Por Editorial Sudestada
El 9 de octubre de 1967 los cobardes de uniforme fusilaban al enorme Guevara
Dicen por ahí que un día como hoy mataron al Che, sin embargo la historia cuenta que volvió a nacer, que como semilla se multiplicó en cada rinconcito en el que una injusticia deja de ser silenciada. Pero aquel hombre que fue capaz de trascender todos los tiempos, que sembró conciencias y que despertó ideas que los verdugos pretendieron y pretenden aniquilar, fue capturado en el monte boliviano, y ejecutado en una escuelita de La Higuera. Sin mirarlo a los ojos, con las cámaras a la espera, con la CIA aplaudiendo, y el imperio del norte creyendo que ya nadie se acordaría de él. Así lo mataron, a sangre fría, con cobardía, y poco sentido de la verdad.
“Guevara vive”, se escribe en las paredes y en el corazón de los pueblos que no olvidan el derecho a la libertad, a la dignidad y a cambiar las realidades injustas dentro de un mundo de vencidos. Y Ernesto, Fuser, aquel pibe que salió a la ruta con muchos sueños a la espera de poder cumplir, respiró y caminó por todo el continente para que el planeta entero pueda comprender que los verdaderos cambios son posibles, incluso contra el imperio más temido. Jean Paul Sartre lo definió como “el ser humano más completo de nuestra era”, y el paso de los años agiganta la figura de un revolucionario que rompió todas las estructuras, que cortó de cuajo las imposiciones de imposibles para mostrar las certezas y la posibilidad de un mundo nuevo, uno más justo donde quepan todos los mundos y todas las humanidades. Con una pluma inigualable, con la visión amplia como certeza de los pueblos, con la coherencia, la valentía y destinos colectivos, hizo de una vida una eternidad. Por eso, Guevara no murió. El Che, el compañero, el revolucionario, el de la sonrisa y el legado, está cada vez que abrimos los ojos para que el mundo ya no sea el mismo.