En “Kaidú” intentamos meternos en la cabeza de un perro callejero, distinto al resto por su forma de andar el mundo, independiente y rebelde. Así lo siente Aína, que lo conoce a partir de una pareja, Juan, y queda sumergida en el amor por él. “Le falta hablar, y justamente por eso es tan perfecto… Nos entendemos en silencio, una manera fabulosa de comunicación”, reflexiona sobre Kaidú la narradora.
Por Florencia Da Silva
La novela, escrita por Paula Perez Alonso, recibió el Premio Nacional de Novela Sara Gallardo que busca reconocer la calidad literaria de autoras argentinas. Entre las 10 novelas que se encontraban finalistas para el galardón estaban Olimpia, de Betina González; La caracola, de Graciela Batticuore; El Yanqui, de Delfina Korn; y Una familia bajo la nieve, de Mónica Zwaig. “Es un premio especial por el foco que pone en la diversidad y porque eligieron a Sara Gallardo como figura tutelar. Nunca me había presentado a un premio y estos dos factores me impulsaron a hacerlo. Sentí que había algo en común que me convocaba”, sostuvo la autora. Además, agregó: “Gallardo es una escritora singular que siempre combatió el lugar común. Sus textos son leídos hoy como si los hubiera escrito hace dos años y los escribió hace 50. Ella tenía una capacidad de observación y un oído extraordinarios, por eso sus textos están vivos, no envejecen. La sensación también es de sorpresa por el recorrido que tiene Kaidú, una novela corta muy condensada e intensa. Cuando llega, llega muy fuerte”.
El libro explora la relación entre los perros y las personas, desde un punto de vista distinto al subordinado dueño-mascota. Kaidú es un par, tiene mucho por enseñar a sus compañerxs de vida y obnubila a quien se lo cruce. No se desespera cuando ve llegar a la gente, ni mira para atrás cuando sale a pasear por el parque, tampoco se enloquece cuando ve a otros perros. “Kaidu vive el presente. No vislumbra horizontes de existencia. No conoce la especulación, sí el interés. Disfruta lo inutil, lo improductivo y lo gustoso…Él me recuerda lo transitorio y lo provisorio de cada uno de nuestros acuerdos o de nuestro supuesto orden”, dice Aína en el libro.
A lo largo de la lectura, aparece entre líneas la convicción de desarmar el especismo que tenemos aprendido, aquel que nos dice que los animales son inferiores a la humanidad, que están para nuestro uso y servicio. Sobre la elección de un perro con tanto impacto para una persona, Perez Alonso sostuvo: “Un perro es lo más cercano al ser humano, el más adaptable, el más domesticable, el que casi no se ve porque es parte de un cuadro, de una familia, de la cotidianidad. Y en esta novela el perro es el que pone una bomba, el que produce una revolución. Desde que leí a Nietzsche muy joven no termino de desmontar el platonismo que nos marcó a fuego, el mundo binario de dicotomías y jerarquías que nos estructuró, que tiene buen marketing porque ordena el mundo y es funcional a una estrategia política de dominación y tranquiliza a muchos. Es una visión restringida del mundo, muy parcial y pobre”. Y añadió: “La cultura en la que crecimos pone al hombre en el centro del mundo. En la novela, el perro no está al servicio del ser humano, es un par de Juan, el que lo rescató de la Sociedad Protectora de Animales, que lo lleva sin correa, caminan juntos como si fueran amigos. A Aína, la narradora, le impresiona mucho esto desde el primer momento y registra la singularidad de este gesto la habilita para dejarse afectar por otro modo de estar en el mundo”. También, la autora remarcó que la novela reflexiona sobre la intimidad, porque Kaidú genera emociones y sentimientos muy inesperados. “En un momento Aína, en lugar de intentar entender qué es esta revolución que ha estallado en su vida, deviene animal; la experiencia con Kaidú tiene que ver con vivir en la inmanencia, no hay otro plano. Nietzsche decía: ¡Que los animales me guíen”.
En el recorrido de las páginas, aprendemos a mirar detenidamente y cada detalle del animal. La suavidad de su pelo, la intensidad de su mirada y su curiosidad siempre intacta. Quien lea esta novela se encontrará con la obsesión que le genera este perro a la narradora, que rompió la trinchera que se había armado para no dejar entrar a nadie a lo más profundo. Sobre esta mirada atenta en la escritura, la autora expresó: “Los detalles son cruciales. El perro acá no es una ‘mascota’, término que los cosifica como objetos, es un callejero que elige vivir con Juan, se deja educar porque debe parecerle conveniente para sobrevivir en la ciudad, pero nunca pierde su rasgo de rebeldía, tiene un temperamento muy singular. La complejidad de Kaidú demuestra que hablar de comportamiento animal y condición instintiva no es suficiente para relacionarnos con ellos. Es mucho más enigmático que eso, aprendí a leer fuera de lo escrito, los gestos, los tonos, el cuerpo”.
Vemos en Kaidú el talento para ser el centro de atención y lograr la cercanía que solo se logra con unxs pocxs. No sucede con cualquier animal, ni con cualquier persona, pero Kaidú forma parte de del grupo de quienes tocan nuestro corazón, para formar parte de nuestra historia, recuerdos y hasta piel. Aína lo lleva hasta el fondo, se enamora, cuenta las horas hasta volver a verlo y ocupa sus pensamientos en intentar descifrar los de él. “¿Se puede ser infiel con un perro?”, se pregunta la narradora. “Aína accede a otro plano, a otra esfera de percepción porque se deja educar por Kaidú. Es una educación sentimental. Él opera como un maestro japonés, que la guía fuera de los casilleros de los lugares comunes en los que ella se siente cómoda. Y en esto hay una mirada filosófica y política, en no querer aprehender o conquistar aquello que no entendemos o que no podemos descifrar porque esquiva nuestra comprensión racional. Si nos entregamos a esto sin querer apresarlo, la experiencia es mucho más única, interesante e imprevisible. Una verdadera aventura. La vida es antes y después de Kaidú”, dijo Paula en diálogo con Sudestada.