Ser espectadora de Okupas, veinte años después

Por Mercedes I. Bruno

Hace unos días volvimos a ver Okupas en casa, somos una pareja de cuarentones cis; la serie nos interpeló tanto que se convirtió en nuestro tema de conversación de las últimas semanas. Okupas nos hizo revivir la juventud, nuestros veinte y los de nuestros/as amigos/as ¿Qué hacíamos nosotros/as en el 2000, mientras todo estallaba? ¿Por qué Okupas sigue estando vigente?
Hablar de la excelencia de la dirección, de las notables actuaciones y manera magistral en que se muestra la vida de los jóvenes del 2000 sería una obviedad. Entonces trabajaré tres ejes: la ciudad, la educación y las mujeres.

La ciudad

“Ignoro porqué, en efecto, me conducen mis pasos allí, y voy(… )
sin una razón precisa, sin nada que me decida a hacerlo
más que esa oscura seguridad de que lo que tenga que pasar ocurrirá allí”
André Breton. Nadja (1964)

Okupas propone un recorrido urbano, un merodeo al mejor estilo surrealista: observar, experimentar y caminar hasta que los pasos lleven a donde los conduzca el destino. Los personajes transitan la gran ciudad. Se muestra la multiplicidad, las distintas Buenos Aires que hay en Buenos Aires: la heterogeneidad y la violencia. 
La forma en que la policía saca a los primeros ocupantes de una casa enorme, precaria y superpoblada. Mientras se ven niños escondidos en la heladera para evitar el desalojo, otros personajes propician el vaciamiento de la casa para hacer un negocio inmobiliario. Estos personajes nunca necesitaron de la casa como “hogar”. Primera postal de la Capital Federal, el problema del acceso a la vivienda, tanto de sectores populares como de sectores medios; veinte años de una crisis habitacional en la ciudad que está lejísimo de solucionarse, uno de los aspectos que mantienen la vigencia temática de la serie.
El recorrido urbano de Ricardo es una conquista; a medida de avanza la acción dramática, él recorre espacios que desconocía: el Docke, la calle, baños inmundos de la costa de Quilmes. Transitar espacios y experimentar cosas nuevas no es gratis, y Ricardo paga el precio: es violentado por Peralta, por el Negro Pablo, hasta que de a poco “aprende” las reglas del juego. 
Su recorrido por Plaza Houssay es la condensación de su transformación. Ricardo había sido estudiante de medicina, había transitado por Plaza Houssay muchísimas veces, pero después de la experiencia de la ocupación, la marginalidad y el peligro, resignifican la plaza. Ricardo deja de ser un proyecto de médico para ser un ladrón de poca monta; los espacios son otros. Se vuelven violentos, dejan de ser el decorado de una vida burguesa, para ser el lugar de la acción, en donde la vida y la muerte parecen estar mucho más cerca que antes.
Es muy difícil para mi generación no vincular el merodeo urbano de los Okupas, sus búsquedas, sus vivencias y su música con la tragedia de Cromañón, que se produjo en el 2004. Algo del orden de “cuanto peor, mejor” o de “la cultura del aguante” se legitima en esos tiempos y, por supuesto tiene consecuencias. En Cromañón y en Okupas se ven zapatillas apiladas y vacías; recorridos urbanos interrumpidos para siempre. La dicotomía de una ciudad bellísima para algunos/as y una trampa mortal para otros/as. Pareciera que estar de un lado o del otro es, maquiavélicamente, un acto del azar.
¿Quién transita la calle? ¿Quién vive y quién muere en la calle? Esas preguntas son el quid de la cuestión. La casa le cuesta la vida a Chiqui, pero  podríamos decir que algo de Ricardo, Walter y el Pollo, también muere con él.

