Los padres de Walter Bulacio no se extrañaron de que su hijo no estuviera durmiendo en su habitación aquella mañana del sábado 20 que preludiaría la tragedia. La noche anterior, Walter había partido en un micro de alquiler junto a otros 25 chicos, todos vecinos de Aldo Bonzi, para ver el recital de los dos que convocaban los Redonditos de Ricota en el estadio de Obras y, como seguramente la excursión a la capital se extendería hasta tarde, pensaron que su hijo se habría ido directamente al Golf Club José Jurado, donde trabajaba de caddie, sin pasar antes por su casa. Pero no. Lo que a Walter le había impedido volver a su casa era un injustificado arresto a cargo del personal policial de la Comisaría 35, que lo levantó a las 22 horas del viernes en la vereda de enfrente de Obras, lo metió a los empujones en un colectivo, lo encerró junto a otros nueve menores en un calabozo de cuatro metros cuadrados y lo abandonó doce horas después en una ambulancia del Cipec cuando Walter –que había entrado al destacamento en perfectas condiciones físicas– empezaba a morirse. Jorge Casquet tiene 16 años, uno menos que Walter, y con su amigo compartía, además del trabajo en el Golf Club, su gusto por la banda del Indio Solari.
Por Fabián Polosecki. Nota publicada en la revista alternativa El primer tajo, el 2 de mayo de 1991.
Ese viernes, hubieran visto juntos por cuarta vez al grupo pero no consiguieron entradas y se quedaron enfrente para escuchar lo que pudieran, esperar al resto de sus amigos del barrio y volver todos juntos. En eso estaban cuando la policía decidió lo contrario. “Se nos vinieron encima con los palos en la mano –relató Jorge una semana después, en el velorio– y todos corrieron pero nosotros no, porque no estábamos haciendo nada”. Los dos preguntaron el motivo de la detención. Un uniformado les dijo que esa noche el número de detenidos debería llegar a 40 y que si tenían suerte y la razzia era numerosa, los dejarían irse.
No tuvieron suerte, y tras los 45 minutos que el pelotón se tomó para llenar el colectivo con gente subida a los golpes aunque no ofrecieron resistencia se los llevaron. En la comisaría, otra vez la misma historia del recuento. Un agente suma nueve menores entre el malón de detenidos y decide que son suficientes para dejar libres a dos indocumentados que vivían en La Plata. Walter y Jorge, que afirma que su amigo estaba tan lúcido y saludable como él mismo al momento de relatar esto, no tienen teléfono, por lo cual el personal policial les promete llamar inmediatamente a la comisaría de Tapiales, para que ésta informe a sus padres de su condición de detenidos.
Esa comunicación nunca existió y en la casa de Walter tuvieron que esperar hasta entrada la mañana del sábado para enterarse de lo ocurrido, a través de Zulma (20), la hermana de Jorge. Ella había visto cómo se los llevaban frente a Obras y recibido también un palazo en la piernas, que la dejó marcada cuando quiso acercarse al micro asustada por los golpes que daba la policía a sus involuntarios pasajeros. En esa casa de la calle Artilleros de Aldo Bonzi no sabían –porque la policía no hizo nada para que se enteraran– que en ese momento Walter empezaba un periplo fatal por dos hospitales públicos y un sanatorio privado sin que se atinara a dar una diagnóstico definitivo, ni un tratamiento adecuado, a la grave indisposición que empezó a sufrir –según Jorge– a partir de las siete de la mañana cuando se despertó en el calabozo mareado y con casi la mitad del cuerpo paralizado.
Jorge cuenta a El primer tajo que tuvo que asistir a su amigo personalmente, limpiarle el vómito de la campera y subirlos sin ayuda a la ambulancia del Cipec, cuando recién a las 9.50 llegó a la comisaría, casi tres horas después de que le hiciera notar a los policías la situación. Llevado primero al hospital Pirovano, a solo 18 cuadras de la Comisaría 35, se desestima la primera apreciación de la paramédica del Cipec en el sentido que sufría un ataque epiléptico. Lo trasladan al hospital Fernández para que lo vea un neurocirujano, pero no hay ninguno, y lo devuelven al Pirovano habiéndole tomado algunas radiografías. Allí lo encontrarán finalmente sus padres, después de haber hecho ellos mismos idéntico recorrido entre la comisaría y los hospitales.
La primera versión que reciben en la comisaría los Bulacio es que su hijo llegó “tumbado” a la seccional, seguramente por consumo de drogas o alcohol. En el Fernández el diagnóstico que les proporcionan es el de “síndrome de abstinencia”, lo que varía a “politraumatismo” con fisura de una costilla, cuando lo revisan por segunda vez en el Pirovano y el médico neurólogo de apellido Tardivo se hace cargo del paciente. Ante la urgente necesidad de que a Walter se le practicase una tomografía computada para determinar el origen de la lesión cerebral (aparentemente el estallido de un aneurisma) que continuaba agudizando los síntomas, y la no existencia de ninguno disponible en los hospitales públicos, es llevado desnudo al sanatorio Mitre, del barrio de Once, no sin antes haber realizado los trámites de rigor ante la obra social que atiende a la madre. La muerte era inminente.
Jorge, que afirma haber estado todo el tiempo junto a Walter, hasta que la ambulancia lo retiró de la 35, dice que ni él, ni su amigo recibieron golpes por parte de la policía en ningún momento. No obstante, los médicos del sanatorio Mitre procedieron a dar parte a la comisaría 7ma., asombrados por el estado en que recibieron a Walter, quien ostentaba un moretón bajo el ojo izquierdo y en otras partes de su cuerpo. También en el Mitre, los padres de Walter recibieron la certeza de que su hijo no estaba alcoholizado ni había consumido droga alguna. El sanatorio Mitre sirvió también como escenario de un encuentro entre el comisario Espósito, de la 35, y doce alumnos del Nacional Bernardino Rivadavia, compañeros de Walter, que lo reprocharon a voz en cuello el accionar suyo y de sus subordinados. Allí mismo estaba también Jorge, a quien el policía reconoció. Intentó, entonces, acordar con él su propia versión de los hechos: “Vos viste que yo lo ayudé, que yo lo atendí”, le refrescó, antes de recomendarle “No te pierdas”.
Walter murió a las 4 de la madrugada del viernes 26, luego de entrar en coma cinco días, subraya el padre, dolorido, a El primer tajo. La comisaría 7ma dio intervención al juzgado del Dr. Victor Pettigiani, quien tras caratular dos veces la causa ordenó la necropsia, cuyo resultado recibió el lunes pasado. Ese mismo día los compañeros de Walter realizaron una sentada frente al Nacional Rivadavia exigiendo respuesta a preguntas como “¿por qué la policía encierra jóvenes que tiene documentos sin que medie ningún motivo? ¿Por qué Walter debió esperar tres horas la llegada de una ambulancia para un traslado que en un patrullero no hubiera llevado más de cinco minutos? ¿Qué pasó realmente esa noche en la comisaría 35? ¿Por qué la policía amenaza, intimida y pega a quienes supuestamente debe proteger? ¿Por qué un joven de 17 años no puede ser atendido adecuadamente en un hospital público, cuando no tiene dinero suficiente para ingresar a uno privado? ¿Por qué la policía no llamó en ningún momento a los padres de Walter?¿Por qué resulta tan natural frente a un caso de estas características desconfiar de la policía? ¿Por qué un arresto seguro, se convierte en una muerte dudosa?”. La primera carátula de la causa judicial decía “muerte por lesiones graves”. La segunda dice “muerte dudosa”. Vaya sutileza.