Por Marcelo Valko
Hay efemérides de toda clase y color, en general destinadas a glorificar a los héroes que la élite subió en altos pedestales cuando en realidad merecen prontuarios. Pero existen otras conmemoraciones que no figuran en el almanaque, días que recuerdan aquello que la memoria oficial arrojó a los márgenes, que la historia desmemoriada ocultó bajo la alfombra de la vergüenza. Sin embargo hay otras fechas como el 17 de febrero de 1922 que permanecen indelebles en la memoria de los pueblos, una memoria subterránea que va en paralelo con la otra. Esos episodios dejados de lado, sepultados por el poder suelen ser rescatadas y emerger por investigadores muy valiosos a quienes solo los inspira la verdad de los hechos y se esmeran por buscar las pruebas y darlas a la luz pública con su trabajo. Uno de estos casos tiene que ver con la minuciosa tarea que durante años llevó a cabo Osvaldo Bayer sobre las huelgas patagónicas de hace un siglo que fueron reprimidas con una ferocidad inusitada por el Ejército en la provincia de Santa Cruz de manos del teniente coronel Varela.
Como sabemos gracias a su texto “La Patagonia Rebelde” obreros que trabajaban en las estancias con las ovejas solicitaban mínimas condiciones de trabajo como por ejemplo tener velas a la noche, no dormir junto a los animales, que los botiquines de primeros auxilios no estuvieran en inglés sino en castellano y peticiones similares fueron fusilados sin contemplación alguna en un número que ronda los mil quinientos muertos arrojados en fosas comunes que la investigación de Bayer desnudó.
Ahora bien, la idea de este artículo no es contar un libro de quinientas páginas muy bien escritas, sino mencionar un episodio cuando la matanza acabó. Sucedió en el Puerto de San Julián. Cuenta Bayer: “Había llegado el momento del descanso para los soldados. Luego de tanta tensión venían las ganas de no hacer nada, venían las ganas de sexo. Fusilar había sido un oficio agotador y un recuerdo desagradable”. La tropa estaba en ese puerto, esperando ser embarcada para regresar a Buenos Aires. Entre tanto, se avisó a la dueña del prostíbulo “La Catalana” que preparase a sus chicas que pronto iría la primera tanda de soldados. Sin embargo, cuando apareció el contingente, la dueña de la Casa de Tolerancia Paulina Rovira salió desencajada a la calle y conversó con el suboficial que conducía a los soldados. Le explicó algo insólito: Las mujeres se niegan a acostarse con los soldados fusiladores… Estos decidieron ingresar de todas formas y tomar a las internas por la fuerza. En ese momento las cinco pupilas les impidieron el paso de la entrada esgrimiendo palos y escobas gritando
-¡Asesinos! ¡Con asesinos no nos acostamos!
Algo nunca visto. Las mujeres decidieron cerrar sus piernas como gesto de rebelión. En aquellos momentos en que aún goteaba la sangre de los mil quinientos fusilados, fueron las únicas que se atrevieron a alzar su voz y calificar de asesinos a los asesinos. Si bien en esta ocasión la tropa resultó derrotada, el asunto de humillar al Ejército no podía terminar así sin más. Tomó intervención el comisario que arrestó a las cinco prostitutas y como si eso fuera poco, también a los tres músicos que amenizaban las horas en el lupanar que fueron luego puestos en libertad no así las mujeres que fueron objeto de violaciones y malos tratos de toda índole. He aquí sus nombres: Consuelo García, Ángela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache y Maud Foster. Memoria, Verdad, Justicia. Ese grito valiente de esas cinco mujeres aún retumba hace un siglo. Bayer solía decir “a la larga la ética siempre triunfa”, me permito agregar: es lento, pero viene…
(PD: Gracias Luis Milton Ibarra por esa militancia leal y constante por la memoria de La Patagonia Rebelde.
Existe una obra de teatro llamada precisamente “Las putas de San Julián” basada en aquel hecho.