Extranjeras de la humanidad / Juan Solá

Querido Sur,

La futurología nunca fue lo mío, pero este territorio se ha vuelto tan predecible que, a veces, vivir se siente como habitar un presente anticipado. 
Junio todavía está tibio y el arcoíris ya se ha roto en mil pedazos. ¿Cómo es que una fiesta sobrecargada de brillo y colores siempre acaba pereciéndose más a un velorio? ¿Será que, en realidad, nunca fue una fiesta? 
Haremos del mundo la epítome de lo inhóspito, estoy convencido. Somos terriblemente buenos en destrozar cada nido, cada rincón seguro. Si la tormenta nos sorprendiera, sólo atinaríamos a arrancar con las manos el alero de chapa que nos refugia. El Dios que tenemos atravesado en la garganta está hecho a nuestra imagen y semejanza: nos estamos asfixiando con nuestras propias manos. Somos la constante invitación a esa sensación persistente de tener que defendernos todo el tiempo. Somos fuego en un subte lleno y a decir verdad, no sé si somos el fuego o la gente que huye de las llamas pero muere en la embestida.
Me niego a aceptar que el calendario de la celebración de las tradiciones de los hombres marque la hora de la extinción de las maricas; me niego a tranzar con los santos y los cuerdos que caminan descalzos sobre las brasas. Me niego a acostumbrarme a la matanza. Le niego mi cuerpo a la biología binaria que pretende utilizarlo para justificar sus miserables normas. Le niego las cicatrices de mi rostro a las musas de quienes se creen con la autoridad de establecer la noción de lo bello. Me niego a este mundo que encierra todo lo que canta, que ha elegido la jaula antes que el árbol. Me niego a bailar cuando la música suene más fuerte que el grito de quien pide auxilio con toda la garganta, tal vez por última vez. Me niego a militar la justificación del derecho a permanecer con vida.  Me rehúso a la mitad de una vida, a la obediencia debida.
Pedí demasiado tiempo a los trolos abandonar sus armarios y sus silencios, ¡qué imprudente he sido, Querido Sur, cargando sobre la espalda rota la mochila de los turistas de la empatía! Les he pedido a mis amigas mariconas ser más amables entre elles cuando más allá de los muros que resguardan nuestra intimidad todavía existen varones organizados para patearnos hasta que ya no respiremos. Les he invitado a una realidad que poco y nada tiene que ver con la verdad, y viceversa. Me he aferrado a una impresión romántica de un mundo donde caben muchos mundos y sin querer, acabé siendo cómplice del último grito de Samuel y también del rastro perdido de Tehuel. Es insoportable, querido Sur, esta constante repetición del mundo.
El otro día alguien contaba en internet sobre el grito de euforia etílica del hombre que después de matar a Lorca, fue a brindar por su muerte a un bar. Por primera vez alcanzo a comprender el concepto de Orgullo espejado en la mirada del varón que mata. 
Todavía pretendemos bailar al ritmo de los puños que nos llueven, aún intentamos torpemente extirpar un instante de regocijo de lo que siempre ha sido una batalla mientras del otro lado siguen aplaudiendo nuestros funerales. Nuestra ciudadanía de segunda nos convirtió en extranjeras de la Humanidad. Hemos sido sistemáticamente asesinadas, avasalladas, usurpadas en carne y tierra. Hemos sido expulsadas al fronterizo margen del olvido y desde allá venimos, vestidas de putas y de maestras, montadas en cada colectivo y en cada tren y en cada bicicleta. Vendamos la herida macha con intimidad, aprendimos a guardar aquel secreto que hace andar al mundo: los hombres han cambiado su deseo por billetes, su libertad por orden, su curiosidad por tradición. Nosotras seguimos siendo la cuerda invisible de un reloj intergaláctico y todavía se atreven a prohibirnos la turgencia de los labios, la urgencia de las caderas que se mueven más allá de la robótica lógica masculina del paso firme. Ofrecimos abrazos para acercarnos más a esos que nos rechazan, pensando en nuestras propias infancias rotas. Quisimos mirarnos en un espejo que no hace otra cosa que llenarnos el rostro de astillas de vidrio. ¡Qué equivocadas estábamos cuando negamos la guerra contra nuestras existencias! Pero ya no nos pertenece el silencio que exigieron quienes con el sol nos negaron y con la oscuridad se vaciaron dentro de nuestros cuerpos. Ya no seremos útero del miedo ni la concavidad obediente donde eyacula en secreto el deseo heteronormalizado
Todavía no es tarde para entender que tenemos la boca llena de una libertad que no le pertenece más que a los libros y las utopías. Hemos pasado tanto tiempo queriendo convencernos de la suavidad de los pétalos, que ahora somos pieles rasgadas por las espinas de las rosas que crecen en los patios donde aprendimos las reglas de la escondida. ¿Cuántos varones que matan se necesitan para explicar nuestra preferencia por las sombras? ¿Qué torpe significado es capaz de ofrecerle esta rudimentaria adultez vigente a esa visceral necesidad infantil de jugar a esconderse? 
Quiero contar hasta cien y que los que se escondan sean los machos. 

Buenas noches,
Juan.

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