En el contexto latinoamericano, Argentina se precia de ser un país “excepcional”: es decir blanco, un apéndice perdido de Europa. Pese a estas afirmaciones de la historia canónica cuando se produce la Independencia en 1816, de cada cuatro habitantes de Buenos Aires, uno es originario de Congo, Angola o Mozambique y la proporción aumenta hacia el norte del país. En ese sentido, la elite se ocupó de hacer cuanto pudo para invisibilizar indios y negros. Quizás uno de los personajes que más trabajó en tal sentido es Estanislao Zeballos a quien vemos sentado en el medio de la foto.
Por Marcelo Valko
Zeballos fue uno de los principales ideólogos de una elite agroganadera que concebía un país para pocos. Desde muy joven se desempeñó como director de de uno de los periódicos más influyentes y mentor del general Julio Roca que culmina el genocidio en Patagonia y Chaco como “solución final al problema indio”, anticipándose en la terminología a un reichsfhürer. Pronto salta a la banca de diputado para aferrase al cargo de canciller. Dueño de grandes extensiones de campos, a los 34 años se convierte en presidente de la Sociedad Rural. Elige sus amistades con cuidado. Es íntimo de Miguel Cané que redacta la tremenda ley represiva contra el movimiento obrero conocida como Ley de Residencia que paradójicamente hace hincapié en expulsar inmigrantes que solicitan lo básico: a igual trabajo igual salario o descanso dominical pago. Es un intelectual despiadado muy cercano al xenófobo Manuel Carlés líder de la nefasta Liga Patriótica, una organización que se dedica a romper huelgas a tiros. Estanislao Zeballos está en todas. El 10 de noviembre de 1913 en su calidad de decano de derecho de la Universidad Buenos Aires es el encargado de agasajar al ex presidente Theodore Roosevelt de visita en el cono sur, nombrando al Big Brother como doctor honoris causa. La ceremonia se desarrolla con gran solemnidad en la Facultad de Filosofía y Letras y Zeballos como anfitrión, preside el palco oficial junto al general Roca y demás dueños del país. Incluso habilitan el teatro Colón para que Roosevelt realice una conferencia hablando de la Doctrina Monroe y su Big Stick. Vale aclarar que en aquel entonces, el teatro Colón era casi un club exclusivo de la oligarquía vacuna con palco propio.
Hasta el final de su vida Zeballos se ocupa en vestir elegante, al punto de lucir invariablemente una flor en el ojal del saco. Pero su inclusión en esta nota no obedece por estar a la moda sino a una situación diferente: es un fervoroso coleccionista de cráneos indígenas. Cuando le presentan algún aborigen más allá del asco que le produce “esa especie inferior”, se dedica de manera ostensible a observarle el cráneo. Su mirada codiciosa y penetrante, desviste al indígena de la piel y de los músculos faciales para realizar a ojo un estudio antropométrico: “entró un indio araucano puro, de hermosísimo tipo, cráneo envidiable para un museo…”
Para consolidar su perfil de intelectual todoterreno Zeballos decide hacer su parte en la gran cruzada contra “los salvajes”. Es una mala versión de Indiana Jones ya que sale de excursión con casi medio centenar de soldados por sitios donde los indígenas ya fueron eliminados. Realmente disfruta el viaje y lo demuestra con un entusiasmo digno de mejores propósitos. No deja cementerio intacto para incrementar su colección. Es incansable. En sus escritos deja constancia de “la profanación que diariamente hacíamos. Reunimos algunos cráneos para la colección que un día regalaré a los museos de mi Patria”. Acuña una frase que se convierte en slogan de la campaña genocida: “La barbarie está maldita y no quedará en el desierto ni el despojo de sus muertos”, es decir: barrer vivos y muertos.
Vayamos a la fotografía. En principio un observador desprevenido puede suponer que se trata de una toma casual. Nada más alejado a la verdad. Es una composición muy bien pensada en sus detalles. La imagen muestra a Zeballos sentado frente a un pequeño puesto de techo de paja. Con el índice señala un sector del mapa que sostiene entre sus rodillas. Su rostro de semiperfil mira hacia un diligente soldado de la escolta que le alcanza un mate. Está abrigado por un poncho pampa. Detrás, junto a la abertura de la tapera aparece el baqueano. En el sector derecho, contrabalanceado la escena algunos soldados. Los tres que están de pie mantienen una incómoda posición de firme, el cuarto es uno de los oficiales, y aparece sentado. En el centro de la composición se observan dos cofres, el que está ubicado en primer plano se encuentra cerrado, el otro tiene la tapa levantada y de su interior sobresale una mandíbula inferior. Junto a los baúles un tonel ubicado estratégicamente para que se lean las iniciales de nuestro ególatra “E. Zeballos”, sobre la tapa del barril aparecen tres cráneos acomodados prolijamente. Posan mirando hacia el lente de la cámara del fotógrafo que llevó a la travesía. En su texto menciona: “preparé dos cargueros de cráneos y objetos extraídos de los sepulcros araucanos”. El explorador convierte a toda el grupo en cómplice de su accionar. Los obliga a comulgar de su profanación, los hace participes de su macabra comida totémica. Quienes deseen ampliar consulten mis libros: “Pedagogía de la Desmemoria” y “Cazadores de Poder”.
La historia oficial inmortalizó el nombre de Zeballos colocándolo en escuelas, estaciones de tren e infinidad de calles en numerosas ciudades naturalizando genocidio, impunidad y racismo, es por ello que planteamos en Pedestales y Prontuarios que numerosos “héroes de la elite” encaramados en altos pedestales cuentan con frondosos prontuarios, y si bien dado el paso del tiempo la justicia no puede alcanzarlos, es menester castigar su memoria. O pensás o te piensan.