Martha Ferro: La justiciera del gatillo fácil

Martha Ferro tenia una mirada dura y profunda. Fue esa mirada, oscura y penetrante, la misma con la que recorrió los escenarios donde ocurrieron muchos de los crímenes más aberrantes que se hayan conocido en este país en los últimos años. Fue la mirada de una cronista implacable, que transitó los márgenes del conurbano bonaerense y cubrió infinidad de casos para la revista ¡Esto! y el diario Crónica. Sudestada conversó con ella para que nos cuente parte de su historia. Nos contó sus comienzos en el periodismo y la historias que la llevaron a ser una de las mejores investigadoras del género policial de las últimas décadas.

Por Walter Marini, nota publicada originalmente en la Revista N 55 en 2006

¿Cómo comenzó en el periodismo?
Comencé dirigiendo un diario en la escuela, donde denunciábamos los bancos rotos y esas cosas. Después eso lo trasladé a la cuadra de mi barrio, donde había un almacenero bastante turro que, como fiaba, se creía que tenía prebenda para venderte un kilo de cualquier cosa y en realidad te daba setecientos gramos. Yo vivía en Lafuente 27, en el barrio de Flores, y al lado había un prostíbulo donde a las  pibas las cagaban a palos de tanto en tanto. Editamos una publicación que se llamaba El Carocito y abajo decía: “para que crezca la verdad”. Éramos muy chicos y nuestros viejos nos molieron a palos. Imaginate, unos nenitos de no más de diez años se estaban metiendo contra el almacenero que le fiaba al barrio y contra la mafia policial de la prostitución. Todo eso lo llevaba adelante influenciada por el novio de una de mis hermanas, que militaba en el Partido Comunista y me llenaba la cabeza de ilusiones. Me decía que la revolución iba a llegar cuando yo tuviera 23 años. Bueno, como ya ves, finalmente no llegó.

¿Y a la revista ¡Esto! cómo llegó?
A ¡Esto! llegué porque cerraba La Gaceta de la Tarde. Venía de trabajar en El Tribuno de Olavarría, que era de la señora Fortabat y cerró por un quilombo gremial. También trabajé en La voz de los Montoneros, a pesar de que soy trotskista, los muchachos me dieron la posibilidad de dirigir el suplemento de la mujer. Después hice trabajos freelance con una fotógrafa llamada Cristina Freire, con quien seguimos el caso Giubileo y que,  casualmente, me cuenta que Crónica va a sacar una revista policial y que era un secreto de Estado, pero ya lo sabía todo el mundo. Llego al diario y pido hablar con Francisco Loiácono, a quien no conocía. Me dicen que no me podía atender y le digo al ordenanza que le comunique que venía por la revista que iba a salir. Entonces me llama y, para que no desparramara lo que ya sabía todo Buenos Aires, me hizo pasar las de Caín durante un mes, yendo a los lugares más terribles que te pudieras imaginar. Pero él no sabía con quien se metía.

La ¡Esto! nace a mediados de los 80’, en un momento complicado del país.
Es cierto. Estaban sucediendo un montón de fenómenos en el conurbano. Por esa época comenzaron a aparecer los primeros casos de gatillo fácil. Todo lo que había pasado en la dictadura descompuso en gran parte la sociedad. Si bien los milicos se habían retirado, yo creo que sigue activa una fuerza de ocupación que es la policía, que son lo peor que hay, y creo que para esto no hay remedio. Hay que quemarlos vivos a todos. Hoy en día en la escuela Vucetich siguen diciendo que los enemigos de ellos son las Madres de Plaza de Mayo. La policía es la gran socia del paco y de la prostitución. Nadie controla a estos tipos, es más, la policía debería ser la misma gente, con comisiones de vecinos, y ahí se termina todo. Cuando en aquellos años comencé a meterme en lugares insólitos del  primer cordón del conurbano, del segundo y el tercero, era todo un despelote bárbaro. La cantidad de pibes muertos por la policía era impresionante.

¿Cuál era el método que utilizabas para investigar?
Nada de otro mundo, simplemente escuchar a la gente. Hoy los periodistas ya no escuchan a nadie. Lo primero que hacía era llegar al lugar del hecho y matear todo el día. La gente siempre sabe quien hizo lo que hizo, sabe quien mata y quien vende la droga. No necesitaba ir y hablar con la cana, en todo caso, lo hacía para satisfacer al director de la revista. Y si a la gente le aclarás que no sos Al Capone para protegerla, pero que no vas a decirle absolutamente a nadie quien es, y que su historia va a quedar resguardada, te dicen todo. Nunca le llevé el apunte un expediente. Porque si Juan o Pedro me van marcando lo que sucede, después… que busque la cana, la justicia, o quien sea. Yo busqué así y encontré.

