El día previo a su muerte Natacha Jaitt dio su última entrevista, aunque todavía no lo sabíamos. Fue para Telenueve, el noticiero del mediodía, en febrero de 2019. Vestía lentes oscuros, que no tapaban su bronca, tampoco su llanto. Sosteniéndose de las paredes como si estuviera a punto de caerse y con la voz acelerada, denunció una violación y gritó frente a las cámaras “estoy sola contra el mundo, contra todo”. A pesar de que el magistrado había encontrado suficiente prueba para imputar a los denunciados, fueron pocos los medios que la tomaron en serio. Se quedaron con los detalles morbosos: que cómo, que cuánto, que si le había gustado, que hasta dónde. Natacha respondía todo, a veces sacada, a veces resignada, exponiéndose a una de las situaciones más dolorosas que puede atravesar una víctima: contar su calvario frente a una mirada desconfiada. Su imagen había sido tan devaluada que incluso los movimientos feministas, que en aquel entonces ya se mostraban con fuerza, tampoco se acercaron a tender una mano, aun cuando la había pedido.
Por Lala Sosa, en colaboración con Agenda Feminista
Su sensación de soledad era justificada. En su desesperación por ser escuchada se aferraba a lo primero que pareciera darle algo de importancia a sus palabras. Frente a la cámara aparentaba no tener miedo. Con su modo de ser desfachatado e irreverente le hacía frente al poder; daba nombres y apellidos, se reía en la cara de quienes la enjuiciaban o revoleaba el retorno de un móvil y abandonaba la entrevista. Esa era la Natacha que querían mostrarnos, la que iban a buscar. La prensa siempre se encontraba disponible para tomar tajada de esa mujer incorrecta, lista para tirar un titular polémico. Polémico, escandaloso, pero nunca lo suficientemente serio.
Tan pronto Natacha quiso usar la atención para contar algo severo de su vida personal, los medios le dieron la espalda, se burlaron de ella o se dedicaron a juzgarla, del mismo modo que abandonaron el pedido de justicia por su muerte. Les servía si era un escándalo, si manchaba a alguien más o ayudaba a los intereses políticos de un medio, pero el pedido de justicia de su propia muerte no es relevante.
No basta con que una mujer haya muerto en una situación sumamente dudosa para que sea un caso serio y mediático, porque Natacha no era cualquier mujer.
Hoy revalorizamos y llevamos sus palabras en los carteles de nuestras marchas: “borracha, drogada o bailando hasta sin tanga, nadie, absolutamente nadie tiene derecho a abusar de vos” ¿Pero se le da el mismo trato a una mujer abusada que a otra? La respuesta es que no.
Los medios, que en algún momento la asediaron hasta ultrajarla, hoy parecen haberla olvidado. No investigan, no cuestionan, no se acuerdan. Natacha estaba sola, fue ridiculizada mediáticamente e ignorada por la gran mayoría de las agrupaciones feministas. Su muerte todavía sigue sin resolverse, pero a nadie le importa. ¿Por qué? porque era una mala víctima y ya había sido condenada, mucho antes de su muerte.
Quién era Natacha Jaitt
Leonina. Hija del Caballero Rojo, luchador popular de Titanes en el ring. Se convirtió en madre a muy temprana edad y desde entonces su vida estuvo signada por la maternidad. Primero con Antonela, después con Valentino. Pero Natacha ya era madre desde mucho antes. Cuando sus padres se separaron, ella cuidó de Ulises, su hermano menor, a quien quería como a un hijo más. Hoy ese amor se ve reflejado en la lucha que Ulises sostiene por hacer justicia, con la misma tenacidad que lo haría su hermana. Esa era Natacha; la que amaba cuidar y hacerse cargo de los suyos por sobre cualquier otra cosa. Quienes la conocieron por fuera de cámara dicen que esa mujer fuerte y protectora era la Natacha que recuerdan, muy alejada del personaje.
Pero quienes la conocimos por los medios vimos a una mujer desfachatada y sensual. Una bomba de cuerpo escultural que se fue a España con apenas diez dólares en el bolsillo y quedó seleccionada para el en aquel entonces exitoso programa Gran Hermano. Fue una de las tres finalistas, ganando fama y popularidad con apenas veinticuatro años. Esto la llevó a ser tapa de las revistas eróticas más importantes del mundo, y también le dio acceso a una vida que podía hacerla perder el control. Su propio padre se la trajo a Buenos Aires unos días para que recordara lo que era el anonimato, “hay que aprender a manejar la fama” le decía. Y Natacha se volvió.
