Autora de Cometierra, su primera novela, de editorial Sigilo. Docente y madre de siete hijos e hijas. Dolores Reyes irrumpió con una novela conurbana que es marca de una época. ¿A quiénes y qué es lo que esconde la tierra? ¿Por qué razones una adolescente come para ver? Una novela que es homenaje a las que ya no están, porque nos las han arrebatado.
Por: Agustina Lanza
Los minutos, las horas, los días. La desesperación de no saber, la incertidumbre cuando una piba desaparece. Cuando se viste, sale a la calle y sube a un colectivo y no vuelve. Cuando las fotos con su cara se hacen virales en las redes sociales y los medios de comunicación conversan con sus familiares. Hay un intento por desandar el camino de todas ellas, por saber una pista que la devuelva al mundo de las que sí se ven. De las que van a bailar con amigas y vuelven salvas a casa, de las que cumplen con el mate prometido a su mamá. Ese agujero, esa falta es la que trata de suplir de manera simbólica Cometierra, la primera novela de Dolores Reyes, editada por Sigilo en abril del año pasado.
Cometierra no es simplemente el personaje de una adolescente luminosa y conurbana que come tierra para tener visiones. También es una tajada de la historia reciente, de la realidad que viven las pibas en los barrios, de las historias que no se ven por televisión. Emerge en un contexto en el que una mujer es asesinada cada 18 horas en la Argentina y su autora delinea, puntillosa, aquello por lo que el movimiento feminista reclama en sus marchas multitudinarias. “A la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos. A las víctimas de femicidio, a sus sobrevivientes”, dedica el libro.
−¿Por qué una cometierra y no una vidente común? ¿Qué peso tiene la tierra?
−La tierra tiene un peso increíble. Eso es un análisis mío previo a la escritura de este libro. Cuando uno empieza a escribir ficción pone toda la carne al asador. Ahí está todo lo que tiene que ver con la tierra en los pueblos antiguos, que es un principio femenino en todas las culturas. Está Gaia en la Teogonía de Hesíodo. Eso está bastante latente hasta el día de hoy. Pienso en América en general, ni siquiera en Argentina. En las grandes tragedias que atravesaron a los pobladores todos los cuerpos están entrelazados con la tierra. Algo permanente con el tema del robo de las identidades, las matanzas masivas. Y la tierra siempre es testigo, es cobija de todos esos cuerpos. Desde la conquista, desde los desaparecidos. Guarda como una memoria inmediata. Se esconde a los cuerpos, se sustrae a los seres queridos, se corta esa historia que trata de desaparecer, pero siempre vuelve a la tierra. Por eso el tema de que no vi en esta videncia otro elemento.
−La protagonista, de alguna manera, busca reconstruir todo aquello que nosotras no podemos saber…
−Escribí con un material que viene desde la sociedad. Sigo muchísimo los casos de femicidios. A veces los voy dosificando porque me hacen muy mal, me afecta, no puedo dormir por estar pensando qué sintió una chica tan joven cuando la despojaron de su vida. Desde siempre me sensibilizó, por eso también el cruce. Los cuerpos de mujeres muertas en la literatura y en el arte están desde siempre. Pero no quería que las visiones de Cometierra apuntaran al golpe bajo, sino tomarlo desde otro lugar. No es que estoy innovando en traer los cuerpos de víctimas de violencia, sino que me parece que el enfoque es lo que cambia. Mi empatía es hacia las mujeres. No estoy del lado del goce estético que traen ciertos relatos policiales, como la exacerbación del morbo y la violencia como si eso fuese un show. Eso se ve todo el tiempo y quería correrme. A veces me dicen “ay, es muy lírico, es muy poético”. El trabajo que hice con el lenguaje lo hice teniendo muy presente esto que estoy diciendo.
−Una de las cosas que más se resalta de tu libro es el componente de la originalidad, ¿por qué creés que se insiste con eso?