¿Y cómo se manejaba con los informantes?   
En todos los casos de gatillo fácil, las travestis y las prostitutas fueron mis grandes informantes. Como cuando aconteció el caso de la masacre de Ing. Budge. Yo les hacía muchas notas a las travestis por todas las barbaridades que les hacían los canas, desde meterle insecticida en los pechos hasta cagarlas a palos. Un día me llama una y me dice que tenía tres muertitos en el barrio. Pudimos fotografiar a las pibas y al final se comprobó que las había matado la cana. Conmigo se fue formando toda una cadena de cronistas populares. A las travestis les aclaraba siempre que no me llamaran para decirme que el novio las dejó, o que les rompió la nariz porque son medio rayadas, llámenme para algo serio. En una época tenía a una señora muy encumbrada que vivía en San Fernando y era una fanática de lo policial, y daba la casualidad de que cenaba con el comisario de la seccional primera de la zona. Y allí le sacaba todos los datos. El comisario se quería matar, porque nunca supo cómo teníamos la información. Recuerdo que se llamaba Irma, nunca supe su apellido. Era una especie de Agatha Christie oculta. No pasaba nada en la zona norte de Buenos Aires sin que yo no me enterara. Yo ponía en las notas: “la hipótesis de nuestra Agatha Christie de San Fernando señala que…”. Pero en la revista había historias increíbles. Un día me llama una travesti llamada Yanina, que era precandidata a concejal en el conurbano. El pueblo la quería mucho porque cortaba el pelo gratis. Y cuando fuimos a verla nos encontramos con otra travesti amiga de ella que tenía 40 años pero parecía de 70. Entramos en la casa, y la vimos en un rincón, comiendo miguitas de pan, una cosa espeluznante, sórdida; era tremendo, parecía una película de Moniccelli. Eran las compañeras de la derrota. Después nos enteramos de que había ganado, pero no la dejaron asumir; se ve que por culpa de esa vieja consigna de los peronistas: “ni putos ni faloperos, somos FAR y Montoneros”. Y después supimos que la que comía pan era la hermana de un comisario que no le dejaba ver a la madre  que estaba internada en un geriátrico. Esa era su desesperación, ya que el tipo le decía que si acercaba a verla la iba a matar de verdad. Entonces ella se paraba dos cuadras antes del geriátrico y desde ahí imaginaba a la madre. Era todo una poesía.

¿Qué casos recuerda  de esa época que le hayan impactado? 
Recuerdo el caso de Sergio Durán, “el verdulerito de Rafael Castillo”, tenía 17 años y fue torturado y asesinado en la comisaría primera de Morón. Ahí mandamos en cana a todos los policías. Todavía queda alguno prófugo. Resulta que un día fui de casualidad a la redacción porque me había olvidado los anteojos y me encuentro con el llamado de una señora. Entonces llamo a un policía con el que tenía confianza, y le pregunto qué le pasó al pibe; me confiesa que se les había ido la mano, otra que paro cardíaco. Como este policía le tenía mucha bronca a los otros canas, me batió todos los nombres y las barbaridades que le hicieron al pibe. Los presos que habían estado esa noche también me llamaron para aportar datos. Se armó un despelote bárbaro. María del Carmen Verdú se hizo cargo de ese caso. A mí me amenazaron de muerte, igual yo los mandaba a la mierda. Y ahí me emperré con esos tipos y como sé que son profundamente cobardes, cuanto más los denuncias más se quedan quietos. Recuerdo que el comisario era Hermes Acuña, que es otro delincuente que todavía anda suelto por ahí. El tipo me citó para conversar sobre el hecho, porque él había estado esa noche, y luego levantó la cita. Es decir que todos escucharon como lo torturaban al chico. Otro caso fue el de Liliana Martí, “La virgencita de los trenes”, una nena de 8 años que vendía estampitas en el tren de once-moreno y desaparece de un día para el otro. Entonces los pibes que venden con ella se preocuparon e hicieron la denuncia. La cana los caga a palos a todos porque creen que ellos tuvieron que ver con el hecho y lo único que querían era que la encuentren. Gracias a los pibes hacen el identik de la nena. Y Sdrech -que a pesar de que lo quise mucho era un turro de mierda- ,desde Clarín, empezó a decir que todo tenía que ver con un rito umbanda. Luego se descubrió que la nena tenía que volver con cinco pesos a la casa y justo ese día se le dio por comer un pollo frito y gastó dos pesos. Se descubrió también que la madre era prostituta y junto a un cliente la violan y la matan.  No había ni rito umbanda, ni misterio, ni nada. Sdrech se tuvo que quedar calladito la boca. Otro caso fue el de Bulacio. Recuerdo que la familia no quería hacer nada. Entonces fuimos con Mario Lettiere a buscar la foto del chico y para conseguirla fue un despelote, no la querían dar. Era una familia muy quebrada ya desde antes que sucediera esto. Finalmente la conseguimos. El pibe estaba fusilado y el caso estaba medio tapado. Y la revista ¡Esto! lo sacó y lo investigó. Les pasé el contacto de Verdú a los familiares para que se haga cargo y lo único que les dije era que ella iba a pelear hasta el final y que nosotros desde la revista, junto con Mario, íbamos a empujar el caso. La Verdú siempre me dice que fui la instigadora de la Correpi.