Comenzó su carrera en Argentina promoviendo la educación sexual, especialmente en las mujeres. Libre y combatiente de las moralinas, alentaba la exploración y la diversidad erótica como parte natural de la experiencia humana. Contó abiertamente de qué manera se manejaba el mundo de la prostitución VIP en los medios, y hasta llegó a hablar de trata de personas. Fue una de las primeras personas en instalar la temática en la televisión de los mediodías, entre chimentos y escándalos de farándula. Con el tiempo se fue haciendo un lugar en el ambiente. Trabajó como conductora de radio, tuvo su propio programa de televisión en el canal Playboy, y hasta llegó a participar del Bailando en Showmatch. Su carrera parecía imparable, al igual que su curiosidad. Sin embargo, su vida escandalosa pasó a tener más relevancia que su trabajo, y los medios solo la buscaban para agarrar algún chisme que les diera de comer por unos días.
El caso Latorre fue uno de los más populares y uno de los últimos que la instaló en los programas de chimentos. La relevancia estaba puesta en su figura como tercera en discordia, pero ese mismo año Natacha se presentó en la Cámara de Diputados de la Nación con el objetivo de hablar con legisladores para impulsar la sanción de un proyecto de ley que legalice la prostitución. Se proponía luchar contra la trata, nada más y nada menos. Claro que eso, para los medios, no era relevante.
Sí fue, en cambio, su denuncia por pedofilia dentro del Club de Independiente, que incluía a varios famosos del mundo del espectáculo argentino, una denuncia que terminó en manos de la justicia y por la cual hubo cinco detenidos. Allí comienza su verdadero calvario y, tal vez, su caída hacia el olvido.
No es relevante
En diálogo con Ulises, su hermano, intentamos reponer información desde el trágico deceso de Natacha hasta la fecha. Nos encontramos en un café, cerca de su casa. Rápidamente su calidez genera un clima de intimidad. A cada pregunta responde con precisión quirúrgica. Busca las palabras para traducir términos legales que él mismo tuvo que aprender, quiere que cualquiera pueda comprender el caso.
Me contó un poco acerca de su trabajo y de cómo es hacerse cargo de Valentino. De un día para otro Ulises pasó a ser tutor y ejercer un poco el rol de padre. La muerte de su hermana le cambió la vida por completo. Aun así, en medio del caos, su mayor objetivo es hacer justicia por ella. Recordamos el caos mediático apenas se supo la noticia. Todos los noticieros especulando acerca de su muerte, quién podría ser el presunto asesino, quién podría estar detrás. Pero pasado un tiempo los medios desaparecieron. Esos, que habían titulado la muerte de Natacha como la crónica de una muerte anunciada, son los mismos que hoy eligen no brindar espacio para seguir reclamando justicia.
Hagamos un repaso: Natacha fue con su amigo Raúl Velaztiqui Duarte al salón de fiestas Xanadú en Villa La Ñata, un salón de fiestas con muy poca actividad y demasiadas camas, por cierto (¿qué tipo de fiestas se armarían en aquel local?). Natacha había ido con el propósito de reunirse con Gonzalo Rigoni (dueño del lugar) para hablar de trabajo. En el lugar también la esperaba Gaspar Fonolla, amigo de Rigoni. Dos horas después de su llegada, Natacha estaba muerta en el piso de arriba del salón.
Las fotos de su cuerpo sin vida no tardaron en circular por todos los medios. El flash en el vidrio mostró la cara del fotógrafo; fue el oficial Walter Román, que no pertenecía a la jurisdicción y, sin embargo, fue el primero en llegar al lugar, incluso antes que el 911 o la policía científica. Poco después sería apartado de su cargo, aunque habría pruebas de que aún permanece en servicio.
Tres años después de aquella noche y sin novedades por parte de la justicia, Ulises cambia de abogado y retoma la causa, esta vez como damnificado, teniendo acceso a poder revisar el expediente de su hermana. Lo que encuentra allí es clave: la escena del crimen fue modificada y a nadie le parece relevante ¿por qué?
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— Apenas tenés acceso al material de las cámaras reconocés que el policía que había sacado la foto de tu hermana comete un delito muy grave, contanos qué pasó.
— En primer lugar, él no tenía que estar ahí porque no pertenecía ni a la comisaría a la que se llamó para que se presentara el 911, que es la subcomisaría de Villa La Ñata, y tampoco pertenecía a la policía científica. Es una persona que no sabemos de dónde salió y que de hecho la misma policía bonaerense lo denuncia en Asuntos Internos. Es el que sacó la foto de Natacha muerta y salió en las noticias que lo habrían desafectado de la policía. Pero eso no es real ya que, si vos entrás al Instagram de él, tiene fotos con el uniforme de policía en donde se muestra que él sigue trabajando. Entonces no lo desafectaron, fue una mentira, a lo sumo lo cambiaron de jurisdicción o trabaja en otra zona.