La educación

“Nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo,
las personas se educan entre sí con la mediación del mundo” 
Paulo Freire. Pedagogía del oprimido. (1968)

La educación es otro eje que trabaja la serie; es una marca distintiva entre unos y otros. La Ciudad y, como dice Freire, la mediación con el mundo son una forma de aprendizaje permanente para los personajes.
Ricardo fue un universitario y aunque haya abandonado sus estudios, su tránsito por la facultad lo posiciona en un lugar distinto respecto a sus amigos. Es el único que vincula el consumo de drogas con la experimentación científica, sólo él sabe quién es Freud. Sólo él conoce que en el Teatro General San Martín hay algo más que buenos baños públicos. Ricardo desanda sus pasos en el sistema educativo formal y camina hacia otra educación, la que da la calle, la del día a día, la supervivencia. En ese sistema es él quien está menos curtido; su exceso de inocencia pone en riesgo a todo el grupo.
La educación atraviesa la vivencia de los personajes. El nexo original entre Ricardo y el Pollo es haber sido compañeros de escuela, Walter se sorprende cuando el Pollo le cuenta que llegó a séptimo grado. Nuestro sistema educativo obligatorio, gratuito y laico, uno de los sistemas educativos más inclusivos que conozco, permite el acceso irrestricto pero no la permanencia. La continuidad en el sistema educativo es una marca de clase y “la desconfianza” sobre el mencionado sistema aparece como un privilegio.
Hay una escena notable, en la que Ricardo pasea con Sofía, quien primero fue la hija del vecino Peralta, y ahora es su novia. La chica está estudiando para terminar el secundario, Ricardo bromea y le saca los libros. Afirma que él ya conoce cómo es la educación y que no sirve para nada. Ella con determinación le pide a Ricardo, que no le diga eso a su hijo:
“Vos acá estás de vacaciones, pero cuando vos te vayas yo me quedo”, agrega Sofía.
El desánimo, la sensación de fracaso es para quienes parten desde algún lugar: para los que no, el camino es largo, complicado y de “riesgosa innovación”. Ella estudia siendo adulta y con un hijo a sus espaldas. Lejos de comprar regalos para una hermanita, la novia de Ricardo sabe que tiene pocas cartas para jugar y que distraerse en una mano, le puede costar no volver al paño, nunca.
Otra explicación de la vigencia de la serie es el cuestionamiento a la meritocracia; el trabajo y el esfuerzo son importantísimos, pero no alcanza. Sí, Okupas es la serie de la tristeza y “la caída” de un grupo de jóvenes. Aún en ese contexto la educación es un elemento de transformación social.

Las mujeres

“El primer deber de una mujer escritora es matar al ángel del hogar”
Virginia Woolf. Un cuarto propio (1929)

