Ni una menos: Recordar de dónde partimos

Durante mucho tiempo hablamos de la espontaneidad con la que surgió la convocatoria del Ni una menos del 3 de junio de 2015. En aquella primera edición, que reunió a miles de personas, la convocatoria partió de un ida y vuelta de mensajes en las redes sociales, claves para una difusión rápida y expansiva. Tomamos las calles. Éramos miles, de diferentes edades, agrupaciones políticas, clases sociales, orientaciones sexuales. La lucha contra la violencia patriarcal nos convocaba a todxs por igual. Una prueba de que pensar las problemáticas de los feminismos con una perspectiva interseccional no es solo necesaria, sino también innegable. Pero el clima social que llevó a aquella respuesta masiva y espontánea se venía forjando silenciosamente; las noticias acumulaban uno tras otro los cuerpos de niñas y mujeres asesinadas a diario, hasta el femicidio de Chiara Páez.

Por Lala Sosa*

La adolescente de 14 años fue asesinada a golpes por su pareja, mientras cursaba las primeras semanas de su embarazo, y fue encontrada al día siguiente enterrada en el patio de la casa de los abuelos del femicida. Lo leíamos y no podíamos creerlo. En ese entonces yo trabajaba como productora en un canal de televisión, todavía no había una ley que regulara cómo tratar los casos de violencia de género – y a la fecha, aunque exista, muchas veces no se respeta- y el detalle de los hechos alcanzaba el espanto.
El impacto del caso nos llenó de indignación. El femicidio de Chiara fue atroz. Sí, pero desafortunadamente no fue el único. Antes que ella, otras cientos de mujeres y niñas perdieron la vida a causa de la forma más extrema de violencia machista. Chiara parecía quedar en solo eso, un número creciente en el listado de víctimas, una más, pero no. A partir de este caso surgió un cambio en los movimientos feministas, que organizó la lucha por la justicia. Como consecuencia de esa organización surge, entre otras demandas al Estado, la de llevar un registro de los casos de violencia de género.
Hasta el 2015, el Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano”, de la Casa del Encuentro, era el único que contaba con un registro de casos. Ese mismo observatorio registra que en los últimos siete años hubo 1990 femicidios, 51 trans/travesticidios y 191 femicidios vinculados de varones. Las cifras siguen siendo dolorosas. Hoy día, a pesar de que los femicidios están en la agenda mediática, el porcentaje de casos baja, pero no tanto. Según el Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina (RNFJA) en el 2020 se registraron 287 víctimas directas de femicidio, en el 2021 la cifra se redujo a 251. 
Las cifras varían de acuerdo a cada observatorio porque las fuentes de las cuales se toman los casos son diferentes. Para el Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina se toman en cuenta las causas judiciales, y hay una diferencia importante entre la cantidad de femicidios que contabiliza este organismo y los que releva la sociedad civil. La diferencia radica en que hay muchas variables que afectan para que las causas no queden caratuladas en un contexto de violencia de género, por ende el asesinato no figura como femicidio sino como homicidio. Por ejemplo, si un hijo mata a la madre figura como matricidio, o si hubo una violación o asesinato dentro del contexto de un robo, en la caratula no figura como femicidio, aún cuando claramente existió un abuso de poder. Además, al principio la Corte Suprema no contabilizaba los casos en los cuales los femicidas se suicidaban porque no había una causa; es decir, al suicidarse quien comete el delito, ese femicidio no figuraba en sus estadísticas.
La sociedad civil que conforma el resto de los observatorios tiene solo una vía para enterarse de los femicidios y es a través de los medios de comunicación, ya que es demasiado complejo pedir información en hospitales, comisarías, y otros lugares a los que asisten las víctimas y obtener datos concretos y certeros. Entonces, hasta el momento, aunque cada vez haya más observatorios como Mumala, Ahora que si nos ven, o el Lucía Pérez,  nuestras dos fuentes de medición siguen siendo insuficientes y poco confiables. Sabemos que a la justicia le hace falta perspectiva de género para que los casos incluyan el contexto y las causas terminen nominadas con la rotulación que corresponde. Por otro lado, el Estado todavía no cuenta con un observatorio que estudie las muertes dudosas u otros casos de violencia como los que surgen con las cientos de mujeres que llegan a los hospitales por abuso o violencia doméstica. Esos casos no llegan a tener una causa, y tampoco salen en los medios, entonces el registro, por ahora, sigue estando sesgado. Es importante recordarlo para no perder de vista que nuestro reclamo más urgente sigue siendo exigirle al Estado nuestro derecho a una vida libre de violencia.
Además de revisar las estadísticas desde el 2015 en adelante, también me interesaba ponerme en diálogo con Verónica Camargo, la mamá de Chiara, quien participó de aquella primera marcha. Como ex productora de televisión sé cuán importante fue para muchas periodistas lograr acceder a una nota con la madre de la víctima del femicidio que dio origen al Ni una menos. Hoy, luego de que Verónica se pronunciara como una militante provida, ese valor se fue perdiendo y me parece importante comprender el porqué. 
Nuestras diferencias ideológicas son bastas y frondosas, pero en esa contradicción que me incomoda encuentro una posibilidad de seguir pensándonos incluso con quienes hemos tenido del otro lado de la plaza. Cuando Verónica se autoproclamó provida y comenzó su campaña proselitista, se alejó del movimiento Ni una menos, que se manifestaba a favor de la despenalización legal del aborto. Y, por supuesto, que cuando pienso en dialogar con ella, recuerdo que fueron (y son) las agrupaciones que quieren “salvar las dos vidas” quienes obligaron a niñas a parir, y que Verónica fue una de las caras más visibles durante los debates del 2018 y el 2020. Pero también reconozco a la madre de una víctima de femicidio, a una mujer que viajó a Buenos Aires, con su hija recién fallecida, con las pocas fuerzas que le quedaban, convencida de que, como ella misma me dijo “eso no le traía a Chiari de vuelta, pero ayudaba a que no le sucediera a otras”. 
Entonces me pregunté si era posible enfrentarme a esta contradicción sin traicionar aquello en lo que creo, Y me respondí que sí, porque aunque suene a cliché, todavía es necesario intentar buscar nuestros puntos en común para fortalecer la lucha que tiene un enemigo claro: la violencia patriarcal. Por eso entrevisté a Verónica, para repensar el recorrido de los feminismos, el rol de los medios y el lugar de la justicia, a siete años del primer Ni una Menos. 

