La profundización de la violencia estética durante la pandemia

Recientemente tuve la oportunidad de leer un artículo del filósofo Byung-Chul Han, en el que afirma que la pandemia actúa como un amplificador de las crisis de nuestra sociedad, la cual ha profundizado la fatiga y el cansancio, ha incrementado la autoexplotación, ha contribuido a la desaparición de los rituales, pero también ha afectado un ámbito poco explorado y de gran afectación como lo es la dimensión de la estética y la autopercepción de la imagen de las personas.

Por Esther Pineda G. 

Al respecto señala Byung-Chul Han, que las permanentes videoconferencias agotan y nos convierten en videozombis porque nos obligan a mirarnos todo el tiempo en el espejo, estamos todo el rato frente a nuestro propio rostro, y ante la pantalla nos hacemos una especie de selfie permanente, pero lo que él llama videonarcisismo tiene efectos secundarios, entre los que destaca un auge de las operaciones estéticas: “Ver en la pantalla una imagen distorsionada o borrosa hace que las personas empiecen a dudar de su propio aspecto. Cuando la pantalla tiene buena definición percibimos de pronto arrugas, caída progresiva del cabello, manchas cutáneas, bolsas lagrimales u otras alteraciones cutáneas poco estéticas. Durante la pandemia se multiplicaron en Google las búsquedas relacionadas con operaciones estéticas. En época de confinamiento los cirujanos plásticos se ven desbordados por la demanda de intervenciones para eliminar las muestras de fatiga. Entre tanto, se habla ya de videodismorfia. El espejo digital hace que la gente caiga en una dismorfia, es decir, que preste una atención exagerada a posibles defectos en su aspecto corporal”.
Estas consideraciones de Byung-Chul Han me dejaron pensando pues, si bien los estereotipos de belleza son unos de mis principales ámbitos de interés e investigación, y en el libro Bellas para morir. Estereotipos de género y violencias estética contra la mujer, he definido la violencia estética como “el conjunto de narrativas, representaciones, practicas e instituciones que ejercen una presión perjudicial y formas de discriminación sobre las mujeres para obligarlas a responder al canon de belleza imperante y el impacto que este tiene en sus vidas”; hasta el momento no había considerado su profundización en el contexto de la pandemia y la hiperconexión derivada de esta. 
Ante ello decidí indagar sobre este asunto y compartir algunas preguntas en la aplicación Instagram con la herramienta encuesta, de la cual participaron 1074 personas de distintos países y edades, y de estas, el 85% afirmó haberse sentido o sentirse mal con su imagen durante la pandemia, el 82,7% dijo que al ver su imagen con tanta frecuencia en zoom, meet, lives y otras aplicaciones juzgan su apariencia, el 69,3% afirmó haber querido cambiar algo de su cuerpo e imagen después de verse en algún zoom, live o aplicación de videoconferencia; y el 77,4% expresó que durante alguna clase, reunión de trabajo o videoconferencia no quiere encender la cámara por como luce. 

Adicionalmente abrí durante 24 horas la casilla de comentarios y mensajes directos, a través de los cuales recibí numerosos testimonios sobre la presión estética, la cual si bien es experimentada constantemente, en efecto se ha visto incrementada y profundizada en el contexto de la pandemia producida por la enfermedad por coronavirus (COVID-19). Pero un dato de relevancia es que el 97,5% de los testimonios recibidos fueron de mujeres, lo cual confirma lo que he estado afirmado durante años, y es que quienes están más expuestas a la violencia estética y sufren en mayor medida sus consecuencias son las mujeres.
La mayoría de los testimonios recibidos hicieron énfasis en sentirse mal por haber aumentado de peso durante la pandemia o tener miedo de hacerlo, lo cual pone de manifiesto cuanto ha invadido la gordofobia en el imaginario colectivo; esto por supuesto tiene graves consecuencias en la salud psicológica de las mujeres, entre las cuales a través de los testimonios me fue posible identificar sentimientos de culpa o vergüenza, depresión, ejercitación excesiva, privación o restricción del alimento, trastornos dismórficos corporales, la generación de algún trastorno alimenticio o la recaída en ellos:

“Mi cuñada empezó con trastornos de anorexia”.
“Siempre fui muy flaca a causa del TAC, luego empecé la dieta y la quietud de la pandemia me engordó”.
“Comencé a hacer ejercicio y sin darme cuenta por vídeo y vídeo terminé teniendo problemas con la comida y el cómo me veía, hacía ejercicio bastante seguido y trataba de no comer”.
“Durante los primeros meses sufrí ansiedad y subí de peso. No me podía ver en el espejo”.
“Nunca me preocupó mi peso, desde la cuarentena estoy preocupada en no pasar los 55 kilos”.
“En este año y medio subí de peso y eventualmente desarrollé un trastorno alimenticio al querer bajar”.
“Tuve una recaída de anorexia muy jodida”.
“Veo que engordé en las pantallas y no me quiero reconocer ahí”.
“En pandemia adelgacé 11 kilos y ahora cada día que como un poco de más me peso sí o sí para controlar, se me hizo una obsesión”.
“Subí mucho de peso durante la pandemia y recaí con mis TCA”.
“Veo que gané mucho peso en la pandemia y se nota en mi cara. Es muy incómodo”.
“Engordé y me pone mal no reconocerme en mi nuevo cuerpo”.
“La gente me recalca que volví a engordar, a mí no me molesta engordar porque lo considero NORMAL, pero me siento mal de que me lo remarquen tanto y como si fuera algo malo, engordé no maté a nadie”.
“Tuve Covid y por cuidarme mi familia me alimentó muy bien para no bajar las defensas, como casi ni me movía dentro de mi cuarto, me engordé y ahora ni siquiera estoy cómoda mirándome al espejo. Me siento muy mal por sentir eso, pero no quiero mirarme porque sé que si lo hago me voy a tratar muy mal”. 
“Tuve atracones y un par de veces provoqué el vómito. No lo hacía desde la adolescencia”.
“No paré de hacer ejercicio y de mirarme al espejo buscando cambios. Miraba todo el día los Instagram de chicas hegemónicas. En un momento tuve que ponerme un límite porque sentí que volvía a las épocas en las que tuve trastornos alimenticios”.