Los personajes femeninos de la serie reflejan el clima de época. Mi generación creció viendo personajes femeninos que eran “buenas o malas” madres, suegras o novias, pero nunca protagonistas de series u obras que contaran los avatares de la vida de una mujer en la que se excediera un rol de madre, suegra o novia; o se plantearan elecciones que no tuvieran que ver con ese trío. Ni las mujeres de Okupas, ni la construcción de las masculinidades en la serie escapan a esa dinámica. 
Ricardo, Walter, Pollo y Chiqui se llaman “las chicas” como una burla, el cuestionamiento sobre la homosexualidad es una broma entre amigos. No obstante, cuando está en boca de alguien que no es del entorno como “El negro Pablo”, pasa de ser un “chiste” a ser una amenaza real. Esto se evidencia en el capítulo “El mascapito”, cuando se materializa el peligro latente de la violación, que es impedido por el grupo de amigos. Allí aparece una figura femenina, “una abuela” que toma cerveza en un rincón y que se ríe desenfadadamente de los sucesos que padece Ricardo. Él observa la participación de la señora; es espectadora y pareciera disfrutar la situación. De alguna manera, Ricardo con desesperación espera que la siniestra presencia de esa “abuela” impida el pasaje de la violencia psíquica que está sufriendo a la violencia física, que se desencadenará después, puntualmente cuando ella abandona la silla en la que estaba sentada. La mirada de Ricardo en ella pone en juego el estereotipo de la mujer en el rol de cuidado; que no se cumpla es otro factor que desorienta al personaje.
Ser mujer o ser gay en el imaginario masculino y juvenil es una forma de la otredad; la serie presenta los roles femeninos en lugares periféricos. Ellos protagonizan, experimentan, ríen, hablan; el lugar de enunciación de Okupas es “nosotros, los varones jóvenes” en la ciudad. Las mujeres se circunscriben al ámbito doméstico: madres como  la mamá de Pollo, abuelas como la abuela de Ricardo y novias, como Sofía. 
Todas ellas son observadas y rescatadas de una manera sui generis. Pollo intenta sacarle las pastillas a su madre, aunque no lo logra. Se refiere a ella como que siempre está empastillada. Se pone en juego la doble moral, por un lado experimentar con drogas ilegales conduce a recorridos urbanos periféricos, por otro lado consumir drogas legales está aceptado. Esos consumos pueden convivir con los sillones en el living de una casa de familia.
Ricardo se vincula con mujeres frente a necesidades concretas. Al principio busca amparo en la casa de su abuela, luego consigue la casa a través de su prima Clara y, finalmente se vincula con Sofía, la novia. Entre ellos se establece una relación de reciprocidad: ella conoce la marginalidad y va a acompañar a Ricardo en ese recorrido, que es novedoso para él. Como contraparte, se sugiere que el noviazgo representa algún ascenso en la escala social para Sofía. Evidenciamos esto en el recorrido burgués -y como señalamos en el primer ítem del análisis- a través del cual Ricardo le muestra a Sofía cuál había sido su pasado, la casa de sus padres, la casa de la abuela.
Ricardo tiene libertades que la acción dramática no explicita para Sofía, quien además es madre y siempre está acompañada de su hijo. Ricardo es un personaje culposo, pero desafía la moral de la clase media. Él tiene otras parejas sexuales, mientras le propone a Sofía la convivencia como pareja en la casa ocupada. Esta dualidad no produce ningún tipo de cuestionamiento en Ricardo, Sofía es la novia y la experimentación sexual puede pasar por otro lado. Otro derecho adquirido por los varones, un legado del patriarcado.
Sin duda, el personaje femenino más interesante y empoderado es Clara. Ana Celentano brilla en este rol; es la prima de Ricardo; una fusión entre femme fatal y el costumbrismo de la chica de clase media. Ella consume a los varones que la rodean. Podríamos pensar que su nombre anticipa la transparencia con la que se dan sus relaciones. Usa a Ricardo para cuidar la casa y generar un negocio inmobiliario, usa a Pollo para el erotismo sin mediar explicaciones; conoce los códigos y los emplea en su beneficio. Ella representa lo que Ricardo debería ser dentro de algunos años.
Es un personaje pragmático y sensible a la vez. Clara es la única que puede entrar y salir de la casa sin perder sus objetivos. Es la única mujer que excede el ámbito doméstico: maneja dinero, maneja contactos, desea sin tapujos. Transita la ciudad por los espacios que le pertenecen, no se aventura a la experimentación con otros recorridos. Lo interesante de la serie es que quienes la miramos nunca sabremos si Clara se mantiene en espacios conocidos porque quiere o porque, como mujer joven, es conveniente que evite ciertos lugares. Clara como El Principito de Saint Exupéry, nunca renuncia a una pregunta pero no da respuestas, si no se le antoja.
El potencial de la serie y su vigencia, además de los aspectos analizados, radica en que hay interrogantes que quedarán siempre planteados para quienes vemos Okupas: qué será de la vida de Pollo, Ricardo y Walter; qué pasará con la casa. Ojalá exista una continuación de tan buen producto de la industria cultural y, veinte años después, los personajes femeninos no sean ajenos a los movimientos de mujeres, a  las conquistas de estos años, y a la agenda por la que hay que seguir dando batalla. Ojalá, la ficción nos tuviera como protagonistas; porque como sentencia de Virginia Woolf, en el epígrafe de esta nota, es preciso simbólicamente “matar al ángel del hogar” o también “Okupar” espacios inesperados.