Imagen: Telam

¿Quién fue Chiara?
Chiara Páez fue encontrada sin vida el 10 de mayo de 2015. Tenía 14 años y estaba embarazada hacía menos de dos meses. Su novio, Manuel Mansilla, la asesinó a golpes durante una discusión la noche anterior, porque Chiara no deseaba realizarse un aborto. Su desaparición el 9 de mayo conmocionó a todo Rufino, una ciudad de unos 20 mil habitantes que salió a buscarla por cada rincón. El cuerpo de Chiara apareció enterrado en la casa de los abuelos de su novio, luego de que él confesara el crimen.

Verónica Camargo, la madre de Chiara, todavía recuerda la desesperación de aquella noche cuando recibió el mensaje del femicida de su hija: “2:45 de la madrugada me llama Mansilla para decirme que las chicas no se animaban a contarme que se había encontrado con Chiari, y que él la había dejado en una esquina, porque ella se había enojado porque no quiso que la volviera a acompañar a la casa donde tenía que estar. Obviamente que imaginate, en ese momento, desesperada corté y llamé a mi hermano para salir a buscarla a ese lugar que él había dicho. No la encontré. Ahí al ratito yo lo vuelvo a llamar para que me dijera algo más. Me dijo que andaba con el papá que estaba de turno, de recorrida. Yo le dije que si la podían buscar, que yo mientras la seguía buscando. Y ahí, antes de las cuatro de la mañana, me llama el papá para decirme que fuera a hacer la denuncia porque sino él no se podía bajar en ningún lado de manera formal al no haber denuncia. Así que a las tres y media, cuatro de la mañana habré ido a hacer la denuncia. Y ahí estuvimos todos buscando durante todo el día, y bueno, a la tardecita fue que ya encontraron a Chiara en la casa. Fue en el mismo día todo”.
Verónica también recuerda que esa noche prefirió no ser insistente ni estar detrás de su hija, como solía ser su costumbre. Quería que Chiara se sintiera segura y confiada. Sabía que esa noche iba a comunicar que deseaba continuar con su embarazo, y que ese embarazo era apoyado por toda su familia. “No quise ser cargosa como lo era normalmente, sino que yo quería que ella sintiera que confiaba en ella, que la iba a apoyar y acompañar. Entonces traté de contenerme”, dice Verónica y me sonríe a través de la pantalla de la computadora. 
Mientras la conversación avanza, nos confesamos nuestras diferencias, simplificadas en colores. “Yo soy pañuelo celeste”, me dice y espera curiosa mi reacción. Le digo que, a pesar de haber sido madre adolescente, igual que Chiara, yo estuve parada del otro lado de la plaza, pero eso no me impedía continuar con la charla, por el contrario, me parecía necesario que pudiéramos dialogar a pesar de nuestras diferencias. “Pasó a ser más grieta hoy el color de pañuelo que la ideología política, entonces creo que ahí debemos volver. Yo agradezco mucho cuando me contactan porque en muchos lugares no me quieren hacer notas porque soy pro vida. Quienes me conocen saben que yo no voy a atacar a nadie, no me gusta maltratar a nadie. Sí me gusta que me respeten, obviamente, pero no voy a maltratar a nadie que piense diferente a mí. A veces me llaman y después me cancelan”.
Y yo entiendo el por qué. Nos incomoda y nos atemoriza pensar cada decisión que tomamos en relación a nuestra lucha, porque puede hacernos retroceder, quitarnos un espacio o desvalorizar el esfuerzo y el compromiso con el que llevamos adelante nuestra misión. Verónica me mira del otro lado de la pantalla de la computadora y sigue:
“Pensamos diferente pero podemos hablar. Como te digo, yo con Marcela (Ojeda, una de las periodistas en convocar el Ni una Menos)  voy a estar eternamente agradecida por el trato y la paciencia que ella tuvo conmigo, me sentí muy acompañada, y nuestra diferencia de criterio estuvo desde el minuto cero. Al principio mi opinión no era pública, pero ellas tuvieron esa generosidad para poner el foco en la violencia y no en la disputa del aborto. Creo que ahí es donde tenemos que empezar a respetarnos; el tema que nos une es la violencia”.
A Verónica también le toca practicar lo que predica en su propia casa: Romina, su otra hija, es una feminista militante que luchó por la despenalización del aborto. “En 2018 nos hacían notas y nos preguntaban: ¿cómo conviven?, se puede, nos respetamos. No nos vamos a poner a discutir. Cuando di mi discurso en el Congreso, me llamó y me dijo que estaba orgullosa de mí, más allá de que no compartiera mi postura. Ella me dice que yo tengo la culpa de enseñarle a ser libre y yo no me arrepiento de eso, ella tiene su pensamiento, su propia ideología. De eso se trata, que aprendamos a respetarnos. Hay muchas cosas que tenemos en común, podemos ayudarnos entre nosotras; la idea es sumar, no restar.”

Imagen: Ojo Nomade

¿Y en retrospectiva, hoy en día, cómo ves el movimiento Ni una menos?
“En aquel primer colectivo de mujeres me sentí muy cuidada, muy respetada y muy protegida. No es lo mismo que pienso del Ni una menos del 2016 en adelante.”

En el primer Ni una menos la convocatoria era clara; el manifiesto que se leyó en el acto central de la marcha tenía como punto central un reclamo al Estado para que se hiciera cargo de la violencia machista. Se pedían garantías para la protección de las víctimas de violencia, apertura y funcionamiento pleno de Oficinas de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia en todas las provincias, con el objeto de agilizar las medidas cautelares de protección, federalización de la línea 137, Instrumentación y asignación de presupuesto acorde de la LEY n.º 26.485 “Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales”, recopilación y publicación de estadísticas oficiales sobre violencia hacia las mujeres incluyendo los índices de femicidios, capacitaciones obligatorias en la temática de violencia machista al personal del Estado, entre otros pedidos. 
La política partidaria aún no había levantado sus banderas en las calles y eso, por un momento, nos aseguró un espacio de intercambio y reflexión que fue más allá de las diferencias ideológicas. Un espacio que nos conviene recuperar y mantener. A pesar de nuestras diferencias, Verónica parece estar de acuerdo con esta reflexión, dice: “Acá en Rufino yo intento seguir convocando con respecto a la violencia. Porque con la diferencia de ideologías tenemos otros momentos, pero la violencia es un tema que nos atraviesa a todas las mujeres independientemente del color de pañuelo que tengamos, de la ideología política, religiosa. Entonces, ahí creo que es donde debemos apuntar todas y trabajar. Eso debe ser lo esencial y lo importante”. Coincido. Y esa coincidencia, que parece lavada y simplona “tratar de encontrar lo que nos une y no lo que nos separa”, me parece una de las tareas más difíciles que tenemos los feminismos hoy en día. Considerar la idea de que necesitamos al menos un día al año, un espacio para reconciliar nuestros intereses comunes y recuperar los objetivos del pacto fundacional de este movimiento que se extendió por toda Latinoamérica, y que alguna vez supo trascender la política partidaria para unirnxs a todxs por una misma causa.

Fuentes: Corte Suprema de la Justicia de la Nación, Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano”,  Casa del Encuentro.

*Nota en colaboración con Agenda Feminista, revista cultural con perspectiva de género.