Los 70 de Skay

Hace 70 años arribó al mundo Eduardo “Skay” Beilinson -apodo que le puso Marta Minujín en uno de sus happenings, por el color de sus ojos- y junto a su nombre, sin saberlo, pariría una forma de vivir y de tocar la guitarra. Hijo de Aaron Beilinson y Berta Zbar, el ex Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota emprendió una vida digna de biografía y se vinculó con la música desde muy joven (a los 12 años). La búsqueda de la libertad fue clave en su vida y a los 15 años, gracias a un concurso que ganó por tocar la guitarra, viajó a Europa con su hermano (Guillermo). Primero anduvo por España y después por Francia. En el ’68 se topó con el coletazo del mayo francés y fue testigo de algunas protestas en las calles parisinas. La travesía le valió algunos golpes en la cabeza por parte de la policía y, junto con su hermano, fueron deportados. 

Por Gustavo Grazioli

Fueron a parar a Londres y en tierras inglesas se encontró con la semilla de un rock que estaba creciendo a pasos agigantados. Vio a Jimi Hendrix en El Royal Albert Hall y se enamoró de los sonidos del guitarrista de Seattle, que iban directo de los equipos al público. De regreso a Argentina, volvió cargado con discos y en busca de experiencias que lo conectaran con lo que había incorporado durante su viaje. En la ciudad de La Plata, su lugar de origen, integró algunos proyectos que combinaron vida en comunidad y música, e hizo sus primeras armas en Diplodocum Red & Brown​ y La Cofradía de la Flor Solar. En medio de esa ebullición de hippismo y militancia política, conoció a Carmen “Poli” Castro.
“En el 70 nos fuimos con Skay y otros cinco para la costa -contó la Negra Poli a la revista Cerdos y Peces-, recalamos en Pigüé, a orillas de un río, en el medio del campo, los muchachos hicieron una choza y ahí vivíamos. Ellos salían a cazar con arco y flecha y los lugareños nos regalaron una vaca que nunca pudimos ordeñar. Tres años vivimos así, juntos. Si faltaba uno, los otros no podíamos dormir. Después vivimos en Tolosa, en una casa con álamos plateados que llamábamos La Casa de la Luna. En esa época conocimos al hermano John, un yogui sudafricano que venía caminando desde Estados Unidos. Skay y los otros laburaban: hacían jardines, arreglaban electrodomésticos. Mi rol fue siempre el de reunir y nutrir. Siempre intenté que el hombre no esté solo: sufre mucho”.
Tiempo después, gracias a su hermano, conoció al Indio Solari y juntos gestarían una de las sociedades más creativas e increíbles de la música argentina. Solari-Beilinson, marca registrada, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, la banda de sonido de generaciones pasadas y venideras. “En realidad, pensé que nos íbamos a tomar un año para que las cosas se calmen, se acomoden, para volver a retomarlo (en referencia a Los Redondos). Y la verdad es que nunca sucedió, esperé un llamado que nunca llegó… y bueno, me pareció que era el momento de pegarse una sacudida, sacarse el polvo del camino y seguir caminando hacia adelante. Y de repente pasaron casi como 20 años y el llamado nunca llegó”, le confesó Skay al Bebe Contepomi en su programa de radio en La Mega.

La guitarra del rocanrol
Skay parió un sonido único. Se metió en el corazón de la gente a base de riffs y solos épicos. Sonidos arabescos, rockeros, que emanan desde las entrañas de un universo que extiende sus raíces orientales y se junta con George Gurdjieff, Hendrix y George Harrison. De la era Redonditos, son muchas canciones las que se postulan como himnos infalibles: Juguetes Perdidos, Mariposa Pontiac, JiJiJi, Yo Canibal y así se podría seguir hasta completar toda la discografía ricotera; y por su lado solista, camino que lleva adelante desde 2002, también. Desde Los Seguidores de la Diosa Kali a Los Fakires, su máquina de componer no se detuvo, ni se detendrá, y las cabezas se siguen agitando al escuchar Oda a la sin nombre, El golem de Paternal, Kermesse, o más para acá –de su último álbum de estudio, En el corazón del laberinto (2019)– Late.
Se escabulle en su música. Sale a hacer las compras por Palermo, va a la plaza, medita. El silencio es su parada favorita y las cosas que tiene para decir van a parar a sus canciones. En la actualidad dio adelantos de lo que va a ser su octavo disco y entusiasmó con varios lanzamientos en formato de sencillo. Skay hace música, no necesita nada más. No tiene redes sociales, no busca que su personalidad resalte, y, al igual que como toca la guitarra, se arregla con lo tiene. Hippie, zen, gurú, se pueden pensar muchas de estas palabras, pero -“La soledad y el silencio siempre me gustaron, y me di cuenta de que ahí había una manera de meditar. Y eso es lo que hago”- su vida va más allá de la etiqueta: son pequeños actos de libertad. Y eso, al igual que los 70, hay que festejarlo siempre. 

A tu salud, Skay.