−Como venía el tema de la tierra, también me interesó explorar lo vinculado a la adivinación y a la videncia. Hay un libro que se llama Cerca de la Adivinación (De divinatione). Lo conocí cuando estudiaba Latín y es fabuloso, recorre todas las técnicas conocidas, como inspeccionar el vuelo de las aves o ir a la guerra pensando en los oráculos, sin basarse en cuestiones de Estado. Pensaba también en el cristianismo: penalizar el cuerpo de la mujer, penalizar la maternidad. Lo divino y hermoso del cuerpo virgen. Todas las demás maternidades están ligadas al pecado, a la inmundicia del cuerpo, no a su admiración. Otra consecuencia del catolicismo es que la adivinación ha quedado marginada, como las ciencias ocultas. En todos estos ambientes conviven muchísimo los umbandas, por ejemplo, distintas técnicas… el horóscopo, ni hablar. El hombre siempre quiso ver de la naturaleza indicios de su suerte. Quiso leerse a sí mismo en los astros, en la tierra, en el agua. En todos estos rastreos que hago, porque me encanta y leo sobre el tema, nunca encontré esto de comer tierra y poder adivinar. Se utilizan tantas cosas… y yo pensé, ¿por qué no la tierra que nos acompaña tanto tiempo en vida y nos recibe cuando nos morimos? Ahí tiene que haber una enorme memoria, un enorme conocimiento.
−Es un libro que no tiene lenguaje complejo…
−Como es ella la que está relatando tuve muchísimo cuidado con la construcción de su voz. No correrme fue una obsesión, una premisa. Me acuerdo cuando trabajaba con el escritor Julián López, él solía cerrar los ojos y escuchar. Me decía “ahí se está yendo la voz”. Trabajé un año y medio con él. A su vez pensaba en mis alumnos, mis hijos, sus amigos, tantos chicos adolescentes con los que me he vinculado y me sigo vinculando. Pensé en cómo habla la gente que está dolida, súper golpeada por la vida, que tiene bronca y mucho enojo justificado, pero que si te acercás es gente hermosa. Todos quieren ser queridos, escuchados y tener una vida mejor que la que les está planteando la realidad. Desde ahí construí la historia de los personajes.
−¿Intenta dejar un mensaje?
−Yo quería que se recuperara el germen de vida que están matando a los 15, 16, 17 años, toda la potencialidad, toda la hermosura de esas pibas que nos están arrebatando todos los días. Desde los medios se ningunea, se revictimiza. Desde el Estado, también. ¿Por qué estas víctimas tienen que recurrir a una vidente? ¿Por qué no canalizan esas búsquedas por un circuito estatal? Vemos que no hay respuesta, que muchas veces están entretejidas redes del Estado… más de lo que sabemos.
La historia detrás de la historia
Parte de la vida de Dolores transcurrió en las aulas: hace más de 10 años que es docente. Tiene siete hijos e hijas de entre 8 y 23 años, y estudió letras clásicas en la UBA. Uno de ellos, el más chico, es fanático del fútbol femenino y de Higui, la mujer que se defendió de una violación correctiva en 2016 en San Miguel. “¿Qué va a hacer su equipo sin arquera?”, le preguntaba a su madre cuando Higui estaba presa. “Por algún lado tenemos que romper las cabezas machirulas”, dice Dolores y se ríe cuando lo recuerda.
Cometierra es su primera novela, pero Dolores está signada por los libros desde hace años. Hoy se define como “una lectora a nivel bestial”. “Suelo escribir en cualquier lado, en papeles o donde sea. Ahora me puse un block de notas en el celular. Comienzo desde ahí en el momento que tengo soledad, disponibilidad y tranquilidad en la computadora. No desde cero. Guardo esa idea que si se pierde no vuelve. Quizás se me resuelve un par de días después y puedo estar en una situación que no tiene nada que ver con la escritura. Es un oficio, no hay otra forma de escribir que sentándote a escribir. Leerte, corregirte, aceptar las devoluciones de los otros. Si un día no es tan productivo, hacés otra cosa. A mí Cometierra me sirvió para ver mi propio método de escritura, para saber qué me funciona”, asegura. A veces sus días comienzan a las 4 de la mañana.
−¿Qué elementos aportó tu experiencia en la docencia a la hora de escribir?
