Por Editorial Sudestada
Todo pasa por las redes, por la pantalla, por “likes” o photoshop, por la imagen y la búsqueda de confundir, de instalar mentiras, falsos datos, conceptos que aniquilen a los verdaderos, y el retoque permanente de cachetes, pómulos, panza y libretos. Así gobierna Javier Milei, entretenido en las redes sociales, respondiendo todo, compartiendo historias, subiendo amenazas, aprietes, las notas del ego, con una ventana cerrada y un territorio que no se pisa, ni se escucha, y mucho menos se siente. Con un país estallado, con una economía cruel y verduga de los barrios, con el pueblo sufriendo un golpe tras otro, tratando de poder ver un horizonte al menos de 3 días para adelante, el presidente juega a la adolescencia eterna en twitter, y en la jaula que lo devora para convertirse en el troll que alguna vez alguien con el futuro distópico pudo presagiar. Desde allí, con el dedo que ordena -algo que sueña desde siempre con la nostalgia de un alemán bastante conocido- amenaza, hostiga, aprieta, estigmatiza, promueve el odio y la violencia, juega a responder y responderse, a defenderse de “malas personas”, y a que el Estado no exista pero sí un león capaz de ahogar al pueblo y que lo aplaudan, capaz de dolarizar en unos meses y que la gente festeje, capaz de hacerle creer a sus “votantes” que luego de los seis meses duros todo va a ser felicidad y bienestar. Nos gobierna un troll. De peineta y photoshop, de complejos, inseguridades, y desprecio a las mujeres, a las diversidades y a la verdadera libertad. Nos gobierna un troll, que se cree Terminator o un modelo suizo, que habla con perros en el cielo, con “dioses”, y que pasa la mayor parte del tiempo frente a una pantalla, operando, jugando, enojándose y alimentando un ego que es demasiado peligroso.
Nos gobierna un troll. ¿Qué más se puede decir?