Un abuelo-padre, una hija-madre, un niño-nieto, un accidente, una sala de terapia intensiva, un montón de cartas en un sobre de papel madera. Un diario que se escribe sin otra pretensión literaria que la de Sherezade: para seguir con vida, por necesidad. Una historia que se teje (como todas) a través de los vínculos, que nos crean, que nos transforman y que nos salvan. Una narrativa disruptiva y plebeya, una cascada de palabras que, al salir de la boca, se miran al espejo y se encuentran en un chat. Una conversación que se vuelve poema. Un intento, desesperado y vano, de volver al pasado. Una voz suplicando al cielo conocer alguna orilla, salpicada por todas las despedidas, que no pudieron ser. Compartimos un fragmento de Los días se volvieron ceniza, la nueva novela de Nina Ferrari.
Ahora que soy una extranjera de mi pasado, me pregunto: cuando el sueño es hacia atrás, ¿cómo se llama?
El sol ingresaba sin permiso por los ventanales de la galería, aquella tarde de otoño prematuro. Vos estabas en la mesa petisa, jugando con Dante a que le ponían nombres de los personajes de Star Wars, a los gatitos recién nacidos.
Habíamos terminado de comer hacía un rato, y yo les dije que si jugaban sin pelear, después de la siesta, cuando abriera el chino, les iba a comprar plastilina y un huevo de pascua para cada uno.
Los vecinos estaban por hacer asado, nos enteramos por el sonido del crepitar de las chispas, primero, y por el humo que invadió todo el patio de la casa, después. Mientras los espiaba por la ventana de la cocina, aproveché para mandarle a mi amigo Juampi una cascada de audios, de esos larguísimos, contándole los pormenores de mi reciente separación.
Al escucharme, las palabras me iban cayendo como fichas en un tragamonedas. Me fascina todo lo que sucede al escucharse, con poder ser dicho con y a través del otro. Es como si las palabras, al salir, se miraran en un espejo. Si hay algo que aprendí con los años, es a no subestimar el poder transformador (y hasta erotizante) de una buena charla.
Una conversación puede ser también un poema.
–Che, pero ¿es definitivo? Si ustedes se re quieren…
–Ya está, no da para más, amigo. Lamentablemente, sólo con amarse no alcanza.
–Y sí amiga, amar siempre es un hermoso quilombo. Las horas peleando con la propia sombra, lidiar con nuestros niños heridos, el temor a que se termine la magia.
–Es como un miedo a perder algo que nunca te perteneció.
–Los desacuerdos y todo lo no dicho que se va acumulando bajo la alfombra, las voces externas juzgando que si sí, que si no. Sé que no es fácil, que a esta altura, a esta edad, uno ya quisiera estar con la casa instalada y dejar de renegar con contratos parciales.
–Sí, me imagino que lo que lo hace hermoso es justamente lo que lo enquilomba.
–Ese riesgo de lanzarse con fe al vacío
un tornado
que pone patas arriba
toda tu vida
que hace temblar las vigas
de tus más firmes estructuras
que le hace pisar al ego el palito
yo sé que a veces duele
a veces cuesta
pero la verdad
es que
cuando el amor
recíproco sucede
es una fiesta
y nosotros no somos
de los que miramos
cómo pasa la vida
desde la ventana
nosotros fuimos aprendiendo todo
a los porrazos
(es cierto)
pero siempre por intentarlo
nunca por dejar que el miedo
tome las riendas
amiga
sé que el amor
a veces crece tanto
que se vuelve un océano
inconmensurable
y nos alarma
el perder de vista las orillas
pero también
tenemos que amigarnos
con la noción
de que el amor
es viaje
no destino
y que como todo lo demás
se aprende al ejercerlo
a amar
amiga
también
se aprende
amando.
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