“La manada somos nosotras y estamos furiosas”

Por Cecilia Solá

Los medios hegemónicos insisten en llamar manada a los grupos de varones que se juntan a violar a una piba. Los tildan de monstruos o de animales o de enfermos. Y no .
— Son bestias- dicen
—Loquitos- diagnostican
—Monstruos- señalan, para dejar en claro que no pertenecen a este círculo de humanidad en la que nos juntamos a comer asados, festejar cumpleaños u organizar festivales por las infancias vulneradas.
Insisten en convencernos de que “not all men”, aún cuando quien nos asesina es un padre, un marido, un amante, el novio de toda la vida, el primo que conocemos de chiquitas.
Sostienen el femicidio como excepción, aunque nos matan cada 24 horas, y siguen preguntando por qué no se fue, por qué no denunció, por qué no se defendió, cargando sobre nosotras la exigencia de que no nos dejemos matar.
Nos negamos terminantemente a permitirles el refugio de la palabra. Nos negamos a la minimización del delito aberrante que cometen, disfrazándolo de “comportamiento animal” Lo que hacen estos sanos hijos del patriarcado es, nada más y nada menos, que ejercer el privilegio de utilizar nuestros cuerpos como se les antoja, un privilegio construido en siglos de impunidad.
No son manada. La manada somos nosotras. Y estamos furiosas.

¿Por qué Manada?
Cuando una elefanta va a parir las otras la rodean y la acarician suavemente con sus trompas, emitiendo ruiditos tranquilizadores, para ayudarla.
Entre los delfines, los bebés y los viejxs nadan en el centro , flanqueados por lxs adultos más fuertes que los protegen.
Las belugas son una sociedad matriarcal Son muy vocales, pueden comunicarse a cientos de kilómetros de distancia, y son muy pacíficas, excepto cuando una de ellas es atacada por sus predadores naturales, las orcas. En ese caso se ha visto a las belugas en grupo enfrentar al asesino y hasta hacerlo huir. Si no pueden salvar a la hermana herida, la acompañan hasta que muere.
No sé exactamente cuando empecé a pensarnos como manada. Tal vez fue la suma de todos estos conocimientos desordenados y la certeza de que éramos algo más que islas, algo más que individualidades dispersas. Tal vez fue el rayo de comprensión que me hizo ver que somos fuertes en nuestras unicidades, pero más fuertes en la suma que no neutraliza, sino que intensifica y fortalece.
Como las belugas, podemos comunicarnos a distancia y correr por la hermana a la que los predadores tienen cercada.
Como las elefantas nos sostenemos en el dolor y las crisis, nos abrazamos para consolar y para dar aliento.
Como las búfalas, nos acuerpamos frente al peligro, y peleamos poniendo al vulnerable en lugar seguro.
Como los delfines, jugamos y reímos y cantamos en una celebración simple de estar juntas.
Esta manada que habito y me habita es heterogénea, polifónica, diversa, desordenada y mutante. Cambia, se multiplica, reconoce a otrxs como miembrxs, lxs abraza, lxs protege y se deja proteger. A veces forma alianzas indispensables y se une a otras manadas diferentes para andar un mismo camino en pos de un objetivo común; sobrevivir para vivir y que vivamos todas. A veces se enfrenta a jaurías de dientes filosos o garras con puñal, y algunas salimos heridas. O no salimos O no volvemos. Entonces la manada aúlla su rabia y su dolor y la búsqueda es una caminata retumbante de corazones como tamboriles y voces diferentes gritando un mismo nombre.
Es enorme esta manada. Ni nosotrxs mismxs sabemos cuantxs somos hasta que una sola hermana alza la voz en sufrimiento o necesidad y entonces surgen sus hermanas desde todos los rincones a ayudarla, a sostenerla, a acompañarla, surgen las voces y las acciones de una manada incontable e infinita acuerpándose sin preguntar nombre ni procedencia.
A diferencia de las jaurías, esta manada es horizontal, no hay jerarquías de rango sino el respeto ganado de compañeras que por experiencia o habilidades pueden en determinados momentos coordinar acciones. Cada habitante de esta manada ofrece lo que tiene y lo que sabe, y nos sostiene la certeza de que da lo mejor que tiene.
Me han preguntado si hay hombres en esta manada. Los hay. Hermanos, hijos, amigos, compañeros de lucha y compañeros de vida. No son muchos, es cierto. Vivimos en un tiempo y un espacio que aún debe deconstruir para re construir relaciones, y por ahora, la relación es de desigualdad y de injusticia. Pero los hay y los amamos y nos aman, como hermanos, como hijos, como amigos, como compañeros de lucha y a veces de vida. Comprenden que hay espacios que nos pertenecen y banderas que debemos levantar nosotras. Por eso están a nuestro lado.
Como dije, no recuerdo en que momento empecé a pensarnos como manada, tal vez porque no hubo un momento específico, sino que la idea siempre estuvo ahí, atávica, necesaria, parte de mi sangre que se reconoció parte de otras sangres, sangre de todas las identidades femeninas que conformamos esta enorme, cálida y diversa manada que somos hoy.