De Floyd a Nadal: Racismo, clasismo y brutalidad policial

Las tensiones en Estados Unidos se intensifican. América Latina no está exenta de la discriminación. Hace algunas semanas se conoció el asesinato por asfixia de  Walter Ceferino Nadal (43 años) en manos de un efectivo. De Mineápolis a Tucumán. ¿Cuándo habrá voluntad política para generar un cambio que se sostenga en el tiempo?

Por: Esther Pineda G.

En los Estados Unidos tras la abolición de la esclavitud y la aprobación de la ley de derechos civiles, la brutalidad policial se consolidó como el mecanismo por excelencia para la puesta en práctica de la dominación y represión de la población afroamericana, pero sobre todo, como instrumento para la neutralización de sus avances. Este carácter racista de la brutalidad policial estadounidense es posible identificarlo a partir de las estadísticas sistematizadas por The Washington Post y Mapping Police Violence, en las cuales se evidencia que la mayor cantidad de asesinatos de afroamericanos a manos de la policía ocurren al sur de los Estados Unidos, y en los Estados de California y Texas; territorios que de acuerdo a la organización Southern Poverty Law Center coincidentemente concentran la mayor cantidad de grupos de odio como el ku klux klan, el movimiento neonazi, neo-confederados, entre otros. De acuerdo a la organización Southern Poverty Law Center hasta el año 2019 existían 940 grupos de odio en los Estados Unidos.

Es importante aclarar que el Sur de los Estados Unidos prevalece como una de las regiones con mayores índices de ocurrencia de racismo por la herencia de esta región, la cual fue donde se establecieron los primeros colonos europeos, se institucionalizo la esclavitud, se mantuvo un importante arraigo a la doctrina de los estados, así como, a la confederación posterior a la guerra civil estadounidense. Tampoco debemos olvidar que el Sur concentra los episodios históricos más cruentos y explícitos del racismo norteamericano, además de haber sido el territorio en el cual el proceso de integración racial y reconocimiento de los derechos civiles de los afroamericanos encontró mayores dificultades y detractores.

Este hecho pone de manifiesto que la brutalidad policial contra los afroamericanos en los Estados Unidos no es un hecho casual o azaroso, por el contrario responde a una estrategia del supremacismo blanco para el aniquilamiento físico de los sujetos racializados, la cual se profundizó tras la elección de Barack Obama como presidente y el aumento del temor en la población blanca conservadora ante la posibilidad de desarticulación del racismo, el incremento de las relaciones interraciales, la inmigración, entre otros cambios sociales que pudieran transformar el status quo de la sociedad estadounidense.

Una situación que empeora

La supremacía blanca es una ideología que propugna la superioridad étnica-racial de los arios-caucásicos por encima de todos los grupos étnicos de origen no europeo (aunque posean piel blanca), por ello, pueden ser víctimas del supremacismo los judíos, los afroamericanos, los hispanos, los musulmanes, los asiáticos, entre otros. El supremacismo blanco persigue la dominación de los sujetos racializados en todos los ámbitos de la vida, rechaza categóricamente la interracialidad, busca la separación de estos grupos no-blancos a través de la segregación, así como, su destrucción, su aniquilamiento físico al ser considerados una amenaza para el mantenimiento, progreso y desarrollo de la denominada “raza aria”.

La elección de Barack Obama profundizó las tensiones raciales y puso en evidencia la persistencia del racismo y el supremacismo blanco en la sociedad estadounidense. Esto ha queda demostrado con el incremento de los grupos de odio durante su mandato y la posterior elección de Donald Trump como presidente para demostrar el rechazo a un presidente afroamericano y a los posibles cambios asociados a ello.

En el caso de América Latina al no haber existido experiencias segregacionistas como en los Estados Unidos, no es posible identificar la existencia del supremacismo blanco como ideología organizada, institucionalizada y puesta en práctica por los grupos de odio y la institución policial para el sistemático aniquilamiento físico de los sujetos; pero esto no significa que en las sociedades latinoamericanas no esté presente el racismo, el clasismo y la brutalidad policial. En la región latinoamericana los asesinatos de los sujetos racializados y precarizados a manos de la policía suelen ser cometidos por los cuerpos de seguridad al ser las victimas asociadas o “confundidas” con delincuentes por su pertenencia étnico-racial y de clase; es decir, por responder a los estereotipos clasistas y los “perfiles raciales” que sobre ellos se han construido, y que han contribuido a la racialización del crimen, pero también, a la criminalización de la racialidad.

Brutalidad policial sin fronteras

Estos perfiles raciales se han convertido en una práctica habitual para la realización de redadas en los sectores precarizados, requisas callejeras, registros injustificados, controles y arrestos desproporcionados, interrogatorios, cacheos, la obtención de confesiones reales o ficticias, el encarcelamiento masivo, la brutalidad policial y el asesinato de presuntos delincuentes; como un mecanismo para mostrar indicadores de éxito en las actividades de prevención del delito, aumentar las cifras de detenciones y demostrar a la sociedad que los esfuerzos de los gobiernos de la región en materia de seguridad dan resultado.

Estas prácticas racistas y clasistas ejercidas por parte de los órganos de seguridad durante la aplicación de las políticas represivas racistas de los Estados latinoamericanos, han sido instauradas como estrategias para reducir los índices de delincuencia, al mismo tiempo que se amparan en un discurso securitario y se justifican en la “lucha contra el crimen”. En el caso de Argentina es posible identificar la aplicación del denominado “gatillo fácil” en el contexto de la “Doctrina Chocobar”, así como, la puesta en práctica de la brutalidad policial en casos recientemente conocidos como el allanamiento y agresión de un grupo de 5 policías contra una familia indígena en la provincia del Chaco, y el homicidio de Walter Nadal mientras un policía le apretaba la garganta con su rodilla en Tucumán; hecho que inevitablemente recuerda a la maniobra con la que le fue arrebatada la vida a George Floyd hace apenas un poco más de un mes.

No obstante, de Mineápolis a Tucumán, de Floyd a Nadal, la realidad es que la brutalidad policial racista y clasista en Estados Unidos y en América Latina no ha podido ser erradicada porque no ha existido voluntad política; y cuya transformación requiere de forma impostergable e imprescindible la desarticulación de las tramas de impunidad, la suspensión del amparo, justificación  y permisividad estatal e institucional a la brutalidad policial, la sanción penal de los agresores, la realización de cambios estructurales en la institución policial que limite el accionar arbitrario de los funcionarios; pero sobre todo, la sensibilización y formación permanente de los cuerpos policiales para la deconstrucción de los prejuicios y estereotipos clasistas y racistas que habilitan la brutalidad policial.