val flores es escritora, maestra y activista lesbiana, vivió la mayor parte de su vida en Neuquén. Este año publicó su nuevo libro La borra de la afonía, que surge a partir de padecer una afonía, uno de los trastornos más comunes en docentes, consecuencia del uso excesivo de la voz. A partir de este agotamiento vocal, val logra hacer sonar una garganta cansada y una lengua sedienta para “arrugar” el lenguaje y romper su estabilidad a través de la espacialidad, recursos fónicos y el movimiento para “asaltar la normalidad” que nos exige hasta la salud.
Por Jacqui Casais @me.tengo.harta
“¿Será que domestiqué mi propio derrumbe?”
val flores
la borra de la afonía (Ed. La Libre, 2022)
¿Cómo surge la idea de crear este poema largo que empiece y termine con preguntas? ¿Encontrás en la poesía más preguntas que respuestas?
Para mí la poesía es una experiencia deslenguada de hacer preguntas, una práctica corporal donde el hábito de normalizar el sentido se puede interrumpir, la posibilidad de una indisciplina creativa para habitar el tiempo de lo insólito. La borra de la afonía, que ni siquiera tenía ese nombre cuando tracé los primeros esbozos, se empieza a armar en el 2021, desde un impulso libidinal a partir de que me quedo disfónica después de dar varios talleres y charlas por zoom. Mi voz es frágil, una de las zonas de vulnerabilidad más visible que tengo, y se desgarra con frecuencia.
Comienzo entonces a probar intuitivamente ese método de composición espacial de pequeñas piezas poéticas, como exhalaciones a destiempo de energía pulsional, fragmentos que se conectan de modo rizomático y que van desviando la linealidad de la lectura, multiplicando sus posibilidades de invención de imágenes. Como un montaje desde una verbis erótica en caos vocal y asincronía bucal. Y ahí empecé a traer vestigios de notas añejas, restos de conversaciones sensuales, extractos pulposos de poemas que nunca se hicieron públicos. En ese estado de caerse de la voz que era la disfonía, me entrego a esa faena poética viva de buscar una escritura no cicatrizada como injertos cutáneos en el corazón de la lectura.
En mi trabajo pedagógico y político las preguntas son una metodología afectiva para interferir y pausar la maquinaria de la certeza y la costumbre. No son preguntas al servicio del orden y del saber legitimado para comprobar, para confirmar, para validar. La pregunta es para mí un criadero de conexiones, tropiezos y especulaciones. Me interesa construir una pregunta como una artesanía erótica y no como un automatismo desafectado, para provocar una infracción o tajo en el gobierno sensible de nuestra subjetividad. Y en este poema largo que empieza y termina con una pregunta hace del propio poema una interrogación pirotécnica que intenta arreciar el modo de lectura convencional, que construya al lectorx sin identidad disciplinaria como unx expertx situadx para que pueda desplegar sus trucos y destrezas imaginativas al componer relaciones inusitadas entre esos fragmentos. Una especie de adivinanza conceptual con capacidad para rehusar una sola respuesta.
“A veces me enfermo
para encontrar a mi animal
que soy, cimarroneando
en los pastizales del misterio”
val flores
la borra de la afonía (Ed. La Libre, 2022)
La onomatopeya “crick crick” se repite a lo largo del libro. ¿Hay una búsqueda por asilvestrar el lenguaje o sacar a la poesía de un sonido antropocéntrico?
Es una sugerente coordenada de lectura esa que hacés del crick crick que va modulando el ritmo del poema. Convoco por resonancia a Ivonne Bordelois, en Una excursión onomatopéyica. Etimología de las pasiones: “Las palabras son ruido y significado, ruido e idea. El cuerpo de las palabras no es sonido puro, etéreo; las palabras no son puramente aéreas, espirituales. Están hechas de aire rudamente modulado por la garganta, los dientes, la lengua, y siguen teniendo mucho de los primeros gruñidos, cercanos a los de los primates, que estuvieron en su origen…Las onomatopeyas son testigos del origen encarnadamente corporal de nuestras palabras”.
Podría contarte que me interesaba que hubiera un ruido entre ese lenguaje más habitual de las palabras, un sonido táctil lexicalizando la evocación de una materia sensible que se raja, se quiebra, se rompe, como mi voz en ese momento. La grieta haciéndose poema, o también el poema haciéndose grieta que actúa como una inyección de extrañeza en el lenguaje. Parafraseando a la poeta y performer Caro Rodriguero, podría atisbar ese crik crick como una organización rítmica en la lengua vehiculizada por ciertas condiciones lenguajeras de un pensamiento que se interroga por el antropo y logocentrismo. Ese bullicio enmarañado de ruiditos cuando una se queda afónica o disfónica, que pide paso haciéndose lugar a su tiempo, en el que la ronquera toma una forma no humana, desgranando sus sedimentos indómitos en un dislocado vagabundeo entre los silencios desaforados que hacen de tejido conectivo.
“mientras Monique se vuelve
vulnerable,
tarareo una euforia
que esquiva la requisa
forense de la razón”
val flores
la borra de la afonía (Ed. La Libre, 2022)
Monique (Wittig) Octavia y Lilith aparecen nombradas en el libro como un recorrido por los feminismos. ¿Por qué decidís nombrarlas?
