivista local: sobredragado para intensificar la salida fluvial de minerales, transgénicos, carne y productos industriales.
Consulté a Rafael Colombo, miembro clave de la Asociación Argentina de Abogades Ambientalistas, respecto de lo que ocurre en la cuenca.
“La bajante histórica del río Paraná es el resultado de una serie compleja y diversificada de intervenciones antrópicas asociadas a la expansión del extractivismo agroindustrial, ganadero, forestal, fluvial y minero, durante las últimas tres o cuatro décadas”, explicó.
“Por otro lado, los eventos climatológicos extremos, como las prolongadas sequías que se alternan con concentradas lluvias, también contribuyen a la intensificación de la bajante del río. Brasil y Paraguay atraviesan por sequías extraordinarias y, además, poseen indicadores alarmantes en cuanto a deforestación”, afirmó.
Colombo no dudó en hablar de “sabanización” para referirse al proceso que atraviesa el Paraná. Señaló que a este estadio hay que añadir “la sabanización de humedales como el delta, agravada por la deforestación masiva en el Gran Chaco y otras provincias limítrofes, los miles de embarcaciones y los millones de toneladas de mercaderías que se transportan por el cauce del río, y las obras de dragado y sobredragado en el marco de la denominada Hidrovía Paraná-Paraguay”.
Siempre según el experto, tampoco debe olvidarse el efecto adicional de factores negativos como las industrias que descargan efluentes en la cuenca, la aplicación de millones de litros de agrotóxicos en los campos linderos al Paraná. Y ni hablar de la especulación inmobiliaria y los emprendimientos urbanos que avanzan sobre humedales, islas, riberas y barrancas.
“Urge restringir cualquier tipo de actividad que agrave la situación de stress hídrico por la que atraviesa el río. Es conveniente extender y ampliar las vedas pesqueras, frenar cualquier forma de dragado, cancelar la extracción de arena silíceas para ser usada en las fracturas hidráulicas de Vaca Muerta y, finalmente, suspender de forma inmediata cualquier actividad que genere más deforestación masiva en las provincias que recorre el Paraná”, recomendó.
En pleno transcurrir dantesco, emergen organismos que reconocen la gravedad del problema. Y se animan a pronunciar el nombre de los desencadenantes. Juan Borús, subgerente de Sistemas de Información y Alerta Hidrológico del Instituto Nacional del Agua (INA), hizo pública una lectura del desastre que coincide con la mirada de Colombo.
La bajante, argumentó Borús en sendas declaraciones efectuadas en los últimos días, es producto de una “variabilidad climática más potenciada, la manifestación más evidente del cambio climático”. A ello le sumó “los cambios de usos del suelo en las cuentas del Plata y del Paraná”.
“La condición de bajante extrema seguirá durante lo que resta del año, al 31 de diciembre seguiremos hablando del tema porque el escenario no tiene visos de mejora”, avisó.
La preocupación por la autopista de la exportación, tal como entienden los gobiernos al río Paraná, es el gran disparador de la reciente decisión oficial de declarar el “estado de emergencia hídrica” en la región de la cuenca.
Algo más para tener en cuenta: quienes siguen la situación nuclear de la Argentina advierten que, si la bajante se profundiza tal como se pronostica, probablemente suceda la parada de las centrales Atucha I y II. La pregunta que sigue es cómo se logrará mantener frío el núcleo de los reactores, aspecto que requiere de varios metros cúbicos de agua por segundo.
La opción inicial que baraja el oficialismo es dragar y dragar. La otra: instalar bombas extractoras de refuerzo.
Por si queda algo por quemar
En este final de julio, si algo le faltaba al Paraná para completar el anillo del desastre, eso era el calor de las llamas.
El fuego en el delta regresó con el ímpetu de los peores meses. Al menos 1.700 hectáreas se volvieron ceniza sólo esta última semana. De enero a esta parte, la quema intencional suma 50.000 hectáreas sólo en las islas distribuidas en el extremo sur del Paraná. Villa Constitución y Villa Gobernador Gálvez, entre las localidades que respiran el humo.
En 2020 el fuego provocado arrasó 300.000 hectáreas en esa zona del país. El Observatorio de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) pronostica que 2021 cerrará con un récord de 400.000.
Una hectárea equivale a una manzana. Saquen la cuenta.
“Hay distintos móviles respecto a los incendios, pero el objetivo es que hay un cambio en el uso del suelo: desarrollo inmobiliario, agropecuario y nuevos terrenos que aparecen por la baja del río”, afirmaron expertos del organismo. En la última semana se detectaron algo más de 7.250 focos dispersos, método típico al que apelan los incendiarios para provocar un fuego mayor.
“Está situación crítica se agravó con los incendios intencionales, que en el último año y medio arrasaron casi medio millón de hectáreas. Lo preocupante es que estos incendios continúan ocurriendo y aún no hay un solo responsable detenido”, dijo Colombo al respecto.
El acumulado de desastres es copioso y predomina el rasgo expansivo en su comportamiento. La presión ambiental incesante coloca a los territorios en situación de colapso y este asomarse al precipicio se acentúa a partir de rumbos económicos como el vigente. La política sigue dando muestras de que hará todo lo posible por no cambiar de dirección.
Queda la respuesta social, la resistencia de colectivos, organizaciones, comunidades, personas en general. Y eso es lo que también se hace visible, a la par del drama ecológico. Las luchas por el buen vivir.
Que se multiplican, tanto como las catástrofes. Que se reconocen, combinan. Y apuntalan la idea-sentimiento de que, si se le pone coto al extractivismo, habrá tiempo suficiente para empezar a recuperarlo todo.