La Renga volvió al Ducó: tres noches de puro aguante

No hay muchas bandas que logren lo que La Renga genera. No es sólo música, es pertenencia, es identidad, es una familia. Y esa familia se reencontró los pasados 28 de junio, 1° y 5 de julio en el Tomás Ducó, la cancha de Huracán, que volvió a latir como en los mejores tiempos del banquete.

Por Camila Báez

Después de años sin tocar en la ciudad, Chizzo, Tete, Tanque y Manu volvieron a la cuna del sur porteño y ofrecieron tres fechas inolvidables, con más de 100.000 almas gritando, cantando y emocionándose como si no existiera un mañana. Porque lo que pasa en un show de La Renga no es solo un recital. Es un ritual popular.
Desde el primer acorde hasta el último abrazo colectivo, cada noche fue una fiesta cargada de energía y mística. La primera fecha, el 28 de junio, abrió el juego con un setlist demoledor, donde se cruzaron clásicos eternos como Tripa y Corazón con temas más nuevos que ya tienen perfume de himno. El frío del aire contrastaba con el calor humano que reventaba las tribunas.

El 1° de julio fue igual de poderoso, con una banda que no afloja y toca con el alma. El sonido, impecable. El público, entregado. Y la conexión entre ellos, inquebrantable. La Renga no sólo toca: te abraza, te sacude, te cura.
Y llegó el 5 de julio, última fecha de este regreso histórico. Como si todo lo anterior no hubiese sido suficiente, esa noche quedará en la historia no solo por la fuerza del show, sino también por el momento en que Chizzo tiró una frase que hizo temblar la cancha:
“Hay un tirano que me robó el león”, lanzó justo antes de arrancar Panic Show, luego de haber tocado Hay un tirano que es para vos, el nombre original del tema.
Y remató con picardía: “Perdón, se me confundieron los temas, Panic Show”.
El estadio explotó. Porque esa frase no fue casual: fue una declaración de principios. Porque el rocanrol de La Renga no se calla, no se vende, no se domestica. Dice lo que muchos callan, grita lo que duele, y se planta frente a los que quieren vernos de rodillas.

Y si hablamos de lo que duele, no podemos dejar pasar lo de siempre: la policía reprimiendo sin sentido, como si ir a un recital fuera un delito. Gases, palazos, violencia injustificada. Una vez más, la respuesta del Estado fue la represión, como si el pueblo movilizado fuera un problema en vez de una fiesta. La entrada al estadio debería ser una celebración, no un campo de batalla.
Pero adentro, como siempre, el aguante pudo más. Porque ahí, en ese abrazo colectivo, en ese pogo sincero, se encuentra la verdadera resistencia. Una resistencia hecha canción, hecha grito, hecha cuerpo.
La Renga volvió a su casa. Volvió al barrio. Y nos recordó que, a pesar de todo, seguimos estando. Que mientras haya una guitarra sonando y una voz que diga lo que sentimos, nadie nos va a callar.
Gracias, Renga. Gracias Chizzo, Tete, Tanque y Manu. Por no aflojar, por decir las cosas como son, por ponerle música al alma del pueblo.
Tres fechas. Un mismo corazón. Y un grito que no se calla más. POR QUÉ MI CANTO YA TIENE OTRAS BOCAS Y YA NADIE LO PUEDE CALLAR.