Infancias en pausa

Ser pibe o piba en estos tiempos de pandemia resulta algo más que un desafío. Desigualdad, hambre, aislamiento, brecha digital, conflictos en casa, todo configura un paisaje nuevo para las infancias vulnerables que se ven interpeladas por el presente. ¿Podemos entender a los niños y niñas de hoy sin abordar el recuerdo de nuestras infancias? ¿Cómo funciona la memoria emotiva de narradores y poetas cuando miran hacia su niñez? ¿Cuánto de trauma, de destello de nostalgia, de brisa de tristeza, tiñe los episodios recordados? Le planteamos un desafío a una veintena de autores amigues de Sudestada: “Contame un recuerdo de tu infancia”. Armados de memoria y sensibilidad, se sumaron a escribir Juan Solá, Cinwololo, Maru Leone, Damián Quilici, Bernardo Penoucos, Luca Andrea, Marcela Alluz, Zuleika Esnal, Cecilia Solá, Sergio Mercurio, Nina Ferrari, Florencia Guimaraes García, Franco Rivero, Natalia Carrizo, Natalia Bericat, Martina Kaniuka, Marcelo Valko, Sergio Alvez, Hugo Montero y Juan Bautista Duizeide.

“Cuando vuelvas a llorar sin consuelo, comprenderás que nunca hubo adultez, sólo infancias en pausa”

Juan Solá

Como postal de estos tiempos de cuarentena, la tarea llega al barrio Agrelo a través del wasap. En este caso, la consigna de la seño de artes plásticas es bastante amplia: “Armá una obra de arte con lo que tengas en tu casa”. Luciano tiene once años y es uno de los treinta y tantos estudiantes que cursan el sexto año de la Escuela General Espejo, en Luján de Cuyo, Mendoza. El desafío era importante: había que resolver la tarea sin cartulina, sin papel glasé, sin temperas ni brillantina a mano. Las condiciones de vida en el barrio son bien complicadas y, en tiempos en que las changas que no aparecen, las fábricas tienen las persianas cerradas y la gente se guarda en su casa, la prioridad es garantizar un plato de comida todos los días. Por eso, Luciano, puro ingenio, se la tiene que rebuscar con lo que tiene a mano: a falta de cartulina aprovecha el piso del patio, si las acuarelas no aparecen entonces mezcla tierra con agua para dibujar los contornos de un temible Tiranosaurio Rex, a falta de plastilina aprovecha unas ramas cortadas a medida para imitar las garras y los dientes, y sin crayones a la vista usa el polvo de ladrillo para colorear las espinas del lomo.

La foto del creativo dinosaurio de Luciano llegó a la maestra en tiempo y forma, y días después se viralizó en las redes sociales a través de portales de noticias, generando un debate nunca saldado entre quienes insisten en la necesidad de visibilizar las condiciones difíciles de muchos pibes en nuestro país y destacar sus hallazgos como metáforas de nuestro tiempo (entre los que nos encontramos les que hacemos Sudestada) y aquellos otros que prefieren señalar que elogiar el ingenio y el talento de Luciano significa un ejemplo más de “romantizar” la pobreza o un estímulo que termina desbarrancando en el pozo de la “meritocracia”. Pero la foto del dinosaurio de Luciano dice mucho de este presente. Dice que los pibes y las pibas se enfrentan hoy al desafío de crecer en un contexto hostil, agravado todavía más por las limitaciones generadas por la cuarentena. Por eso es necesario intentar agudizar la mirada desde la perspectiva del pibe, abandonar tanto adultocentrismo por un rato y mirar el mundo desde abajo, desde bien abajo, lo más cerca posible de la perspectiva de tantos niños y niñas que ven su infancia atravesada por factores limitantes como el hambre, la exclusión, el abandono del Estado y el rol de la escuela pública, determinante en este paisaje gris. No hay manera de empezar a pensar las infancias sin tomar en cuenta la desigualdad desmejorada más todavía por la cuarentena, la enorme cantidad de pibes y pibas que sobreviven en condiciones de dificultad: en la Argentina, seis de cada diez niños viven bajo la línea de pobreza. Hace una semana, UNICEF Argentina dio a conocer su estimación sobre el alcance que la pobreza tendrá en niños, niñas y adolescentes hacia fin de año, que según esta proyección llegaría al 58,6 por ciento. Por su parte, la pobreza extrema en diciembre del 2020 sería del 16,3 por ciento. En términos de volúmenes de población, esto implicaría que entre 2019 (cuando el porcentaje alcanzó un 53 por ciento) y 2020 la cantidad de pibes y pibas pobres pasaría de 7 millones a 7,7 millones; y aquello que están en situación de pobreza extrema, de 1,8 a 2,1 millones, unos 300 mil más.

