Una multitud nucleada en la Unión de Trabajadorxs de la Economía Popular (UTEP) marchó desde Liniers a Plaza de Mayo. Productores, cooperativistas, cartones y laburantes de un universo tan invisibilizado como estigmatizado se unieron en un grito por el salario básico universal, con San Cayetano sobre sus hombros, y por tierra, techo y trabajo.
Por Luca Stecco
Marta tiene 42 años. La acompañan sus tres hijos, quienes la alientan a continuar camino hasta Plaza de Mayo. Su estado de salud deteriorado y el cansancio acumulado la obligan a hacer un esfuerzo extra. “El año pasado me quedé con ganas de venir, no pudimos por la pandemia. Queremos tener más trabajo, no nos alcanza para lo básico. Se nos complica. Pero con fé y organización vamos a salir adelante”, asegura con mirada firme y ojos vidriosos de emoción.
Como Marta, que vive en Berazategui y además de barrer calles y veredas a través del Programa Potenciar Trabajo -por el que cobra 13.500$- trabaja en tareas de cuidado de ancianos, hay muchos casos similares.
Cooperativas familiares, trabajadores de la tierra, cartoneros, productores, todos y todas nucleados en la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) conformada por diversas organizaciones como Barrios de Pie, Movimiento Evita, Corriente Clasista y Combativa, Movimiento Popular la Dignidad, entre otras. Una multitud marchando desde Liniers hasta la histórica plaza en el día más primaveral del invierno porteño. A los costados, puestos sanitarios que las organizaciones montaron para solucionar cualquier percance.
Mujeres, niños y niñas, hombres de avanzada edad cantando. Por momentos gritando, moviéndose al ritmo de cumbias que suenan desde celulares que le agregan clima de fiesta a un encuentro de fe y lucha. Se respira una necesidad por visibilizarse, por alejar tanto prejuicio, por derribar cada estigma. “Lo que los medios llaman planes sociales, metiendo todo en la misma bolsa, son changas y laburo que hacemos con mucho esfuerzo y por poca plata. Queremos los mismos derechos que tienen los laburantes que están en blanco, no pedimos más”, exclama Gabriel, un hombre barbudo de unos 60 años que lleva una remera con el rostro de Eva Perón.
Esos estigmas y reduccionismos mediáticos no tienen en cuenta la pluralidad del amplio universo que abarca la economía popular. No parecen preocupados por adentrarse a un mundo que no forman parte y tratar de entenderlo. La brecha entre esos pocos columnistas de grandes medios, muy bien pagos, y los que hoy se movilizan exigiendo mejores condiciones laborales y más oportunidades, se va tornando cada vez más mayor.
De esa brecha que se apoya en prejuicios por desconocimiento, cuando no de invisibilización, da cuenta el documento conjunto leído unos minutos antes de la hora 15: “Las trabajadoras y trabajadores argentinos sufrimos nuevas formas de opresión e injusticia que nadie puede negar, agravadas al extremo por la pandemia mundial. La peor parte la sufrimos en la economía popular; por eso proponemos la universalización del salario”. También remarca que todos y todas contribuyen a la riqueza social, “desde un productor hortícola hasta una desarrolladora informática”. Por eso subrayan la necesidad de un piso mínimo de ingreso. Al respecto, son contundentes: “la Argentina tiene capacidad de financiarlo, y debe realizarse ya. Los derechos de los argentinos están por encima de las ambiciones de los acreedores externos como el Fondo Monetario Internacional”.
Esa tensión y acompañamiento que las organizaciones pertenecientes al UTEP tienen con el Gobierno Nacional se sintetiza en un apoyo crítico. “Tal vez deban escucharnos más”, expresa en otro párrafo el comunicado. La relación entre la política tradicional y un (no tan) nuevo sujeto político como los movimientos sociales está dando sus primeros pasos, no exentos de tensiones, matices y diferencias.
Detrás de la figura del patrono de trabajo, banderas de todos los colores son sostenidas por familias enteras que sin perder muecas de alegría reclaman un salario básico universal que coloque un piso de ingreso por debajo del cual no puede haber ciudadano. “Votamos al Gobierno y lo defendemos porque venimos de vivir una pesadilla, pero hay demandas que no pueden esperar más. Necesitamos empezar a hacer realidad lo que pedimos siempre y nos dice Francisco: tierra, techo y trabajo”, sentencia una joven llamada Micaela que tiene puesta una remera con una leyenda que dice: “No hay Ni Una Menos sin tierra, techo y trabajo”.
La referencia al Sumo Pontífice argentino no es casual ni aislada. Su imagen está presente en algunas banderas. Religión y política se entremezclan y forman un solo grito que proviene de ese 40% de trabajadores no registrados que hoy tiene la Argentina. Como bien sintetizó Marta, fé y organización se unen bajo una misma bandera reclamando lo urgente.
Fotos: Juan Rojas