 ¿La revista tenía personajes increíbles que escribían historias también increíbles?
 Nosotros hicimos un gran hallazgo que era la “negra” Sánchez, una mujer que escribía una sección que se titulaba Entre entreveros y sapucay. El acervo popular siempre distorsiona los crímenes. Un día Loiácono ve que me estoy riendo a carcajadas por teléfono y me pregunta por qué me reía. Le comento que me reía de una historia que había contado la correntina en una cantina de La Boca, y me hizo contársela y me dice que la traiga a la redacción. Al otro día, vino la correntina y le contó a Pancho todas las historias que sabía. Le dijo que las escribiera. A partir de ahí la “negra” Sánchez era venerada en el conurbano, por los recuerdos que le generaba a toda esa gente del litoral que había desembarcado en el conurbano luego de la dictadura. La revista  se compraba por ella también, y esto lo sabía Loiácono, que es mas vivo que el tango. Ella contaba que donde vivía, un lugar que se llamaba Yagua Rincón -barrio de perros-, comenzaron a encontrarse animales muertos. Entonces pensaban que había un lobizón. El pueblo comenzó a decir que era un tipo que vivía allí y a partir de ahí no le dirigieron más la palabra. Resulta que el tipo no era ningún lobizón y, ante todo ese acoso por el cual lo señalaban como tal por todas partes y a donde fuera, se terminó ahorcando. Él vivía con una hermana soltera y ,como seguían apareciendo los animales muertos, le pasaron el rol de lobizona a ella, que también se terminó ahorcando. Y los animales seguían apareciendo muertos. Pero porqué. Y ahí te contaban que eran las ánimas. La “negra” contaba eso porque son las cosas que la gente cuenta. Las historias se van transformando y eso les gustaba a lectores.

¿Por qué terminó la revista ¡Esto!?
 En primer lugar quiero aclarar que la revista no terminó porque Héctor Ricardo García decidió volcar todo en el canal Crónica TV. Lo que pasó fue que “Cacho” Fontana, que es un íntimo amigo de García y sus jodas, cayó en un furcio cagando a palos a una piba que era bastante chiflada también. Entonces a nosotros se nos dio por sacar fotos del lugar donde había acontecido el hecho, o tener la declaración de la piba donde contaba todos los entremeses y demás. Y como a García no le gustó, entonces la cerró. A Loiácono lo mandó a cortar cables y al resto, a trabajar a la sección policial del diario Crónica. Y el director del diario en ese momento, que era Mario Fernández, tenía una bronca bárbara con la revista ya que siempre teníamos todas las primicias y ellos no tenían nada. Como eran unos inútiles, no lo toleraban a “Pancho”. Y así fue. Le tocaron el amiguito a García y decidió cerrar. Pasó un año y medio, y una mujer que antes nos vendía fotos y andaba con un cana y tenía ojos celestes, se hizo cargo de una segunda etapa que duró muy poco. Se ve que García pasó, le vio los ojos, y le dijo: “vas a dirigir una revista”. Y finalmente fue un desastre, la revista terminó siendo pro-cana y el abatido había sido siempre “bien abatido”. Y me daba mucha bronca todo eso. Y más por el avance policial en la revista, porque la mina era de los servicios. Si bien la revista no era el palacio de invierno, allí había una gran parte que parecía el palacio de invierno, y ahora parecía el departamento central. La ¡Esto! fue la aventura de un loco que sumó a otro loco, y que  no se dio cuenta de que en el barco ponía tanta confusión. Hasta podría decir que fue una contribución a la confusión general. Lo bueno que tuvo Loiácono fue que metió en la revista a periodistas de izquierda, ultra izquierda, derecha y derecha repugnante. La revista estaba conformada por todo ese espectro. Y fue una muy buena revista policial. Y yo en ese contexto elegí los márgenes, porque nunca me gustó estar institucionalizada.