A Monique Wittig, Octavia Butler y Lilith, que es el personaje de Xenogénesis en la trilogía de Octavia, me gusta pensarlas como amantes ficcionales, esas relaciones textuales que hacen de la imaginación un arte de la discrepancia, que exploran feministamente las subversiones de la lengua a través de sus creaciones literarias. Como una suerte de “erotismo alien”, diría la antropóloga Paü Shabel, en el que la extrañeza y el desconocimiento animan el eros del encuentro. Un magnetismo sexy del no saber. Me seduce pensar si hacerse una erótica es también hacerse una errática, un arte del equívoco que nos hace cohabitar en las diferencias. Y de algún modo, esa es mi relación con la palabra, de extrañeza permanente e insurgente. Intimo con la idea imaginal de que la escritura no es un refugio frente a la intemperie, sino hacer de la intemperie un refugio. Por eso esa insistencia en permitir que el poema en ese erotismo diseminado nos ponga en contacto con nuestra propia inadecuación.
Volviendo a Monique, Octavia y Lilith, compañerxs eróticas de pensamiento e imaginación, sus incitaciones textuales encienden el ardid poético de mi escritura al introducirle una anomalía a la letra para resquebrajar toda imagen sitiada contra la especulación política y poética. Las estaba (re)leyendo en ese tiempo afónico de escritura y me interesaba citarlas como complicidades emocionales, como roces de una aventura escritural que no se procura feminista en tanto adjetivación de una cualidad de la poesía sino como un verbo irregular que pone en acción una disonancia corporal para el desarmadero del poder de una lengua normativa, o un adverbio que convoca las condiciones somáticas y sociales en que se modula un hacer escriturario, tal como insisten la crítica cultural Nelly Richard y la filósofa y bailarina Marie Bardet. Invocar estos nombres en La borra de la afonía es apostar a las corazonadas solubles de la desposesión de sí o del deshacer material de los géneros textuales y corporales.
¿tendré chance de arrugar un poco el lenguaje para
desatorar el tiempo sísmico del placer, ahí
donde la humedad golpea los muladares del pasado?
val flores
la borra de la afonía (Ed. La Libre, 2022)
¿Cómo ves a la poesía actual? ¿Crees que es necesario que la poesía “asalte a la normalidad” y a la “higiene mental”?
No creo en una apuesta moral de la poesía, aunque suene tan atractivo como el asalto a la normalidad. Considero a la poesía en sí misma un acontecimiento político al abrir o clausurar modos de vida, de expresión, de imaginación. Sí apuesto a cultivar lo indócil de la lengua haciendo de médium a la poesía en algunos casos, aunque también lo busco ensayar con la escritura teórica desacademizada. Procuro la desburocratización del imaginario de la lengua y las exigencias de la claridad y la transparencia como espectáculo de la norma que fogonea una sensibilidad mayoritaria. Sustraerse de ciertos modelos estandarizados de escritura que también se suelen dar en las escrituras LGTTTBIQ+, que no escapan a los pactos comunicacionales y sus requisitos de higienización del habla en busca de una legibilidad algorítmica.
La borra de la afonía es un guiño a la despertenencia del consumo rápido y lineal del poema, trabaja contra la exigencia de representar, no supone unx lectorx pre-existente, sino que se presenta como desafío de construirle en el acontecer enigmático del poema. En particular, siempre estoy en conflicto con la lengua, con esa materia sensible con la que tengo una relación paradojal, caprichosa, tan turuleca como sagaz. Escribo como acción directa como figura del desorden, súbito o demorado. Y pienso que el poema es una suerte de investigación de la fuerza intempestiva de las palabras. Me siento en una búsqueda deliberada de que mis textos no sean inofensivos, con una obsesión por la opacidad como política desheterosexualizante de la lengua, explorando el límite de lo pensable, que desborda (o no) la capacidad de imaginar otras relaciones que dan consistencia a eso que llamamos vida, cuerpo, género, deseo, sexo, piel, entre otros tropos. Tanteo una escritura que sea incómoda y que se resista a las clasificaciones fáciles y a las taxonomías organizadoras del catálogo disponible de identidades sexuales y de género o de identificaciones discursivas.
Hace poco leí “La transgresión o la guerra de las criaturas”, de Susana Thénon, y ahí uno de sus personajes, Lencia Faube, exclama: “Nuestro primer presagio es la transgresión”. Esa frase se me viene como un eco que reverbera en esta desorganización de las gramáticas normativas del decir que me importa practicar, en una combinación de anacronismo y futuro que circula en la sangre de este poema, como un corpus vital que se emplaza en los límites acústicos de este tiempo.
Entonces no sé qué sería la poesía actual, creo que hay que atender a los contextos, a las geografías, que traman relaciones muy diferentes entre voz, paisaje, imaginación y recursos. Las economías escriturarias también dependen mucho de las economías de la vida. A veces el prisma de Buenos Aires deja en sombras otras asperezas y suavidades del deambular poético de otros lugares, producto del colonialismo interno que fundó esta nación y que sigue operando bajo diferentes modalidades de la desigualdad.