−Hay mucho y no sólo en la construcción de un personaje que es central, que es la voz de la seño Ana. Soy maestra desde los 19. Tiene mucho de la relación de ella con los alumnos, esto de ir viéndose crecer, compartir tiempo, compartir cosas que van más allá de la escuela, de lo pedagógico, de interesarse por esas exalumnas y viceversa. Como Ana, al principio, ya no aparece más, se le aparece a la protagonista como una suerte de fantasma y le reclama que coma tierra para que sepa qué le pasó a ella. A veces le pide que no lo haga, porque sabe los costos que tiene. Ella no crece más, Cometierra sí, y va equiparándola. Hay un cambio de perspectiva súper intenso, como un tironeo. A la seño Ana la relaciono con algunas anécdotas que me han contado amigos, que son hijos de desaparecidos, acerca de lo fuerte que era para ellos el momento en el que alcanzaban o superaban la edad de los padres, la edad en la que ellos desaparecieron.
Dolores cuenta a Sudestada que cuando tenía 11 se rateaba de la escuela y con sus compañeros tomaban el subte hasta Chacarita. Les gustaba ir al cementerio. El juego consistía en mirar las lápidas y sorprenderse con las historias que habían quedado truncas por la llegada de la muerte. Nombres, caras y dedicatorias: “Es una fascinación que me dura hasta hoy, una fascinación que cortaba el habla, porque cuando llegábamos nos invadía el silencio. Nos caía la ficha de la muerte, la ridícula, la de un bebé, la de un niño de nuestra misma edad. La muerte cambiaba la significación de todo, de las estructuras que teníamos armadas, incluso a esa edad”.
Y agrega: “La literatura ha comido de ahí toda la vida. Nos largamos a escribir sobre la muerte. Cometierra, en cambio, es súper vitalista. Te das cuenta de que esos pibes quieren vivir y salir a bailar y tomarse su cerveza, andar en moto, tener novios, novias. Están cercados por estas muertes, que, vuelvo a decir: son violencia”.
La primera imagen del libro transcurre en ese escenario: una niña asiste al entierro de su madre, víctima de un femicidio. Cinco años atrás, antes de sentarse a escribir, Dolores había tenido su propia visión. Vio a la que hoy es protagonista de su libro tomar tierra entre sus manos y llevársela a la boca. Esa fue la punta del ovillo.
−¿Quedaste conforme con la construcción del universo que rodea al personaje principal?
−Yo estoy mucho más cómoda en ese entorno que es el mío también. Pienso que se ve. No me gusta esto de “el conurbano es una porquería, es todo violencia o narcotráfico”. Es verdad, nosotros estamos expuestos a situaciones terribles y, sobre todo, a la precariedad del laburo, de las viviendas… ni hablar de las poblaciones jóvenes, que yo creo que en este momento más de la mitad es pobre. Sin embargo, esa gente desarrolla una vida amorosa. Tienen sueños, proyectos, amigos y un montón de expectativas. No es que andan desganados por la vida. No es igual a cómo tratan los medios a las chicas víctimas de femicidio: “una descarriada”. Ponen un rótulo a cada historia y ya está.
−¿Cuándo dijiste “esto lo voy a publicar”?
−Fue un proceso lento de escritura, de mucha corrección. Empecé a ir a un taller porque estaba atravesando una crisis existencial. Quería acercarme a mí misma. Intenté pensar más allá, pero no sabía por dónde salir a mi vida de nuevo. A mí me gustaba leer y escribir. De leer no dejé nunca, pero de escribir sí. Lo hice en la secundaria, en los primeros tiempos escribía narrativa. Y dije “voy a empezar por acá, que es la única lucecita que veo en medio de toda esta nube negra”. Me anoté a un taller y fue increíble. Toda la semana el precipicio y cuando iba al taller estaba en la cresta de la ola. Esa sensación me dura hasta hoy, es hermosa. Ir, compartir, seguirse. La literatura me dio grandes vínculos emocionales. Una suerte de familia. Y ni siquiera eso, algo superador. La posibilidad de generar unos lazos con los que nos elegimos todo el tiempo, sin compromiso. A mis hijos los amo, trato de tener tiempo para cada uno. Pero ahora entiendo que me había postergado absolutamente en la maternidad. Nunca salí de Argentina, no conozco ni Uruguay, no tengo pasaporte. Ahora, por Cometierra, me están tironeando de todos lados y se me abrió un mundo enorme. Me cuesta un montón porque pienso, ¿y si les pasa algo y estoy lejos? La maternidad es un viaje de ida.
