Crónica de la persecución en Salta: “Esto es una cacería humana”

Ayer la Cámara de Diputados de Salta dio media sanción a un proyecto de Ley Antipiquetes. Esta es la cuarta semana de manifestaciones, cortes de ruta y paro en la provincia. Trabajadores de la educación reclaman un aumento salarial y recientemente se sumó el sector de salud. La represión, a manos del gobierno de Gustavo Sáenz, fue feroz, y luego de que se produjeran 19 detenciones ilegales, persecuciones y cacerías a quienes reclaman un derecho, el Gobierno de Salta busca criminalizar la protesta.

Por Jorge Ezequiel Rodríguez

Desde Sudestada nos comunicamos con Silvana Rivadeneira, que a través de un relato en primera persona, nos cuenta lo que sucedió en Salta durante la represión.

“Después de tres semanas de protesta, en las cuales ya habíamos sufrido represiones, el día jueves pasado, nos dirigimos con mi esposo hasta el ex peaje Aunor, en el ingreso de la provincia, para acercarles a los compañeros que estaban apostados al costado de la ruta bebidas frescas, algunos sándwiches. Llegamos y nos dimos con una cantidad impresionante de policía, infantería, que no permitían el corte de ruta. Nos sumamos a la marcha pacífica. Se produjo un amontonamiento, salí corriendo para el carril del frente, y alcancé a ver que empezaron a llevarse detenidas a las compañeras. Un policía se acercó y me pidió que me retire porque me iba a detener. Como le dije que no podía tocarme por ser hombre, llamó a dos femeninas, les dijo que me coloquen las esposas, y lo que pasó es que las policías no tenían esposas para llevarme. Volvieron las corridas, yo seguí corriendo tomando bastante distancia de la policía, que a la vez empiezan a avanzar con los escudos corriendo. Y por atrás mío también venía un grupo de maestros. Continuamos por más de un kilómetro. Llegamos hasta el cementerio e ingresamos. No sé cuántos docentes éramos, tal vez 5 o 7, porque a algunos los fueron llevando en el camino, cargándolos. Nos sentamos en las escaleras de la capilla adentro del cementerio. Y vimos que un grupo de policías se acercaba por la vereda. Nos encerramos ahí. Trancamos la puerta con una silla y solamente escuchamos los gritos de las compañeras que se llevaban adentro del cementerio. No podíamos hacer nada. Estábamos encerrados. Estuvimos más de una hora así. La policía entró, se llevó a una compañera. La chica estaba escondida entre las tumbas. Cuando más o menos pensamos que ya podíamos salir, nos dimos con que la policía no había ingresado porque después de que se llevaron a la compañera, el sereno había puesto candado en el portón de ingreso al cementerio. Si no era por el sereno, no sé qué hubiese pasado.

Salimos y  la señora que vende flores en el ingreso nos dice que el móvil seguía pasando, que nos estaba buscando. Nos escondimos en un patio pequeño que está entre la pared del cementerio y el puesto de flores,  pensando en qué manera íbamos a salir porque teníamos todas nuestras pertenencias en el acampe. Después de un rato, las compañeras llamaron unos remises para poder volver hasta Güemes. En esos remises fuimos escondidas y volvimos a la Camp en Aunor porque teníamos todas nuestras pertenencias ahí.

Fue una verdadera cacería humana. Nos corretearon más de un kilómetro. Iban cayendo compañeros en el camino y la policía seguía avanzando.

No puedo dormir recordando el encierro. No puedo con la impotencia de no haber podido ayudar a los compañeros. Solo me queda que corrí con toda mi fuerza pensando en mi hijo. Que aguante el encierro pensando en mi hijo. Es difícil juntar fuerzas para seguir en la lucha, pero a la vez continuamos con la convicción de que esto no debe pasar Nunca Más.”