“Las mujeres que corren con los lobos no temen al fuego, lo son.”
Clarissa Pinkola Estés
Una obra que desborda potencia, poesía y provocación. En la histórica sala La Cochera, el director Paco Giménez vuelve a sacudir el tablero teatral con una obra profundamente conmovedora y poética. Un documental ficticio que entrelaza tiempos y cuerpos: el siglo IV, con la figura de San Agustín de Hipona; el presente, encarnado en mujeres reales y contemporáneas; y un puente dramático, sensual y político, a través del personaje de Floria, amante silenciada del santo. La propuesta atraviesa el deseo, la culpa, la fe y la represión, con una mirada que desgarra la historia y la vuelve carne actual.
Por Meli Cuitiño
La obra se planta sobre tres pasiones: la religiosa, la carnal y la femenina. Y desde allí indaga en los mandatos, la moral y la hipocresía que atraviesan tanto a la historia como a nuestras vidas cotidianas. En escena—o mejor dicho, en las gradas — el lenguaje teatral se desarma y se expande. Religión, sexo y amor se entrelazan en un montaje donde las luces de colores, el gesto barroco y la palabra lírica se combinan con fuerza expresionista. Paco propone una experiencia envolvente, donde nada es convencional y todo interpela para poder mirar de frente una trama incómoda: la del cuerpo femenino silenciado, disciplinado, castigado a lo largo de los siglos.

La puesta visual estalla en luces de colores, texturas almodovarianas y sensibilidad lorquiana, sin perder nunca el trazo personal y rebelde del director: una estética con marca propia, esa de Paco que hace hablar las butacas, los cuerpos, los recuerdos y la vergüenza.
Las voces femeninas, que relatan, actúan y se confiesan, son el hilo vital de una dramaturgia que pone en cuestión la represión, el deseo, la virilidad impuesta, la violencia simbólica y real, el deber ser y lo clandestino. Lo que la historia oficial calló, lo que la moral condenó, atravesada por la irreverencia y ternura que solo Paco Giménez sabe conjugar. Desde Floria, amante intelectual de Agustín, hasta las mujeres actuales que aún arrastran los mandatos del deber ser, el espectáculo conmueve por su belleza poética y por su crudeza. Habla del amor, del sexo y de la fe, sí, pero también de lo que se calla, se castiga y se oculta. Pinto Floria invita a mirar la historia narrada sobre aquellas gradas sin descanso, y desde ahí, hacerla estallar.




¡Agua No!
Necesitas algo fuerte que saque toda la herrumbre y el óxido que juntó ese amor…
Sacar las penas y ponerlas a bailar en una mesa prendida fuego
Tomemos vino…
El vestuario es puro símbolo. Una figura llamada “la Pasión” aparece envuelta en rojo sedoso, media gitana, media bruja, portando la sensualidad como bandera y amenaza. Otra, con ecos de Amy Winehouse, canta, toma vino, arrastra el alma entre luces violetas. Y Eva—sí, la del Génesis—camina con hojas verdes como refugio y unos zapatos brillantes de cabaret, oscilando entre santa y puta, entre estampita y mujer libre. Ella es la caída, pero también la resistencia. También aparece una mujer desnuda, desafiante, poderosa. No es un cuerpo normado ni dócil, y eso la vuelve aún más política. Y el hombre, peludo, con taparrabos, crucificado en su propia masculinidad —¿Jesús, Tarzán, Adán?— no, Aurelio Agustín, el santo que espera la redención entre sombras selváticas del teatro en barrio Güemes.
La obra es una experiencia sensorial, visual y filosófica, de luces intensas, palabras que rozan la poesía y una dirección que convierte las butacas en confesionario, en cama, en altar. Pinto Floria, una obra para dejarse llevar, pensar y vibrar, esta es una joya incómoda y necesaria, como todo arte verdadero. Pieza feroz y bellísima, esta obra de teatro devuelve a las mujeres su lugar en la historia: no como santas, putas o mártires, sino como sujetas de deseo, pensamiento y libertad. También es una crítica feroz a la hipocresía social que condena el deseo femenino y una reivindicación de esas figuras eternamente desplazadas: las mujeres que gozan, que creen, que sangran, que pecan, que se salvan.
Salir ilesa es imposible. Y quizá de eso se trate: de abrir los ojos, encender el cuerpo y mirar de frente lo que fuimos educadas a esconder. “El cuerpo es la primera página de nuestra historia.” —escribió Virginie Despentes— Y esta obra, entre llagas, vino, pecado y sedas rojas, nos recuerda que cada cuerpo de mujer es un territorio político, una herejía viva, una memoria que aún arde.
Las fotos de esta función son cortesía de Silvana Corteggiano y de Laura García del Castaño.
Equipo artístico
🎭 En escena: Adriana Audenino, Andrea Asis, Natalia Buyatti, María Belén Carranza Bertarelli, Viviana Grandinetti, Paula Lombardelli, Nahuel Maldonado, Claudia Peralta y Leticia Woods.
🎬 Dirección: Paco Giménez
💡 Iluminación: Pablo Chiaretta
🎶 Operación de sonido: Belén Salerno
📸 Fotografía: Andrea Asis y Silvina Bustos Fierro
🎟 Producción: Teatro La Cochera 40 años – Asistencia de producción: Andrea Asis
Esta obra cuenta con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro y el Premio Teatres de la Municipalidad de Córdoba.
📢 Más información y prensa: 📷 Instagram: @pintofloriateatro | @teatrolacochera