−Da la sensación de que la protagonista tiene muy claro todo…
−Sí, pero se retira de ciertas experiencias. Incluso dice “Yo hijas, no. Pueden desaparecer”. Se corre. Es hija de un femicidio, perdió a su mamá a los 8 años y también vive esa forma de familia tan fragmentaria que transita la mayoría de los pibes y las pibas en el conurbano. Porque tenemos todavía el ideal de familia cuando la realidad es abrumadoramente distinta. Hay un montón de núcleos desde el amor en los cuales se están criando niñes desde otra forma. Entonces nos corremos de esa familia y vemos también, apuntando a estas nuevas maternidades de qué forma se puede maternar.
−¿Y cómo es la maternidad atravesada por el feminismo?
−Llegué tarde al feminismo y súper culposa. Pero menos mal que llegué. Cuando nació mi primera hija yo había cumplido los 17 hacía poco tiempo. Obviamente no había leído nada sobre el tema. Además no hay un feminismo, hay muchísimos. Yo trato de darles material de lectura a mis hijas. Teoría King Kong de Virginie Despentes es un libro que tiene que leer toda piba del planeta. Pero a nivel social, más allá de estas pequeñas maternidades que nosotras tratamos de establecer, es durísimo. No es lo mismo ser madre en la periferia, en un pueblo. Ahí hay una presión social hacia las mujeres impresionantes. Yo trato todo el tiempo, en el trabajo o donde sea, de correr el foco de culpa que hay hacia la mujer. Sorprende la presencia abrumadora de esa mirada que está disciplinando todo el tiempo. Y no hablar cuando somos madres. Me suelen preguntar por qué tomo el término de mamá luchona como algo positivo. La raíz de mamá luchona es luchar, y en eso estamos. Maternidades felices, elegidas, buscadas, por eso también la lucha por el aborto legal. Avanzamos enormemente.
−¿Hay una intención de destruir para volver a construir? ¿O creés que se trata de modificar la realidad de otra manera?
−El poder de las mujeres pasa por la destrucción del orden. Porque la ley del orden, la familia como la conocemos, es totalmente patriarcal, entonces cuando las mujeres se juntan empiezan a generar otra cosa. Tienen este temor de la destrucción. Pero sí… necesariamente, para construir algo nuevo, hay que atravesar ciertas destrucciones y ciertas resignificaciones.
Libros como Cometierra son parte de una lista de títulos de mujeres que tomaron sus experiencias y las llevaron a la escritura, a la ficción y a la no ficción. Uno de ellos fue Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró. Hoy las pibas toman las calles y las plumas.
−¿Cómo ves el crecimiento de la literatura de las jóvenes? ¿Tiene eso algo de revolucionario?
−Acá en Buenos Aires se da este fenómeno de los talleres literarios y toda la industria de editoriales independientes que es enorme. Mucha de la nueva literatura se está jugando ahí. En esos espacios una se demuestra a sí misma que también puede escribir. Ahí es donde más cómoda me siento, donde más me siento yo misma. Conjugo todas mis experiencias vitales simbólicas, dejo un montón de mí. Esa experiencia también tiene que ver con hallar el feminismo. Mi primera intervención en un taller fue “hola, llegué acá, tengo 7 hijos”. Ahí es donde emergen las ganas de construir colectivamente. Eso es una maravilla. Las mujeres, que siempre fuimos excluidas de la historia, que nunca tuvimos voz, que siempre hablaron de nuestros cuerpos desde otra perspectiva, que siempre contaron sobre nuestros crímenes, nos hacemos cargo de nosotras, tomamos una voz y la narramos. No entramos de a una, entramos todas juntas.
Nota publicada en la edición n° 158 de Revista Sudestada.