Reír y matar / Juan Solá

Querido Sur,
Llevo varios días en la ciudad y ya he comenzado a aturdirme, a sentir ese deseo tantas veces transitado de abandonar todo este asfalto ruidoso, todo este concreto chirriante que araña los pizarrones de mis tímpanos. Sigo preguntándome con cierta frecuencia sobre la necesidad humana de encimarse en enjambres de hierro y hormigón.
Hace un tiempo he conversado con mi madre sobre la importancia de guardarnos las malas noticias para la segunda parte del día, pero lamentablemente la idea todavía no ha prendido en ella y hoy temprano me hizo llegar por mensaje privado un recorte de la entrevista en la que la periodista chaqueña Agostina Atrio le hace pasar un pésimo momento a Nicole Ferri, haciendo ciertas alusiones humorísticas a su identidad de género que no te quiero repetir aquí para no calentarme de nuevo. Pero sí, como diría la Tana Ferro, arranqué el día para el orto. 
Creo que ni siquiera sabría por donde encarar la comunicación del asunto sin caer en lugares comunes, ¡comunísimos! Es que ya estamos hartas de buscar constantemente maneras novedosas de contarle al público cómo se ríen de quienes somos. Cómo se ríen o cómo nos matan, porque en este aspecto sí que confluyen ambas categorías y hasta se mimetizan frente a su efecto extintivo. Aquí, reír y matar es lo mismo. Me temo que ya no quedan recursos para encarar la noticia porque me parece que ya no existe nada noticiable en todo este asunto tan habitual. 
Siempre digo que a la mañana andamos más susceptibles porque después del sueño, volver a esta miseria de mundo es para el aplauso. La pestilencia se nos cuela más fácil, como si todas las ventanas de nuestro cuerpo estuvieran abiertas, demasiado abiertas. Lamentablemente, la historia de Nicole en TV chaqueña es la historia de la disidencia en otros contextos menos televisados, como una entrevista de trabajo o la puerta de un boliche, donde la entrada no está dada por el respeto al orden de una fila, sino por la mirada del patovica o el dueño y sus experiencias de proximidad con lo queer, con lo disruptivo, con lo LGBT, con lo marginado. 
Agotadas del scanner público, de las Agostinas Atrio de la vida, que tienen menos preparación que un huevo duro, quienes conocemos de cerca esta realidad ya no nos conformamos con “la cancelación”, porque cancelar es anular y no es más que otra forma de hacerle la vista gorda al asunto de fondo: por más enojo que podamos sentir con la poca preparación y empatía de la periodista, el asunto no es solamente su transfobia, sino la pobre preparación y perspectiva de los medios, el poco interés real en construir una narrativa inclusiva. Si Canal 9 hiciera una evaluación crítica de su staff y su contenido, esto no habría sucedido, sencillamente porque no habría espacio ni contexto para que tuviera lugar. Sería impensable
Pero como todo horror necesita un contrapeso, afortunadamente me encuentro también con las palabras de la Mego, pulverizando el body-shaming (el avergonzar a otrxs por su corporalidad) en un post donde cuenta su experiencia con el trabajo infantil y al mismo tiempo, expone impecablemente la opresora construcción discursiva que constantemente busca normalizar el aspecto humano, unificar criterios arbitrarios que sostienen el acoso sistemático a la carne contra-hegemónica. Me pregunto cuándo comprenderán que nuestro aspecto no le debe normalidad a un mundo que crece de espaldas a nuestra experiencia. No somos adornos que deben lucir de tal o cual forma para encajar en el estante chato de la cotidianeidad hegemónica. 
Quiero una noticia que hable de la indemnización de deberá pagar el medio a Nicole Ferri por el odio que recibió. Quiero una noticia que hable de las disculpas de Agostina Atrio. Quiero una noticia donde de verdad pueda leerse algo que no se lea habitualmente, porque este asunto del transodio, infelizmente, es más corriente que el agua. 
Literal. 

Buenas noches,
Juan.

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