La verdad es una vergüenza porque es una persona que cometió un delito; violación a la intimidad, no podés sacar una foto de alguien muerto, y más cuando vos sos funcionario. Por ese delito hay un juicio al Estado, porque el Estado se tiene que hacer cargo de su funcionario.
— ¿Por qué este hombre vuelve a ser figura central en el caso de tu hermana?
— Recién hace unos meses tuvimos acceso a un material fílmico que no estaba. Cuando vos vas a la fiscalía te muestran solo una parte de los videos de Xanadú. Había una parte que yo no había visto porque cuando arrancó todo yo no era particular damnificado, que es el que tiene derecho a ver las pruebas, las cámaras, etc. Como yo no lo era no las pude ver. Las veía mi sobrina y me contaba lo que veía. Ella tenía veinte años en ese entonces y ninguna experiencia como para darse cuenta de un montón de situaciones que yo sí, al ser más grande. Ni hablar de que estaba afectada por la muerte de su madre.
Ahora cuando yo me presento como particular damnificado, hace un año y algo, gracias a que soy el tutor legal del hijo de Natacha, tuve la posibilidad de ver las cámaras de aquella noche.
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Tras dos años de no ver avances en la causa, Ulises contrató a la abogada Silvana Ianiello, con quien decidió pedir la recusación de los fiscales a la Fiscalía General de San Isidro, tras no obtener respuesta a los escritos en los que dejaban registradas todas las contradicciones encontradas en el expediente. Los escritos son, como bien dice el nombre, papeles escritos en los que se presentan pruebas, pedidos, información nueva sobre el caso y que los fiscales deben analizar y responder para que la causa avance. Uno de los primeros escritos presentados por Ianiello, especialista en criminología, demuestra la contradicción en el acta en el procedimiento judicial. La mochila de Natacha donde supuestamente, según las declaraciones de los acusados, estaría la droga que ella llevó y consumió, aparece en dos lugares diferentes: en el piso de arriba y en el de abajo. El acta es una descripción, un registro de cómo se encontraba cada elemento o prueba en el lugar donde sucedió el hecho. En el mismo acta se dice que estaba en un lugar y luego en otro. Esta contradicción, que cualquier podría notar a simple vista, se le pasó a tres fiscales y a un abogado. Podría ser un error -grave, por cierto- o una alteración de la escena del crimen.
— Cuando vimos eso hicimos una presentación queriendo citar a las dos personas que quedaron en el lugar, que son Gonzalo Rigoni, dueño del lugar y Velastiqui Duarte, que es la persona que la llevó, para que cada uno dé su opinión de qué pasó con la mochila, porque no puede aparecer abajo y arriba. Desde la fiscalía contestaban “no, la mochila aparece abajo y punto”. La fiscalía nos trató de locos, le mostramos lo que decía el acta e igual lo seguían negando. Entonces dijimos esto ya es mucho. Esto está trabado, hay que pedir la recusación.
Con los fiscales presentes, Ulises y su abogada tuvieron acceso a ver las filmaciones de la noche en que murió Natacha. Ulises apretaba los dientes, tenía mucho para recriminar: que no habían podido desbloquear el dispositivo de su hermana cuando en otras causas lo han hecho rápidamente, que el dueño de la casa se lleva las copas y tira estupefacientes en la bacha, alterando la escena del crimen, y que, sin embargo, para ellos no es razón relevante, no alcanza para ser considerado un delito.
— Decían que el abogado tenía que presentar escritos con argumentos para que ellos pudieran llegar a una indagatoria.
— ¿Sabes qué hicimos? nos mordimos la boca y le empezamos a presentar escritos, a ver si era así como ellos decían, y tampoco. Entonces ni laburaron ellos, ni tomaron en cuenta los escritos que nosotros presentamos con todas las contradicciones que fuimos encontrando porque no nos contestan. La indignación de tener a fiscales corruptos enfrente es espantosa, porque están las cosas a la vista y ellos no hicieron nada. Te miran con impunidad. Es espantoso.
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Ulises cuenta que miró cada detalle del video, con el dolor que eso implica. Cuando la filmación se corta, luego de que Natacha quedó tirada en la cama, los fiscales dieron por terminada la jornada. Pero Ulises les preguntó lo obvio: hasta cuándo se siguió filmando y por qué no le mostraban el resto del material.
Hubo excusas. Vagas. Inválidas. Nadie, excepto él, había tomado en cuenta hasta ese momento las cuatro horas restantes de material, una cantidad de tiempo que para los fiscales era demasiado trabajo ver y que, incluso, le recomendaban que no se tomara el trabajo de hacerlo.
