Hebe nos enseñó a resistir. Los cambios de los pueblos son lentos, se avanza y retrocede todo el tiempo. Por eso la resistencia es tan importante como la insistencia. Otra lección de Hebe: Resistir para volver a insistir, siempre.
Todos los que nos medimos con el menemismo, el neoliberalismo y la impunidad tenemos más de una anécdota con Hebe. La Hebe que yo conocí fue, además, la Hebe poeta, la Hebe cocinera y la Hebe diseñadora. Era una militante todo terreno. Se desplazaba de un lugar a otro y lo hacía con el mismo entusiasmo, la misma voluntad, la misma curiosidad y convicción. No había tareas menores, todas eran igualmente importantes, o al menos eso es lo que sentíamos junto a ella. Hebe era esa mujer, dueña de una mirada tajante con la capacidad de atravesarte con los ojos cuando conversabas con ella, una mujer propaladora de palabras filosas, sin concesiones. Acaso por eso mismo la llamaron loca.
La anécdota que quiero compartir tuvo lugar hace 25 años atrás. En la década de los ‘90, las Madres fueron mucho más que “una lámpara en el océano”, fueron nuestra burbuja de oxígeno. Las rondas de los jueves y la Marcha de la Resistencia juntaban lo que entonces nadie podía juntar. Con el grupo La Grieta, de La Plata, nos encargábamos de diseñar los panfletos y afiches, pero también las agendas que se vendían en aquellas manifestaciones para recaudar los fondos que sostenían la vida cotidiana de la Asociación. Porque las Madres funcionaban todos los días del año, las 24 horas. Su militancia no tenía recesos y no había tiempo que perder. Las Madres cocinaban todas juntas en la vieja casona de la calle Yrigoyen, iban a los talleres de poesía que coordinaba Leopoldo Brizuela, tejían, seguían recortando los diarios que engordaban sus archivos y comentando las noticias entre todas, riendo y puteando de lo lindo. Hebe hizo de la incorrección una manera de estar en la política, de evitar que la usaran como escenografía.
Aquella vez estábamos diseñando la agenda y el afiche que acompañaría aquél año, que en esta oportunidad iba acompañado de un concurso de ex libris que ilustraría la agenda. Yo vivía en la ciudad de La Plata, como Hebe, y habíamos quedado que iba a pasar a la tarde por casa, para ajustar algunos detalles y precisar el presupuesto. Hebe llegó con Sergio, que acababa de salir de Devoto. Ella estaba radiante; a él, en cambio, no se le caía una sonrisa. La felicidad de Hebe contrastaba con la austeridad gestual de Sergio, que sabía combinar con la ropa que vestía. Sergio era un tipo oscuro, y hacía del silencio un misterio constante. Apenas entraron a casa, después de tomar unos mates, Hebe nos dice: “Bueno che, los dejo a ustedes trabajando. Yo me voy a jugar con la nena”. “La nena” era mi hija Maite, que entonces tenía tres años. ¡Alguien debía entretenerla si queríamos avanzar! Habremos estado laburando una hora y media, más o menos. Las risas que llegaban de la pieza se convirtieron en una música de fondo. ¿Qué estarían haciendo? ¿De qué hablarían? Cuando terminamos fuimos por ellas y las encontramos a Hebe, a Maite y a la gata, tiradas en el piso, despatarradas boca abajo, jugando a la cocinita. “¿Terminaron?”, dijo Hebe, dándose la vuelta. No preguntó nada más, se levantó, hizo algún comentario sobre Maite, sobre la gata…, saludó a todos y se fueron. Esa imagen se asentó en mi memoria; la llevo guardada para siempre.
En la militancia de Hebe lo público siempre se confundió con lo privado. Las Madres se desplazan de un lugar a otra, con naturalidad y entrega. La militancia de Hebe estaba hecha sin máscaras. Salvo el pañuelo, después usaban los mismos gestos y las mismas palabras todo el tiempo. No había dobleces, no había nada que representar. Por supuesto que no era ninguna caída del catre. Demasiados derroteros había en el haber de cada una de ellas. Las Madres ya eran “las viejas” para nosotros y no había que perder el tiempo adoptando otras posturas. Hebe era frontal. Si te gustaba bien y, si no…, ya nos cruzaremos en otra oportunidad. Se sabe, en este país la política tiene sus vueltas. Con esa prepotencia de trabajo encaraba todo: la búsqueda de verdad y justicia, las resistencias contra el neoliberalismo y tantas otras luchas en un país que no da tregua. Con ese compromiso acompañó a los HIJOS, a los estudiantes universitarios, a los desocupados, a los campesinos, al kirchnerismo y a muchos movimientos sociales de todas partes del mundo. Incluso a aquellas protestas que el resto de los organismos de derechos humanos miraban con incomodidad y distancia como, por ejemplo, la lucha de la izquierda abertzale en el país Vasco, las de la FARC en Colombia, la resistencia del pueblo Palestino o la nación Mapuche. Nunca tuvo filtros, siempre dijo lo que pensaba, no había especulación en sus declaraciones. Y eso no significa que estaban en la verdad. Simplemente no le debía nada a nadie, todo lo habían conquistado en la calle y a la vista de todos.
Podría seguir escribiendo porque con las Madres y el Grupo de Solidaridad con Madres teníamos una casa en la ciudad de La Plata donde organizábamos recitales de poesía, talleres de filosofía, ciclos de cine, charlas y muestras de arte. Pero si me tengo que quedar con una anécdota elijo aquella tarde en mi casa. Una tarde que le devuelve a Hebe la ternura que muchas veces no podía mostrar públicamente. En la militancia no hay lugar para los débiles. Más aún cuando, en este país, el enemigo no ha cesado de vencer. En este país no se puede bajar la guardia. Eso es lo que nos enseñó Hebe: resistir. Los cambios de los pueblos son lentos, se avanza y retrocede todo el tiempo. Por eso la resistencia es tan importante como la insistencia. Otra lección de Hebe: ¡Resistir para volver a insistir, siempre!
La Plata, 20 de noviembre de 2022 (Nota publicada para La tecl@ eñe
Esteban Rodríguez Alzueta es docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil y Prudencialismo: el gobierno de la prevención.