Sandra Cabrera y la impunidad policial

Negra, puta, provinciana y con un temple a prueba de balas, con excepción de la última, disparada por una diestra mano uniformada que dejó en su asesinato una indeleble marca y un claro mensaje: con el quiosco policial no se jode. Es que a Sandra no se la callaba con amedrentamientos, sabía mucho, tanto por su experiencia de calle como por su infatigable recorrido por las esquinas despabilando y agitando a las compañeras. Su asesinato fue mucho más que un caso de gatillo fácil, de esos lamentables que incrementan las estadísticas de la CORREPI año a año, sino que fue mucho más profundo: Sandra combatió y denunció a las mafias policiales, por cuanto su cabeza tenía precio.

Por Carlos Álvarez

La figura del mártir es muy antigua y remite primariamente al mundo religioso. Sin embargo, con el paso del tiempo, y una vez que la monofonía religiosa fue cediendo su lugar a un mundo más polifónico, la misma comenzó a ajustarse a diferentes tipos de luchas y convicciones por las cuales muchas personas pagaron con sus vidas la alta tarea de sostenerlas. Bien lo ha conocido el mundo obrero al martirio, como si fuese un efecto no deseado pero inherente a la militancia. Sandra Cabrera, una piba sanjuanina de apenas poco más de veinte años de edad, no sabía seguramente aun de qué se trataba eso en carne propia cuando llegó a Rosario en plenos años menemistas-reutemistas. Sin embargo, una década después sería un claro exponente de aquel caro concepto.
Su llegada a Rosario se vio abigarrada con la creación de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) en el país, su adhesión a la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) y la lucha incesante de Sandra por creer que las trabajadoras sexuales merecían una vida mejor, con protección laboral y representación sindical. Si bien la discusión en torno a la prostitución/trabajo sexual no se ha saldado al día de hoy, logrando inclusive dividir al movimiento de mujeres, lo cierto es que la lucha que Sandra quería dar iba mucho más allá de aquellas divergencias. Encomendó su vida a salir en su moto a visitar cada esquina de la ciudad donde hubiera una compañera desprotegida para inocularle la “subversiva” idea de que merecía tener un gremio que la protegiese y le diera una mano cuando la precisara. Lo que comenzó como una lucha por los derechos laborales terminó por llevarla por los senderos de la lucha social en todos los planos después del fatídico año 2001, donde también tocaba “parar la olla” para alimentar a las compañeras más vulnerables.
Sus principales reclamos tenían que ver con la eliminación de los tres principales artículos del Código de Faltas santafesinos (art. 83, 87 y 93), por medio de los cuales solían ser detenidas las trabajadoras sexuales bajo las figuras de ofensa al pudor, prostitución escandalosa y travestismo, claros resabios arcaicos de legislaciones vetustas. Pero, ¿por qué asesinar a alguien por pedir una simple modificación legislativa? ¿Simplemente por defender códigos éticos centenarios? La mejor respuesta la brinda la mirada histórica, puesto que en Rosario la prostitución tenía un pasado con pistas más que prometedoras.
La historiadora rosarina María Luisa Múgica ha allanado el camino con sendas investigaciones sobre la experiencia de la prostitución reglamentada en Rosario, que fue pionera en el país. Desde la década de 1870 hasta la de 1930 Rosario tuvo, bajo diversos formatos, un sistema reglamentarista sobre la prostitución, el cual motorizado por la mentalidad higienista y moralista buscó controlar, a partir de vigilar a las meretrices mas no a los clientes, la transmisión de enfermedades infectocontagiosas y sostener un modelo de rectitud moral. Hacia los años 30 se había demostrado el fracaso de aquel sistema, primando por entonces la visión abolicionista, la cual entendía que el control de las mujeres no había solucionado el problema de la clandestinidad ni de la transmisión sexual, puesto que los clientes también eran vectores de riesgo.
Así, a partir de 1933 Rosario derogó todas las legislaciones vinculadas a la prostitución reglamentada, haciendo que aquel campo dominado por la Municipalidad pasara a manos de la policía. Como la eliminación de la reglamentación no suponía la prohibición del ejercicio de la prostitución, hizo que la misma navegara por las grises aguas legales, constituyéndose en un oficio libre y sin marcos legales definidos. De esta forma, la policía comenzó a controlar la prostitución bajo las figuras de faltas y contravenciones, igualmente imprecisas, haciendo que la mera discrecionalidad del oficial al mando sea todo el marco de legalidad existente para determinar si una mujer merecía ser detenida por ofender al pudor u otras de las figuras contravencionales. Así, la policía tenía suficiente libertad para extorsionar y amenazar a las trabajadoras con la posibilidad de hacer uso de dichos recursos legales.
Entendiendo este trasfondo es que la figura de Sandra cobra los reales contornos molestos que tuvo para la policía. Conocía cada palmo del barrio de la Terminal de Ómnibus de Rosario donde trabajaba, sabía que la policía controlaba y coimeaba a las trabajadoras, conocía las redes de trata toleradas por la fuerza, etc. Cuando sus reclamos fueron lo suficientemente molestos sobrevino lo esperable para quienes luchan contra los poderes oscuros. Tiro en la nuca y una escena montada para desacreditarla por ser prostituta. Por entonces no existía la figura de femicidio, conquista que llegaría algunos años después. Pasaron 18 años y su crimen permanece impune, pero su figura, como la de lxs verdaderxs mártires, se hizo semilla y bandera. En 2010 los artículos del Código de Faltas que tanto había combatido Sandra y sus compañeras fueron finalmente derogados. Desde el 2015 con el Ni una Menos, la historia de Sandra y su lucha vuelve a reescribirse y reivindicarse con más ahínco que nunca.