Pero Ulises ya sabía lo que iba a buscar. Y lo encontró.
En el tiempo restante del material dice que ve a Walter Román, el mismo policía que tomó la foto de su hermana, subiendo la mochila de la planta baja a la planta alta, después de su muerte. Algo que, para los fiscales, no parecía relevante.
La abogada mandó un escrito solicitando la declaración testimonial tanto de Román como de la mujer policía que lo acompañaba. Pero él no se presentó a declarar. La justicia no pudo notificarlo. Solo se presentó la mujer policía.
—Ese día fui con mi abogada, ella iba a hacerles preguntas aparte de los fiscales. Voy a la fiscalía y veo que entra la mujer policía, y vemos que él no llega. Yo quería estar ahí para mirarlo a la cara, porque es el mismo que le sacó la foto a Natacha. Pero no se presentó. Le hicimos una denuncia por encubrimiento, porque claramente estás encubriendo algo si llevas elementos de un lugar a otro. Es un policía mandado a eso, a cumplir esas funciones, fue parte del plan porque llegó inmediatamente después de que mi hermana muere. Hay un tweet de Velaztiqui Duarte que dice que este policía fue el primero en llegar ¿Cómo? si él no era del 911 ni policía científica, entonces ¿cómo llegó primero? ¿quién le avisó? ¿de dónde salió? Encima saca la foto y traslada la mochila, no es casualidad…
Walter no se presentó, solo la mujer policía. Walter tuvo la ventaja de saber qué se le va a preguntar, de armar una estrategia o, tal vez, de no presentarse nunca. Una ventaja que no tiene la gran mayoría de los ciudadanos comunes.
Después de dos meses, la justicia sigue sin poder notificarlo, aun siendo un funcionario público del cual tienen todos los datos registrados. Entonces la abogada Ianiello pidió un sumario del policía para saber qué dijo cuando lo citaron a declarar la primera vez, apenas sucedido el hecho. Aún no tiene respuesta.
En otras palabras: la abogada, luego de tres años de causa, todavía no tiene acceso al sumario del policía, una declaración clave, algo que no podríamos imaginar ni en películas.
Y hay más. La muerte se anunciaba con liviandad por todos lados, hasta que Ianiello le da un cauce legal y presenta escritos con pruebas en la justicia. Entre ellos pide la citación de Gustavo Vera, el líder de La Alameda, que en una nota radial aseguró: “Hay que cuidar a Natacha Jaitt, Stiuso puede descartarla luego de usarla como al fiscal Nisman”. Vera fue una de las personas a las que apuntó Natacha cuando habló en la mesa de Mirtha Legrand, pero la justicia no dio respuesta al pedido de citación y Vera aún no declaró. Ianello también citó a declarar a Silvia Suller, que en un programa de TV dijo “Natacha va a desaparecer, acuérdense. La vendetta, no le van a perdonar lo que dijo”. Silvia tampoco se presentó. Y la profecía se cumplió. Hasta la propia Natacha nos lo había anticipado: “Aviso, no me voy a suicidar, no me voy a pasar de merca y ahogar en una bañera, no me voy a pegar ningún tiro, así que si eso pasa, NO NO FUI. Guarden tuit”. Si la muerte de Natacha parecía algo inminente, de la que hablaban gran parte de los medios, ¿por qué no hace ruido que tanta gente haya asegurado que una mujer iba a aparecer muerta, finalmente suceda y, sin embargo, no se investigue qué sucedió?
Porque Natacha no era cualquier mujer. Ella era la alteridad. La mujer que no se le presenta los padres, la que no quieren cerca de maridos, la que no quieren educando hijos, la que no sabe ser lo suficientemente hipócrita para encajar, para alcanzar el valor que le corresponde a una mujer en esta sociedad.
Por eso el accionar de la justicia en este caso es grosero, pornográficamente grosero. Porque una mujer así no vale nada, o vale menos. Y entonces el mensaje es claro: podés drogar, violar o matar a determinadas mujeres y salir impune. Porque la causa se frena, así de simple. Se pausa. Sin mayores artilugios. Todo queda en el olvido; esperan que te canses, o te mueras.
Pero su familia no se cansa, y nosotras tampoco. Nos reconocemos en el mismo coraje de luchar contra un sistema corrupto al que se le ve todo.
Natacha dijo “la justicia no sirve”, fueron unas de las últimas palabras en los medios. Y es verdad. La justicia selectiva y patriarcal que conocemos no sirve, pero vamos a luchar para cambiarla. Se lo debemos.