Muerde es una obra protagonizada por Luciano Cáceres, con dramaturgia y dirección de Francisco Lumerman, que atraviesa, en el espacio cerrado de una carpintería de ataúdes, la historia de un niño abandonado por su familia llamado René. Esta obra llega al escenario a partir de la obtención del 2do premio de obras inéditas del Fondo Nacional de las Artes otorgado en 2015. Muerde fue estrenada en Buenos Aires en el mes de noviembre en el Teatro Moscú con 6 funciones agotadas y estuvo en Mar del Plata en el espacio Chauvin de la ciudad de Mar del Plata con localidades agotadas toda la temporada. En el mes de abril vuelve al Moscú los fines de semana.
Sangre. Aserrín. Ladridos. Sus pensamientos se desatan sin vuelta atrás, dice la sinópsis de este unipersonal. Una atmósfera habita la sala donde un niño respira y vocifera su propia biografía. En diálogo con Sudestada, Luciano nos contó sobre este desafío, sobre su trayectoria profesional y el contexto actual por el que atraviesa el Teatro independiente.
Por Natalia Bericat
Este primer unipersonal, después de tantos años de carrera condensa un camino, no solamente esta obra. ¿Cómo lo sentís?
Claro. Nunca un trabajo son los dos meses de ensayo o el año de preparación para eso. Son todos los años que uno trae de formación y de experiencia. En el caso de Muerde, en particular, había una necesidad de ponerme al frente porque creo que estaba en el momento adecuado de haber pasado como mucha soledad con muchos proyectos. A veces uno empuja y las cosas no se pueden lograr por agendas, o por escenografías. Este unipersonal también nace de tener muchas ganas de viajar. Me decía: “¿cómo no tengo algo acá el fin de semana para hacer?”. Por ejemplo cuando estoy rodando en España o en otro lugar. Entonces sentía que todo eso me lo estaba pidiendo.
Con Francisco, nos conocemos hace mil años. Justo vi dos obras seguidas de él y me dije, “tenemos que hacer algo”. Me dice, “sí, sí. A mí me encantaría”. La leí y le dije, “llego y nos ponemos a ensayar”. Y así fue. Llegué a fines de julio. Él llegó a principios de agosto y nos pusimos a trabajar. Y lo loco que pasó, que yo dije, “¿quién va a querer venir a ver esto?”. Sacamos a la venta todas las funciones y se agotaron. Antes de verla, o sea, antes de que empiece el boca a boca. Lo que pasamos con el público fue buenísimo, porque se terminó de completar, como siempre pasa con el teatro. La idea de la soledad que yo necesitaba completar se materializó. Cuando yo tengo un compañero, hay algo ahí que se va construyendo de dos. Pero cuando estás solo, ese diálogo con el público, o sea, y lo que pasó con Muerde fue muy fuerte, porque la obra es muy intensa, es muy dramática. También tiene momentos de humor, pero es un ser muy lastimado. René es un pibe que cuando nace lo abandona la madre, a los 10 años el padre lo deja marginado en un taller de carpintería de ataúdes, en un pueblo rural de algún lado de nuestra Argentina, criado como un perro, ahí encerrado. En el pueblo es el loquito, es el marginal, que todos putean, cargan, insultan, pegan. Eso pasa de día, entonces ya no sale. De noche, cuando el pueblo está como dormido, él se da cuenta que desarrolla una capacidad que es ver sin luz, y entonces eso le da una suerte de poder que el pueblo que lo marginaba de día, a la noche lo empieza a aprovechar para pedirle que haga cosas que ellos no se atreven a hacer.
La obra pasa por un montón de situaciones, y es como, yo siempre cito una obra que dirigí de Sarah Kane, que es “4.48 Psicosis”, que habla del instante lúcido antes de la noche interminable. Como de golpe antes del fin, pasan todas las imágenes de tu vida. Como los que dicen que pasaron el portal, o el túnel, o no sé qué, y que te pasa eso. Bueno, la noche es eso: es un instante lúcido, con todo lo que es René, pero con todo lo sensible y esa sencillez e inocencia que es enorme. Un desafío gigante, porque yo soy enorme, hay como un porte. También hay algo físico que había que contar, un acento que construimos con el director, pero no lo queríamos situar en ningún lugar particular, pero sí que suene a rural. Así construimos una manera de hablar, un desafío hermoso.