¿Y qué pasa hoy con el periodismo en el género policial?
El periodismo policial hoy en día es una porquería total, no sirve para nada. Pero no culpo a los compañeros, porque las empresas están antes y hay que ver qué es lo que les dan para trabajar. Cómo puede ser que una empresa como Clarín, que podría mover mucha infraestructura para hacer policiales, no va al fondo de las cosas. Y también los compañeros podrían cargar más tinta con el tema del gatillo fácil, nadie te pone una pistola en la cabeza para que te hagas el suavecito y no denuncies nada. El problema es que hay todo un acomodamiento a esta sociedad que deja pasar todo, total “gano dos, tres lucas por mes”, se quedan tranquilitos en sus asientos; ¡pero viejo!, acá hay una cuestión de compromiso, y todos se cagan en eso. Hay un gran retroceso en todo. Otra que siglo XX cambalache, esto es siglo XXI, despelote y destrucción total. Porque si los compañeros hicieran en serio policiales, se darían cuenta de que es falsa la depuración policial, de que todo es mentira, están todos, son una gran familia. ¿Y vos creés que le van a poner coto? si parte de todo lo que ellos chorean financia la política. ¿Vos vas a matar a la gallina de los huevos de oro? Ni loco, a la gallina de los huevos de oro le tenés que dar el mejor maíz del mundo. Y en este país, todo es policial-político. Vos abrís cualquier revista y todo es un enorme robo camuflado. Si agarrás las revistas del 70’ para acá, van todos en cana, porque son todos chorros. Pero no se preocupen porque nadie va a ir en cana, por la simple razón de que no hay justicia. Si te ponés a pensar que el secretario de justicia de la provincia de Buenos Aires, León Arslanian, es un asesor de las multinacionales, que podés esperar.

¿Y en Crónica qué pasó?
Y Crónica no era lo mismo que la revista. Ahí no podías profundizar. Del diario me echaron en 2001. Después me quisieron tomar de nuevo pero no acepté. Además ya estaba enferma. Resulta que el turno de la mañana, que era el más politizado, decidió parar. No sacamos el diario por tres ediciones. Al que primero tocaba una máquina, le rompíamos las manos a palazos. Después repartí parte de la indemnización que me dieron entre los compañeros que quedaron, porque yo sé muy bien lo que es mantener un conflicto.

  ¿Y ahora qué estás haciendo?
Estoy enseñando títeres en Olavarría junto a un grupo de gente. Me gusta ganar los espacios públicos; no la Plaza de Mayo que la conocemos todos, sino un barrio perdido en el medio de un basural, de eso se trata. En Olavarría hay una situación de silencio, de represión, de miedo. Allá hay un intendente que se llama Eseverry, un radical K que tiene un secretario de seguridad llamado Omar Ferreyra, “el pájaro”, y es un torturador. Por eso saco los títeres a los barrios, para denunciarlos, y porque la gente ya casi no sabe leer. Entonces ellos ven en los títeres al antihéroe a los palazos limpios contra el poder, por lo menos allí el débil triunfa. Hace poco fuimos a dar una obra a un barrio muy pobre, pobrísimo. Había un nenito de cuatro o cinco años. Se sienta sobre la tierra delante del teatro portátil. Y de repente el pibe sale corriendo, iba y venía. Yo pensé que se estaba meando. Cuando vuelve, veo que tenía en la mano un títere hecho con papel. Durante toda la obra lo tuvo alzado en su mano con el brazo extendido para que también viera la función. Y cuando terminó la función se fue acercando para ver que era lo que pasaba atrás del teatrito. Eso fue hermoso. Allá hay mucha corrupción, y grupos muy aislados de gente con ganas de hacer cosas, pero no se los puede unir, en eso ando, tratando de juntarlos. Y si sigo es porque todavía quiero la revolución que no se dio a los 23, y que creo todavía está más lejos. Pero yo sigo ahí, con ganas de dejar algún fósforo encendido.