Además de ello, quienes hicieron llegar sus testimonios expresan sentir vergüenza, angustia, malestar y ansiedad por mostrarse en cámara, al mismo tiempo que sienten que su imagen es constantemente evaluada, juzgada y es motivo de gestos y burlas por parte de quienes ven su imagen a través de las aplicaciones de vídeollamadas y vídeoconferencias. También expresan sentir miedo de que se evidencien los signos de alguna enfermedad, defecto físico o las llamadas imperfecciones; sin dejar de lado como afecta que se noten los signos de envejecimiento en una sociedad que rechaza el paso del tiempo y sobrevalora la apariencia de la juventud: 

“Se me fue muy difícil dejar de prestar atención a los granos de mi cara, los niveles de estrés y angustia que me generaron no los puedo explicar”.
“Había decidido dejar de teñirme (el cabello) pero no aguanté verme, me teñí”.
“Me veo avejentada”.
“Después de ver capturas de pantalla de una reunión procuro usar efectos para que no se me pronuncien tanto mis mejillas. Me frustra mucho sentirme así”.
“Eliminé todas las publicaciones del feed por la incomodidad que me genera verme”.
“Yo ya quito mi ʺself viewʺ siempre, porque si no solo veo lo de mi parálisis facial”. 
“A veces en los zooms no quería prender la cámara para no ver mi cara”.
“Siento que envejecí 10 años, es verdad que me salieron canas, hay cambios reales”.
“Quisiera seguir arreglando mis dientes porque se notan mucho en la cámara y me dan inseguridad”.
“Mentir sobre tener la cámara rota por terror extremo a verme en zoom, meet y reuniones”.
“No quería volver a la oficina porque me veía muy mal físicamente y me daba vergüenza”.
“Mientras más tiempo pasaba en Instagram más odiaba como me veía, y empiezo a notar como a amigas muy cercanas les pasa lo mismo”.
“Soy profe de universidad, a partir de la virtualidad en clases tengo que quitar las cámaras de lxs alumnxs, pienso que sus gestos responden a mi aspecto, nunca me había pasado antes”..
“Me negué a filmar mis clases por miedo a que se difunda mi imagen, la paso mal dando clases virtuales”.
“La pandemia empeoró mi acné y esto me llevó a aparecer casi nada en redes con mi cara. Si aparezco es con corrector o con filtro. Y noto que en los meet y zoom tengo ahora una especie de toc que es taparme la pera con la mano, es la forma que encontré de que no se vean los granos sin tener que estar maquillada todo el tiempo y que eso empeore la situación”.

La mayoría de los testimonios que recibí dan cuenta de un gran malestar con la apariencia, pero que siempre se encuentra fundamentado en la mirada y comentarios externos, es decir, de familiares, amistades, pareja, y por supuesto, la influencia recibida por los estereotipos y mandatos de belleza difundidos en los medios de comunicación y las redes sociales. Malestar que se profundiza cuando mostrarse en cámara se convierte en una exigencia de docentes y empleadores, lo cual no solo afecta la autoevaluación de la apariencia sino que también genera ansiedad, estrés y contribuye a la disminución del rendimiento y la calidad de los aportes; hechos que además no están siendo tomados en cuenta al momento de diseñar este tipo de actividades y su normativa. 
Así mismo, es importante mencionar que también recibí algunos testimonios en los que las mujeres afirman que durante la pandemia lograron trabajar en la aceptación de su imagen, la reconciliación con su cuerpo, así como, liberarse de las imposiciones de belleza; sin embargo, lamentablemente estos siguen siendo muy pocos en comparación con la avasallante magnitud de casos de mujeres afectadas por la violencia estética y su profundización durante la pandemia:
“En esta pandemia empecé a amarme tal cual soy. Antes si no me maquillaba no salía”.
“Aprendí a aceptarme”.
“No es común pero en mi caso me liberé. Ya no me depilo ni maquillo, y me corté el pelo por comodidad”.
“Me ha ido bien en esta pandemia, dejé de usar maquillaje y de no hacerme nada en el pelo. Todo luce más sano y radiante, no más productos químicos”.
“La pandemia me liberó de mirarme todo el día en tercera persona. Paz mental, increíble”.

Estos hechos y testimonios ponen en evidencia la gravedad de los estereotipos y cánones de belleza, del alcance de la violencia estética la cual se caracteriza por sus premisas sexistas, racistas, gerontofóbicas y gordofóbicas, y de las grandes consecuencias físicas y psicológicas que tiene en la vida de las personas, principalmente mujeres. Así mismo, estos testimonios nos confrontan con lo mucho que hace falta trabajar en este ámbito, que tradicionalmente ha sido una de las problemáticas más desatendidas por el feminismo, por los estudios en materia de salud mental, y que ha estado absolutamente ausente en las políticas públicas, medidas de confinamiento y actividades virtuales implementadas y normadas por los Estados en el contexto de la pandemia producida por la enfermedad por coronavirus (COVID-19).