Lejos del aula, de los bancos que permitían la cercanía entre compañerxs, de la golosina compartida en el recreo y del ruido del timbre que invita al mate en la sala de profesorxs, lxs docentes se vieron en la encrucijada de resolver cómo harían llegar sus clases a los niñxs y adolescentes, pero esta vez desde el interior de sus hogares. En el Día del maestrx, cuentan cómo se reinventaron en este nuevo contexto para no perder un rol poco reconocido por gran parte de la sociedad: el de acompañar.
Aunque muchxs creen que el trabajo de quienes decidieron dedicarse a la tarea de educar se reduce a las horas que pasan dentro del aula, ningún docente llega al 6 de marzo con un cuaderno en blanco y habiendo arribado recién de sus vacaciones. Semanas antes, ya están preguntándose cómo será el grupo con el que van a compartir sus mañanas y tardes, qué necesidades y deseos tendrán esxs niñxs, esxs adolescentes curiosos y esxs adultxs que emprendieron el resto de camino que les había faltado completar. El mes previo a que comiencen las clases siempre es de planificación. Cada maestrx diseña y diagrama una serie de contenidos educativos y elabora un plan de acuerdo a las leyes vigentes y a los Diseños Curriculares donde imagina, estructura y organiza todo el ciclo escolar. Este año en particular, el de la pandemia, tuvieron que dejar de lado sus planes, se corrieron del lugar con el que estaban familiarizados y, sin muchos recursos ni herramientas más que las tenían en sus casas y les eran propias, se reinventaron.
La crisis en los barrios
La Escuela Primaria N°14 del barrio de La Boca integra una comunidad educativa compuesta, en su mayoría, por familias que viven en conventillos de la zona o que no tienen un domicilio fijo. Cuando por algún motivo son desalojadas de los lugares en los que se han establecido -generalmente una habitación o un local en desuso-, son obligadas a mudarse. Esta situación es habitual ya que no tienen garantizado el derecho a la vivienda. Según un informe de la Defensoría del Pueblo, alrededor 200.000 personas habitan en los más de 30 barrios carenciados de la Ciudad, en su mayoría ubicados en la zona sur. Allí, más del 70 por ciento de los hogares tienen condiciones deficitarias y el 20 por ciento no tiene conexión cloacal.
Pablo Rodríguez es maestro de quinto grado en el área de Prácticas del Lenguaje y Ciencias Naturales. Según explica, al decretarse el aislamiento de forma repentina, las posibilidades de desarrollar estrategias educativas para darle continuidad al aprendizaje fueron escasas. “La pandemia dejó al descubierto las diferentes realidades tanto de docentes como de alumnos y familias. El barrio viene siendo vulnerado en sus derechos desde hace años y esta situación afectó muchísimo a toda la comunidad educativa. Me ha pasado que me llamó un alumno para decirme ‘profe, me quedé sin gas en el medio del almuerzo. ¿Sabés dónde puedo conseguir una garrafa?’”, explica en diálogo con Sudestada.
Ante esta situación, para lxs integrantes de esta comunidad fue difícil afrontar el desafío de seguir en contacto con las familias y, a su vez, entre docentes. Para estos niñxs, la presencialidad era una garantía del vínculo con sus maestrxs. “Empecé a comunicarme con ellos mediante mi WhatsApp personal porque es una herramienta de más fácil acceso para quienes no tienen buena conectividad. Y como no había llegado a conocer a todos mis alumnos, nos presentamos a través de la virtualidad”, cuenta Pablo, que se filma leyendo cuentos, intenta recrear el aula desde su hogar y cuando se puede, realiza encuentros por Zoom o Meet que suelen ser bastante ruidosos cuando lxs chicxs tienen que compartir la habitación con otras ocho personas.
Desde hace años en la Ciudad de Buenos Aires y con el desfinanciamiento del programa Conectar Igualdad, la posibilidad de acceder a internet prácticamente desapareció para estas familias. Para utilizar el blog de la escuela donde muchxs docentes suben contenidos y actividades, deben recargar sus celulares prepagos. Para que no se desalienten, Pablo trata de empoderar a lxs padres y madres recordándoles que saben mucho más de lo que creen, que hay muchas formas de aprender y que ellxs son indispensables en el acompañamiento a sus hijxs.