Otra certeza que profundiza la cuarentena es la brecha digital, amplificada porque el contacto entre docentes y estudiantes depende en estos días de ese vínculo desigual. Según los datos recopilados en un nuevo informe del Observatorio Argentino por la Educación, uno de cada cinco alumnos de primaria no tiene conexión a Internet en la casa y en las provincias más pobres ese índice se dispara. Según las últimas pruebas Aprender, el 19,5 por ciento de los estudiantes de primaria no dispone de conectividad en el hogar. Más aún, el 23,7 por ciento de los chicos no cuenta con una computadora ni propia ni de su familia. En siete provincias al menos un tercio de sus estudiantes no tiene Internet en la casa: Santiago del Estero (40,7 por ciento), Formosa (37,7), San Juan (36,1), Catamarca (35,0), Misiones (35), Chaco (33,5) y Corrientes (33,3). En la secundaria el problema se mantiene. El 15 por ciento de los chicos y chicas no tiene conexión. Argentina se encuentra en la parte baja de la tabla si se lo compara con los otros países que participan de PISA: en el puesto 62 sobre 80.

Más allá de las desigualdades que crecen y determinan una distancia cada vez mayor, urge pensar en los pibes y las pibas que crecen en un contexto de aislamiento social y miedo al contagio (y hasta a exponer a los abuelos, de modo involuntario, al maldito virus), alejados de sus compañeros, docentes y amigos y suspendidos todos sus espacios de interacción social, empujados casi a la conexión digital como único escape de una realidad casera que puede potenciar conflictos parentales, atados a una pantalla para encontrar la diversión, el entretenimiento o el juego.

Ilustración: Nico Ilustraciones

Les pibes en pausa

La mítica revista Anteojito tenía una sección extraordinaria que, quienes alguna vez la leímos, nos dejó marcados: “Mi infancia en el recuerdo”. Entre tanta historieta, festejos patrios y juegos de ingenio, la sección era una pausa adulta dentro de un contenido pensado para la pibada. En ella, los y las lectoras enviaban algunos recuerdos de su infancia, casi siempre lejana, y todos estaban atravesados por la emoción del recuerdo, familiares que daban una mano solidaria, gestos de afecto de vecinos, pequeñas hazañas de entrecasa que nos permitían asomarnos por un rato a un pasado de pantalones cortos, juguetes de madera y muchas infancias vividas en el campo. Esa generación, los que crecimos leyendo Anteojito, tenemos a la niñez como un espacio de acceso constante: no hay territorio más interesante para abordar desde la literatura, la poesía o el anecdotario cotidiano que el tiempo en que supimos ser pibes.

De eso se trata, entonces, la propuesta que le hicimos a les amigues de la gran familia que forma parte de Sudestada: queremos leer una historia en primera persona de tu infancia, queremos viajar hacia el pasado y buscar en ese laberinto de traumas, vivencias y emociones, un recuerdo, un episodio, una presencia, una historia pequeña que nos haya quedado tatuada del lado de adentro de los huesos. A ese viaje invitamos a una veintena de autores y autoras, a parar la pelota y cambiar de frente, a pensar en el pibe o la piba que éramos hace algunos años atrás y que tanto se parece al adulto que hoy respira en estas páginas, a contarla a nuestros lectores y lectoras una de esas anécdotas que siempre emergen en las charlas de sobremesa o en la intimidad de una reunión familiar, a recordar como ejercicio para mantener viva la memoria, para buscar la raíz de esto que somos, para entender de alguna forma algunas de nuestras decisiones y reencontrarnos, por un rato, con el pibe y la piba que fuimos (y que seguimos siendo).

¿Qué sucede en ese diálogo? ¿Qué elegimos recordar? ¿Qué hacemos fuerza para olvidar? ¿Quiénes se anotan primero en nuestra lista de afectos cuando llega el momento de recordar? ¿Qué secuencias nos gustaría enterrar en lo profundo de la memoria? ¿Qué episodio determinó los aciertos y los errores que se sucedieron con el tiempo? ¿Dónde quedó ese pedacito nuestro que anhela un regreso imposible? ¿Qué hacemos ahora, que los recuerdos se nos amontonan y se desbarrancan en estas páginas, cuál será su cauce? ¿Cómo hacemos para sacar la pausa a nuestra infancia y volver a ella, transitarla, resetearla, y repensarla, parafraseando a Juan Solá en su cita inicial?

Los pibes y las pibas que éramos, curiosos y precavidos, frágiles y curtidos, audaces y divertidos, felices y tristes al mismo tiempo. Explorando el barrio, jugando en el patio, saltando la soga en el colegio, en el club, en la casa de los abuelos, en los juegos, arriba de los árboles, escondidos en un ropero, esperando la hora de la merienda, pateando una pelota en el potrero de la esquina, saltando la zanja o la tapia del vecino, haciendo los mandados en el almacén, recorriendo todos esos espacios geográficos que arman el rompecabezas de una cartografía singular: la de nuestra infancia. La de quienes, con tropiezos, risas, algunas lágrimas y mucho aprendizaje, somos.

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