A mí me gusta pensar el teatro, sobre todo en el que estoy más comprometido creativamente, como una experiencia. Para mí no es solo ver una obra y que te cuenten un cuento, sino que todo lo que suceda desde el momento en que entrás al teatro hasta que termina la obra y te fuiste, realmente te transporte a otro lugar, a otra situación. Muchas veces he intervenido en los teatros para que la cosa cambie. Y eso para mí hace la diferencia. Pasa mucho en muy poco tiempo. Son 55 minutos de obra. Y como contraste en lo personal, venir a hacer una temporada comercial con una comedia que es bien para afuera, que es un género (yo amo los géneros y eso tiene que ver con mi formación). Me parece que está buenísimo como contraste estar haciendo algo independiente los lunes para otro tipo de público. Creo que en Mar del Plata hay una movida de teatro impresionante todo el año. Las salas independientes laburan todo el año, hay muchos grupos. Y también tengo ganas de conectar con eso.
¿Cómo construyeron el espacio cerrado? Me imagino que un poco, como me decías recién, fuiste armando esa voz y al mismo tiempo pensar en la atmósfera del encierro…
Sí. Hay algo ahí que está muy relacionado con los perros, con la obra. No quiero spoilearte nada pero tiene mucho que ver con eso. Y René es como un perro encerrado ahí adentro, medio obligadamente, medio por miedo, miedo por la situación de afuera. Se da de una manera muy conceptual desde la escenografía, pero obviamente de lo que uno genera también con la actuación. Reconocer los límites. Hay algo ahí que muchas veces tiene que ver con los posicionamientos humanos. Mirá, René, qué loco…Porque en estos momentos se plantea mucho el tema de la Libertad con ideas supuestamente políticas, ideológicas, pero que son totalmente contradictorias a lo que tiene que ver con la verdadera Libertad. Los límites no tienen que ver con una cárcel o las paredes sino que es el mismo condicionamiento humano. Mirá el contraste, ¿no? Como hablábamos de El beso. Cómo de golpe la acción, que de alguna manera es lo que sentimos que no está sucediendo por más que se agrupe o pase algo, que la falta de acción nos genera la libertad. Y cómo en El beso, un beso torpe habilita algo que, por ejemplo, mi personaje estaba guardado desde la secundaria. Está llegando de la Comedia sin ninguna explicación, desopilante. De golpe una acción, o en el caso de René, volviendo a Muerde, descubrir que tiene una habilidad que hace abrir su espacio de libertad. Sigue siendo un marginal pero él siente que tiene un poder. Cómo de golpe uno, cuando conoce sus capacidades, se siente más libre.
En mi caso personal, me formé un montón de años. Los modelos que yo tenía no tenían nada que ver con mi formación. Empecé a competir con la gente que salía de los Reality, porque soy de esa generación. En esa época era más importante ser conocido, famoso, que estar formado. Me enojaba un montón, con eso me encerraba. En un momento me di cuenta que yo también podía ocupar ese espacio. Laburaba de cartero por la mañana y en un quiosco por la tarde. Siendo gigante como soy, encerrado en un quiosco con una ventanita, metiendo cosas, que me pedían y se me caía todo. Había algo mío que no era libre, y laburé sin concentrarme en mi propia creación, en hacer mis obras. Eso empezó a interesar y al mismo tiempo poder mostrar mi actor particular, que no se parece a otro. Hay algo que me identifica, una manera de hacer las cosas.
Hablaste de tu vida antes de actuar y pensaba en este personaje que está como muy atravesado por su infancia. ¿El personaje de René te conectó con ese Luciano niño en algún momento?
Sí. Hay algo que me conectó que tiene que ver con usar a favor mi tamaño, porque yo lo sentía de chiquito. A los 12 años ya medía 1.80mts. Está la foto mía de la bandera y me veo con mis compañeros y era ser un gigante rodeado de pequeños. Con ojos muy abiertos siempre, muy curioso. Entonces sentía que llamaba la atención y no podía pasar desapercibido. Era más una persecuta mía que la real, pero hay algo de eso que está en René, de niño eterno, curioso pero que tiene que esconderse porque es peligroso. Después yo tuve una infancia con mucho amor. Si bien en mi casa no había mucho, no me lo hacían notar. Yo me enteré de grande que a mí me faltó algo. No me enteraba. Si me daba cuenta que no tenía nada, pero no necesitaba más. Muy militantes mis viejos, muy luchadores y después muy laburantes. Hay algo ahí que siempre me contaron del esfuerzo. Siempre me alentaron, acompañaron. Si bien mi viejo era actor, me decía “te voy a pedir que hagas otra cosa porque te vas a morir de hambre”. Pero bueno después empezó a funcionar. Yo nunca pensé que iba a vivir de esto. Todos mis ejemplos eran gente que laburaba de otra cosa.
