La guerra en Ucrania muestra sin medias tintas la buena salud del racismo en Estados Unidos y Europa. Para los gobiernos de esas regiones, los y las refugiadas tienen valor según el color de sus pieles.
Por Leandro Albani
La guerra entre Rusia y Ucrania desató la hipocresía de la dirigencia estadounidense y europea a niveles que hacía mucho tiempo no se veía. Puntualmente, la cuestión de los refugiados y las refugiadas ucranianas que escapan a Europa muestra un profundo racismo de gobernantes y medios de comunicación occidentales. En la Unión Europea (UE), por lo visto este racismo estaba latente, como un grano de pus que, cuando revienta, salpica para todos lados. La diferenciación entre refugiados y refugiadas “blancas” y el resto, se hace eco –cada vez con más fuerza- en los grandes medios de comunicación. El ejemplo más claro estuvo encarnado en la periodista Kelly Cobiella, corresponsal de la estadounidense NBC en Polonia. A finales de febrero, en una transmisión en vivo, Cobiella dijo lo siguiente: “Solo para decirlo sin rodeos: estos no son refugiados de Siria. Son refugiados de la vecina Ucrania. Y eso, francamente, es parte de ello. Estos son cristianos, son blancos. Son muy similares a las gentes que viven en Polonia”.
El caso de Polonia también ejemplifica el racismo que sobrevuela al planeta. Hace apenas unos meses, miles de desplazados de Medio Oriente y África ingresaron a Bielorrusia. El gobierno de Aleksandr Lukashenko permitió que estas personas llegaran hasta la frontera con Polonia, con el objetivo de presionar a la UE. Si en estos días el gobierno polaco abrió su frontera de par en par a los y las desplazadas por la guerra en Ucrania, en el otro caso esa frontera se cerró como si fuera el portón de una prisión de máxima seguridad. Muchos hombres y mujeres murieron de frío en ese limbo territorial generado por Bielorrusia y Polonia. La noticia circuló algunos días por los grandes medios, la dirección de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se indignó y pidió clemencia –para no perder la costumbre-, se tensaron las relaciones entre la UE y Lukashenko (y por ende con Moscú), y no mucho más. Esos refugiados y refugiadas, expulsadas de sus países por guerras y conflictos internos que, en la mayoría de los casos, fueron generados por el propio Occidente, desaparecieron… otra vez.
La selectividad de Estados Unidos y Europa con esta nueva crisis de refugiados es la muestra cabal del desprecio por los seres humanos. Ese desprecio no es generado por una maldad intrínseca de los gobernantes de esos lugares, sino que deja ver las políticas más despiadadas del capitalismo del siglo XXI. Para Washington y Bruselas, esos hombres y esas mujeres que huyen de Medio Oriente y África son simples “sobras” del Gran Banquete del Capital.
Aunque cabalgamos en el siglo de la tecnología, los avances científicos instantáneos, la hiper-conectividad y la mediatización extrema del ser humano, por estos días la “cuestión del color” retomó con toda su fuerza. Y esto no es algo menor si tenemos en cuenta que desde el status quo gubernamental hace mucho tiempo se dio por zanjada esta problemática.
En el actual conflicto entre Rusia y Ucrania, ser blanco es un privilegio dentro de la muerte generada por la guerra y sus promotores. Este hecho que hoy nos cruza los ojos deja en evidencia que las principales estructuras del sistema injusto en el que vivimos están casi intactas. El racismo en su máxima expresión se puede ver cuando la policía de Estados Unidos o Argentina asesina a sangre fría a pibes por el solo hecho de su color de piel. En la desesperación de quienes intentan escapar de Ucrania, esto también sucede.
El 2 de marzo pasado, La Izquierda Diario publicó el artículo “Trato racista y represión contra los refugiados ucranianos de África e India”, firmado por Kenza Adel, en el que confirma que los guardias fronterizos dan la “prioridad a los ciudadanos europeos y, por lo tanto, a los refugiados ucranianos blancos que deseen abandonar el país”. En la nota se reproduce un video en la que se ven a las autoridades ucranianas impedir que los africanos aborden los trenes para salir del país.
Jackson Jean, en el artículo “En las estaciones de tren en Kiev, los afro son los últimos de la fila”, apuntó: “No les miran la ciudadanía ni la nacionalidad: son excluidos simplemente en base al color de piel, mientras dejan pasar a los blancos sean ucranianos o no”. Jean agregó que es necesario recordad “que Ucrania cuenta con el grupo étnico afroucranianos nativos, que son generalmente ucranianos de ascendencia africana subsahariana, incluidos los afrodescendientes que se han establecido en Ucrania. Los afroucranianos son un grupo muy pequeño en la población ucraniana y se concentran principalmente en la capital Kiev”.
El autor de la nota además recordó que “el racismo recrudeció en Ucrania con el actual conflicto, pero ya venía de antes”. Como ejemplo, relató que en 2012, el ex jugador afro-ingles Sol Campbell, llamó a las personas afrodescendientes a que se queden en sus casas si no querían “volver al ataúd”, refiriéndose a la peligrosidad del racismo en el país.
Frente a este panorama, no es para nada raro que desde hace casi 10 años por toda Ucrania se movilicen sin ningún tipo de problemas grupos paramilitares neo-nazis, muchos de ellos empotrados en el ejército regular. Esos grupos fueron los encargados de cometer masacres tras masacres contra la población civil en la región en disputa del Donbaas.
Al abordar la discriminación y el racismo estadounidense y europeo que rodea a la guerra en Ucrania, el investigador, escritor e intelectual israelí Ilan Pappé, llegó a un diagnóstico poco alentador, pero no por eso errado: “La decisión colectiva de la Unión Europea de abrir sus fronteras a las personas refugiadas ucranianas, a la que siguió una política más cautelosa de Gran Bretaña, no puede pasar desapercibida si se compara con el cierre de la mayoría de las puertas de Europa a las personas refugiadas provenientes del mundo árabe y del africano desde 2015. La priorización claramente racista que diferencia entre personas que buscan proteger su vida en base al color, la religión o la etnia es abominable, pero no es probable que vaya a cambiar pronto”.
En el ensayo “Cuatro lecciones desde Ucrania”, Pappé sentenció: “Esta actitud racista, que tiene un fuerte trasfondo islamófobo, no va a cambiar, puesto que los dirigentes europeos todavía niegan el tejido social multiétnico y multicultural de las sociedades de todo el continente. Una realidad humana fruto de años de colonialismo e imperialismo europeos que los actuales gobiernos europeos ignoran y niegan, al tiempo que estos gobiernos tienen unas políticas de inmigración que se basan en el mismo racismo que impregnó el colonialismo y el imperialismo de antaño”.
La guerra en curso en Ucrania no va a dejar un mundo ni más justo ni más habitable. Solamente la furia racista que vemos en estos días y que devora todo lo que se le cruza, es la triste confirmación.