El protagonista de esta historia es Julián, un niño que escribe en diferentes superficies (hojas, mesas, sillas, pisos, espacios de su hogar, veredas, manos de una niña, piedras, árboles, autos, colectivos, la casa de su mejor amiga) y sobre temas que lo inquietan, por ejemplo: el sol, la luna, las estrellas, el canto de los pájaros, el ladrido de los perros, los árboles, la lluvia, los días luminosos y grises, las medialunas, el perfume de su mamá, la infancia y el mundo adulto.
Por Fernanda Felice
Julián sabe que la escritura cumple diversas funciones y que tiene múltiples existencias. Julián sabe que escribir no implica copiar o reproducir, de manera exacta, el diseño de las letras. Julián sabe que escribir es comunicar lo que siente, piensa, imagina a través de la lengua escrita.
Vale mencionar que el título de este libro le hace honor a la niñez. Julián no es un escritor, es un “escribidor”. Como lectora, pienso que esta decisión apuesta a la inteligencia de la niñez y a la valoración de los errores que son imprescindibles en todo proceso de aprendizaje.
La gran maestra Emilia Ferreiro nos ofrece pistas para introducir a las infancias en el aprendizaje de la lengua escrita. Entre todas ellas, quiero destacar que las niñas y los niños tienen derecho a escribir con variados propósitos y sin temor a cometer errores, en contextos donde sus producciones escritas sean aceptadas, analizadas y comparadas sin recibir sanciones; así como también tienen derecho a participar en actos sociales de lectura y de escritura, en los que sea posible preguntar, ser comprendido/as y recibir respuestas sobre las inquietudes expresadas.
En este sentido, Lula Bertoldi y Naty Martínez, a través de la magia que nos ofrece la literatura, nos invitan a acompañar a las niñas y los niños en el desafío de convertirse en escritores, que construyen sentido, y no en simples copistas que sólo tienen permitido reproducir las letras que otros/as han escrito.