Ante estos contextos de extrema vulnerabilidad, lxs docentes funcionan como nexo entre las personas y el sistema de salud. Al no tener ingresos económicos que les permitan cumplir el aislamiento, muchxs deben salir de sus casas para conseguir alguna changa y se han encontrado con que la policía lxs detiene y no tienen DNI o un domicilio que se correlacione con el lugar por el que circulan. Para esas situaciones, lxs docentes lxs ayudan a gestionar sus trámites junto con la Red de Cooperación del Barrio La Boca. Frente a la presencia de síntomas, lxs aconsejan y lxs conectan con hospitales y unidades de atención.
El aula, en casa
Belén Lema tiene 27 años y es profesora de Literatura. Trabaja en dos escuelas de Florencio Varela, una privada y otra pública, donde da clases a adultos. Vive con Andrés, su pareja, y con sus dos gatos y dos perras. Cuando su casa se transforma en aula, todxs lxs que habitan el espacio se vuelven protagonistas. “En mi habitación armamos una especie de ‘estudio’: un escritorio que fabricó mi hermano, una silla ergonómica que compramos para compartir y cada uno por suerte ya tenía su propia notebook. También me compré una pizarra para las clases por Zoom para cuando necesito mostrar algo”, describe a Sudestada.
De alguna manera, la imagen democratizadora de la escuela que iguala a sus actores fue la primera que apareció en la mente a muchxs, pero luego se fueron encontrando con ciertas dificultades. En cuanto comenzó el aislamiento y al verse ante la urgencia de modificar la modalidad de sus clases, Belén dejó de lado la comodidad del libro impreso y comenzó a familiarse con aplicaciones de edición de video, de viodeconferencia y otras plataformas educativas de manera autodidacta.
Según la Evaluación Nacional del Proceso de Continuidad Pedagógica, tres de cada diez de hogares no tienen acceso fijo a internet: el 27 por ciento accede sólo por celular y 3 por ciento no tiene internet de ningún tipo. Sumado a ello, el 53 por ciento no cuenta con una computadora liberada para usos educativos. Esta falta de recursos tecnológicos, lo que se llama “brecha digital”, se acentúa entre quienes asisten a escuelas públicas: su piso tecnológico duplica al de las privadas.
¿Cómo acompañar a la distancia?
Al no estar disponible el espacio físico de la escuela, lxs educadorxs deben buscan alternativas para propiciar diálogos en los que sus alumnxs se sientan con la seguridad y contención para poder contar qué les está pasando, qué necesitan y recibir el acompañamiento necesario. ¿Cómo generar un vínculo con esas personas con las que, en muchos casos, no llegaron a tener ni un solo encuentro presencial? ¿Cómo hacerles sentir que más allá de los saberes que deban adquirir o del avance sobre la currícula lo que más importa es acompañarlxs y hacerles sentir que pueden contar con su profe?
“Venía tratando de vincular las Prácticas del Lenguaje con Educación Sexual Integral en una clase por Zoom con nenes y nenas de primer año. Estábamos trabajando con cuentos maravillosos, y a partir de una frase que dice algo así como que ‘las niñas bonitas tienen que cuidarse de los lobos que aparentan ser buenos’ empezaron a surgir relatos personales desde las nenas donde contaron situaciones en las fueron acosadas en la calle o en las que hubo algún tipo de abuso intrafamiliar”, ilustra Belén.
La escuela construye distintos sentidos que exceden lo curricular, como los lazos que se forman entre estudiantes y docentes. ¿Cómo y mediante qué herramientas propiciar un encuentro con le otrx donde se sienta cómodx para hablar de lo que le está pasando y lo que está sintiendo? Por otro lado, ¿quién les brinda a lxs maestrxs esos instrumentos para contener a sus alumnxs?
Con el paso de los meses, lxs docentes fueron atravesando las dificultades y se armaron de su propia caja de útiles. Antes eran lápices, lapiceras, colores y tijeras de más para prestar. Hoy, una red social, WhatsApp en modo disponible 24/7, llamadas semanales para seguir estando “cerca” y redes de contención tejidas junto con otrxs compañerxs se vuelven indispensables para poder llevar la escuela a sus hogares.