Por Editorial Sudestada
Nos atacan de nuevo. Nos vuelven a poner contra el paredón. Intentan ponernos el traje de demonio, de la basura de la humanidad. Pero ya no lo pueden lograr. Porque nosotros somos amor, y ustedes lo más perverso del ser humano.
Porque cada ataque del gobierno nacional hacia los derechos del pueblo tuvieron y tienen -incluso desde la campaña electoral- analogías sobre pedofilia, sobre abusos sexuales, sobre crímenes de lesa humanidad, y sobre las peores miserias. Muchos argumentos, de hecho, estuvieron y están basados en datos falsos, como cada propaganda de este fascismo que va mostrando la verdadera hilacha. Porque el presidente de La Nación afirma que las parejas gay son pedófilas, que la homosexualidad “extrema” lleva a los abusos sexuales, y el Jefe de Gabinete Francos sale a decir que “sean homosexuales de la puerta de la casa para adentro”. Nos mandan al placard. Nos mandan a guardarnos. Nos mandan al silencio. Nos mandan a lo que durante siglos y siglos lograron hasta que levantamos la voz, hasta que salimos con el corazón en la mano, el abrazo dispuesto, el coraje de generaciones y generaciones, y pudimos empezar a vivir sin un espejo que nos escupía, sin los gritos despreciables, sin la violencia de cagarnos a trompadas por ser gay, sin la mirada de mierda de lo más recalcitrante de la sociedad, la misma que repetía lo de Franco “en tu casa hacelo”. No.
Durante siglos nos sometieron. Durante siglos nos callaron. Durante siglos nos mataron. Durante siglos nos quitaron todo el derecho de vivir. Ya no.
Porque al silencio no volvemos nunca más. Aunque les duela. Aunque les inquiete ver cómo nos besamos y nos amamos en una esquina, cómo caminamos de la mano con el sentido más puro del compañerismo, cómo nos miramos a los ojos y nos entendemos, y no necesitamos la aprobación de esa porción que mira para afuera lo que jamás tendrá adentro. Porque aunque les lastime la hombría barata, el machirulismo más rancio, somos padres y madres, madres y padres, papá y papá, mamá y mamá, y los hijos y hijas amor. Porque las infancias comprenden mucho más que lo contaminado de la discriminación, el desprecio, el racismo, la xenofobía, y todo este rejunte de odiadores que sueñan con la inquisición, con la cruz y la sangre, con el ropero y la libertad totalmente adulterada.
Ya no. Porque gracias a la lucha y el compromiso de los que decidieron no callar más, es que podemos vivir, es que podemos sonreír, es que logramos tener una identidad real, ser quienes soñamos ser, o podemos, o queremos, o deseamos, o somos. Porque gracias a esa lucha acá estamos, y gracias a la nuestra, las próximas generaciones estarán, libres, abrazadas al amor y jamás al silencio y a la oscuridad de una puerta que te cierran en la cara.
“Dejen al colectivo en paz”. Asuman lo que son. Que nosotros eso lo tenemos claro.
Imagen: Doris Sanabria