En el año 2009 en lo que fue mi primer blog, comenzaba a escribir los malestares, interrogantes e incertidumbres sobre lo que significaba ser una joven mujer negra; estaba en la incipiente búsqueda por entender mi propia experiencia, de encontrarme con esa herencia africana que me fue negada cuando el colonialismo cambió el rumbo de nuestra historia, comenzaba a reconciliarme con mi hermosa y oscura piel brillante de la que tantas veces me sentí avergonzada producto del racismo, comenzaba a amigarme con mi cabello rizado del que muchas veces intentaron convencerme que debía alisarlo porque se veía sucio e inadecuado, comenzaba a reconocer la particularidad de mis labios gruesos y mi nariz ancha que no cumplían con los cánones de belleza y que durante mucho tiempo me convirtieron en objeto de la violencia estética; comenzaba apenas a comprender el sexismo y el racismo, y a reconocer la feroz e inclemente estructura social desigual que los sostiene.
Por Esther Pineda G
En ese proceso de cuestionamientos y de búsqueda de respuestas, un día di con lo que fue mi primer acercamiento a la cultura afroperuana, y que sin dudas influyó desde entonces hasta el día de hoy en mí y en mi escritura. Me había encontrado con un documental sobre la compositora y poeta peruana Victoria Santa Cruz, en el cual ella misma narraba esa primera experiencia de racismo explícito a sus 5 años y que le hizo saber que era negra; no porque no se daba cuenta de su color de piel, sino por lo que eso significaba: la desigualdad y la discriminación.
Escucharla me llevó a rememorar mi propia experiencia, a los 9 años cuando volvía a casa con mi madre luego de hacer las compras, en plena avenida pasaron junto a nosotras tres adolescentes de entre unos 11 a 13 años, dos varones y una chica, los tres al unísono me gritaron al pasar junto a mí: ¡¡¡MALDITA NEGRA!!!. Todos rieron y siguieron, con la tranquilidad de la impunidad que otorga el racismo. A nadie alrededor le sorprendió, nadie se acercó, nadie nos habló; solo mi madre, quien rápidamente me cubrió de bendiciones como quien intenta revertir un conjuro, intentó convencerme de que no pasaba nada, y que esos chicos eran violentos e ignorantes; pero en ese momento supe que mi piel negra marcaba una clara diferencia entre el mundo y yo, división que ni siquiera mi preocupada y amorosa madre blanca iba nunca a poder saber realmente explicarme y de la que pese a todos sus intentos, tampoco iba a poder protegerme.
A mí al igual que a Victoria, aunque con muchos años de diferencia y varios kilómetros de distancia por medio, también me gritaron negra, y al igual que ella: “Me sentí negra. Negra! Como ellos decían. Negra! Y retrocedí. Negra! Como ellos querían. Negra! Y odie mis cabellos y mis labios gruesos, y mire apenada mi carne tostada. Y retrocedí. Negra! Y retrocedí…”.
Pero en ese momento en que la escuche, me reconocí inmediatamente en Victoria, pero sobre todo, dejaba de sentirme tan sola; lo que yo había vivido también lo había vivido ella, y seguramente muchas otras más. Me impresionó su seguridad y fortaleza al hablar, pero sobre todo, su capacidad de transformar en arte ese odio, ese auto desprecio y esa vergüenza que sintió producto del racismo; me movilizó como logró convertir aquello que la había humillado y excluido en un poema maravilloso y poderoso como lo es “Me gritaron negra”, que vindicaba la negritud como nunca antes lo había escuchado.
Victoria Santa Cruz en su poema, con dignidad, orgullo y potencia, declamaba: “Negra! Sí. Negra! Soy”. (…) “Negro. Y qué lindo suena! Negro. Y qué ritmo tiene!”, y escucharla encendió una flama en mí; me convenció de que esa historia de esclavitud no era una condena, que el racismo no era una sentencia, que a pesar del odio y el desprecio recibido podíamos también amarnos, pero sobre todo, que esa desigualdad y discriminación también éramos capaces de derribarla.
Escucharla fue como encender una luz dentro de mí y comencé avanzar sin miedo, sin vergüenza y con seguridad a través de ese camino rodeado de lobos que es el racismo, caminé con las manos vacías, pero en el trayecto fui construyendo mis propias herramientas con las cuales combatir el racismo y el endorracismo. Finalmente llegué a la poesía, mi poesía Resentida, esa que pretende desde una perspectiva feminista y antirracista denunciar el racismo, el sexismo, la desigualdad social y la violencia política que aqueja a toda América Latina y que nos hermana; una poesía que muy ambiciosamente espero que al llegar a sus manos les permita sentir menos soledad en ese proceso de entender, acompañar y confrontar la desigualdad, la discriminación y la violencia, como lo fue para mí la poesía de Victoria Santa Cruz.
Cuánto tiempo (Poema de Resentida, de Esther Pineda)
¿Cuánto tiempo te tomó
amar tu cuerpo negro?
¿Reconocer la belleza
del brillo de tu piel oscura?
¿Acariciar las curvas
de tu cabello rizado?
¿Bordear con cariño
tus labios pronunciados?
¿Respirar sin rabia
desde tu nariz ancha?
¿Reconciliarte con la forma
de tu rostro ovalado?
¿Cuánto tiempo te tomó
Amar tu cuerpo negro?
Black Power (Poema de Resentida, de Esther Pineda)
Hoy me permito
estar orgullosa.
Por mi herencia,
por mi historia,
por mi piel.
Esa,
por la cual,
durante siglos,
generaciones,
y décadas,
me hiciste sentir
avergonzada.