Los llanos: el ritmo del paisaje

desconcertado por la posibilidad
de dialogar conmigo mismo
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Alejo Carpentier

Federico Falco es el autor de Los llanos, novela finalista del Premio Herralde publicada en noviembre del 2020 por Editorial Anagrama. Un hombre se separa de su compañero y decide irse a vivir solo al campo. La llanura irrumpe, luego de nombrar a la ciudad de manera sintética, en las primeras líneas del libro. El autor nos recuerda que en la ciudad no existe noción del paso de las horas. Un narrador protagonista nos introduce de golpe en el escenario de la novela. Nos sumerge directamente en el letargo, en el ritmo lento del paisaje: de pronto, calma y silencio.

Por Natalia Bericat

Desde el inicio, un epígrafe de Ron Padgett que da luz sobre el propio proceso de escritura del autor: fue como si/ […] el paisaje tuviera una sintaxis/parecida a la de nuestro lenguaje. Una advertencia en los ojos del lector dan los primeros tonos de un ritmo que se repite, que se mecaniza como el punteo sobre la tierra que realiza el personaje en la huerta de su nueva casa en el campo. Todo está seco y estático, a punto de partirse, dice la voz que narra entremezclando la imagen de la tierra con la sensación de vacío que lo atraviesa. La escritura se vuelve pico que repite y enumera los elementos de la naturaleza. Solo hay aceleración en los recuerdos de la infancia que aparecen como relámpagos: la F100 con cambios en el volante del abuelo, la caja y las pilitas de fotos de la abuela, las comidas y los olores de un niño que recuerda.

Federico Falco plantea en una entrevista la posibilidad de pensar la escritura como una práctica. Encontramos en la novela una constante reflexión sobre el lenguaje y la escritura. Una voz narra un diario en el mismo momento en que realiza otras actividades cotidianas. Escribo para no perderme, decía Chantal Maillard. Un personaje que lee para sentirse acompañado, para conversar con las páginas de su biblioteca. Un hombre que escribe las inclemencias del clima desde el verano hasta la primavera, que toma apuntes y hace listas en un block de notas. La escritura atraviesa las heladas en invierno en la llanura hasta que aparecen los primeros aleteos de las mariposas sobre la huerta. Todavía duele, pero de una manera más calma, dice el narrador. La propia práctica va sellando las heridas hasta encontrar la paz del silencio.

¿Qué hacemos con el tiempo?: una pregunta que flota en la novela a cada instante. En la soledad de la llanura, Falco construye un personaje que pasa las horas ocupándose de su huerta, de la lectura y de adaptarse a las condiciones de ese espacio que se va modificando a lo largo del texto. De enero a septiembre, ya que cada parte está dividida cronológicamente en meses, se va gestando una voz que dialoga y reflexiona sobre la propia existencia, sobre el amor perdido y el propio ejercicio de la escritura. Hay una soledad con la que el lector se siente acompañado. Esta es la paradoja del libro, nos dice el escritor mexicano, y jurado del premio Herralde, Juan Pablo Villalobos. El horizonte se va trasladando a medida que avanzamos en el relato; no nos deja ver la quietud completa, sino que nos va llevando en una especie de galope por los pensamientos de un personaje que no calla. Reflexiones que aparecen en simultaneo con el sonido de la naturaleza, con los sentidos despiertos de quien se entrega a la tierra y a las horas en la intemperie.

Otro mecanismo de la escritura, que marca el ritmo del texto, es la introducción de citas de los libros que el personaje lee de la biblioteca que mudó al campo. Mini escenas de lectura que según el autor funcionan como subrayado y que también podemos pensar, en términos Benjaminianos, como la interrupción del texto. Un quiebre que teje otro discurso en medio del relato. Las citas, llevadas de lado a otro, arrancadas de su origen textual, producen (…) movimiento, dice Sarlo en su estudio sobre Walter Benjamin. Un lenguaje poético se respira entre las líneas de Los llanos. Oraciones cortas, pequeños fragmentos de sus autores preferidos, trozos de Literatura que se resignifican bajo el cielo del campo.

No hay señal en la llanura; ya no me sale escribir, dice la novela. La imposibilidad se plantea como parte de una realidad. Hay una hoja en blanco que cuesta llenar. Hay una huerta que es comida por la hierba mala y las hormigas. No hay brotes perfectos como los que nos muestran las redes sociales. Hay un cuerpo apenado al que se le mueren los frutos de su tierra. Citas, pequeñas conversaciones, destellos de la memoria familiar, voces del pasado que retumban en el silencio. Todo se vuelve paisaje. Un territorio y sus notas aparecen como hebras que se van uniendo para dar cuenta de una historia que estaba esperando ser contada.