La verdad que a mis viejos los tuve. Si bien poco tiempo, porque eran gente que laburaba y militaba, estuve siempre con ellos. Al mismo tiempo yo los acompañaba a militar. Yo andaba en todas las marchas con ellos. Salía a pegar carteles, pintábamos paredes, desde chiquito.
Pensaba en este personaje, en la orfandad y la muerte dando vueltas. En un taller donde hacen ataúdes (yo tuve siempre un vínculo de chica con los cajones y los cementerios) y me llamó mucho la atención…
Yo me crie en Bajo Flores, en el edificio que sigue viviendo mi hermana. Es entre el cementerio de Flores y el Hospital. O sea la posibilidad de salvarte o la muerte asegurada. Nosotros jugábamos en el cementerio de noche. Era un poco así… todos muertos de miedo, pero ninguno se hacía cargo. Otra infancia también, otra cosa. Se estaba mucho en la calle. Después poder formarme desde chico, a los 9 años empecé a estudiar. A los 10 arranqué con una obra de Shakespeare. Era una muestra, pero eso me abrió la cabeza. A los 10 años me leí todas sus obras. Leía hasta caminando por la calle. Yo era muy largo y leía caminando y me chocaba las cosas como los teléfonos públicos en la frente o las ramas de los árboles.
¿Cómo vivís tu experiencia como director? ¿Cómo es ponerte del otro lado?
Con cada actor es distinto. Tenés los actores que en la lectura ya lo tienen todo resuelto. Tenés los que funcionan por contradicción: vos le tenés que pedir lo contrario para que se les ocurra eso. Tenés el obediente que te pide hasta que le marques los tonos. Y después es tener la claridad de la totalidad y a dónde se quiere ir. Voy capturando todo lo que me van proponiendo y consensuando.
De ahí también se parte como la comparación con la falta de dirigencia que tenemos nosotros en nuestra vida cotidiana. Un director es responsable de construir un camino común donde todas las disciplinas, logren un resultado común que nos beneficie a todos. Lo que pasa con la política es que se arman caminos, algunos más inclusivos, otros menos, y donde el objetivo principal primero es beneficiar a ese director, dirigente y luego ¿Qué pasa con el resto? Entonces por eso lo comparo con esa situación. Claramente cuando uno dirige va a un bien común, porque todos tenemos que estar ahí y todos aportamos. En el teatro independiente es mucho más notoria la situación porque además, si bien cada uno está a cargo de un área y tiene una responsabilidad específica, todos laburamos para todos. Yo cuando dirijo una obra independiente, teatro independiente, estamos todos cortando maderitas. Hay uno que coordina, el escenógrafo dice “las maderitas las tienen que cortar de 40 centímetros y todos obedecemos a eso”.
¿Creés en el poder transformador del teatro, Luciano?
Sé que tiene un poder propio. Sobre todo pensando en el presente. Yo siento como que en un momento cuando hablamos de la pandemia nos pusimos a debatir sobre el final de las ceremonias. Y el arte es el que oficializa una reunión, un encuentro para compartir una historia. O sea, la visión de alguien y luego vos tomás partido y hacés de eso tu propia experiencia. El arte une, el arte abre cabezas, el arte genera debate, genera reflexión y también entretenimiento. Siempre cito a Molière, uno de los grandes autores. Él, muy ingeniosamente, ponía en los monólogos a su personaje más ridículo, más gracioso, la crítica a la sociedad del momento, a la monarquía, por ejemplo. Y él decía que en la comedia uno de los espectadores le decía algo así como que “en el espectador estallaba la carcajada y en esa boca se expandía la lengua y ahí él podía clavar los clavos de la razón”. Siempre, creo que es muy potente cómo el teatro te hace ser fuente. Te unís a un tributo que es casi milagroso que tanta gente que no se conoce se pone de acuerdo un día determinado, una hora determinada para compartir una ceremonia. Y esto se viene haciendo hace miles de años.
MOSCÚ TEATRO
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Sábado – 19:00 hs – 06/04/2024
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