Cada 20 de noviembre se conmemora el Día internacional de la Memoria Trans. Muchas le agregamos: travesti. Dedicado a la memoria de las miles de compañeras que fueron víctimas de travesticidios (crímenes perpetuados por varones cis) y travesticidios sociales (muertes jóvenes evitables).
Por Florencia Guimaraes
La memoria trava sigue viva y es crucial seguir reconstruyéndola colectivamente, sobre todo junto a las juventudes y niñeces travestis y trans, para seguir rescatando esas biografías de vida que abrieron camino a los derechos conquistados.
Si bien esta fecha nace en Estados Unidos, se fue expandiendo por las comunidades travestis y trans de muchísimos países. En Argentina, si pensamos en memorias travas, no debemos omitir los años de encarcelamiento, persecuciones y torturas que el Estado Argentino ejerció sobre nosotras a través de los códigos contravencionales. Como decimos las sobrevivientes: “el delito era ser trava”. Fuimos durante décadas víctimas de toda forma de discriminación y diferentes tipos de violencias, que fueron, y aún siguen siendo, normalizadas por gran parte de la sociedad.
En lo que refiere a la violencia estructural de las fuerzas represivas del Estado, más precisamente la policía, las travestis hemos sido sometidas a coimas, palizas y abusos sexuales, tanto en las comisarías, como en patrulleros y autos particulares en la vía pública.
Una de las últimas veces que fui detenida, me encontraba en situación de prostitución en el barrio de Floresta. Recuerdo que frenó el comisario de la 40 y dijo: “llévame este puto a la comisaría”. Fui arrastrada de los pelos a un patrullero mientras los vecinos de la buena moral paseaban sus caniches. Al llegar me rodearon todos los policías que allí se encontraban y me obligaron a desnudarme mientras se reían, mientras me decían que iban a meterme al calabozo que estaba lleno de hombres, tenía terror. Al final me metieron en un calabozo oscuro y lleno de mierda, hacia mucho frío, de tanto llorar me dormí. Recuerdo que me despertaron dos oficiales con sus penes en la boca, arrodillada les pedí por favor: “no quiero”. Esperaron que se hiciera el mediodía, el comisario me mandó a llevar a su oficina, al entrar me dio una tarjeta y me dijo riendo “anda a denunciarme a los derechos humanos”. Era el año 2009. De esa caída no hubo registro, de las otras tampoco, si me desaparecían nadie se hubiese enterado. Nunca más volví a esa esquina.
Este relato personal podría de seguro ser el de miles de compañeras de cualquier lugar del país, incluso de Latinoamérica, de las que sobrevivimos, que a veces podemos contarlo, y de todas las que nos asesinó el sistema. Es la memoria colectiva algo que debemos seguir construyendo entre diferentes generaciones de personas travestis y trans. Hoy cuando las travas jóvenes escuchan los relatos de las pocas que superan esa irrompible expectativa de vida de 35 años, no pueden creer que cruzar la puerta del lugar que habitabas era, casi seguro, terminar por días en una comisaría.
Poder trasmitir de generación en generación lo que atravesamos es fundamental para seguir avanzando por todos los derechos todavía negados. Porque a pesar de la organización travesti y trans, de las constantes luchas, marchas y manifestaciones políticas que llevamos adelante para defender y seguir exigiendo por los derechos humanos de nuestra comunidad, nos siguen asesinando, nos siguen excluyendo de la agenda política y emocional, y nos sitúan aun en el sistema prostituyente como casi único medio de sustento económico.
Son incontables las compañeras que murieron sin una reparación ante la violencia sistemática del Estado respecto de sus derechos humanos por ser consideradas desviadas, amorales y un peligro social para el Estado Nacional. El exilio travesti debe ser parte de la memoria de los espacios de derechos humanos, porque comenzó durante la última dictadura cívico, eclesiástica y militar, pero continua aún en esta democracia que parece no terminar de incorporarnos. Las biografías travestis están colmadas de estigmas, exclusiones y criminalizaciones.
Este 20 de noviembre deseamos que nuestro grito de furia travesti resuene, interpele y despierte a aquellas personas que tienen en sus manos el poder político para mejorar, reparar y cambiar nuestras realidades, porqué aún nos falta Tehuel, nos faltan Lohana, Diana y miles de compañeres.
Reconocer es reparar.