Analia Kalinec nació el 31 de octubre de 1979 en Córdoba. A partir de asumir la condición de criminal de lesa humanidad de su padre, condenado a cadena perpetua en 2010, comenzó su militancia en defensa de los derechos humanos. Es integrante y miembro cofundadora del Colectivo Historias Desobedientes, conformado por familiares de quienes tienen un vínculo familiar con genocidas y defienden las políticas de Memoria, Verdad y Justicia. Además, fue la compiladora de Escritos desobedientes y recientemente lanzó su último libro Llevaré su nombre.
El sábado pasado participó del ciclo de entrevistas Redistribución de la palabra, y conversó junto a Natalia Carrizo sobre su libro y su historia marcada por ser la hija de un genocida.
¿Cómo fue el proceso de escritura de Llevaré tu nombre?
El libro fue escrito en tiempo real, llevó 20 años. Surge como una necesidad de poner en palabras. Tiene textos redactados en 2002, cuando yo todavía no comprendía la condición de genocida de mi papá. Entonces, tiene todo el proceso. Desde el nacimiento de mis hijos, donde estaba mi papá, y después el día que mi papá quedó detenido, cómo yo se lo cuento a mi hijo que no entendía lo que pasaba. Era un diario íntimo. Después, a medida que voy asumiendo la condición de partícipe necesario en estos crímenes, hay un cambio en la escritura y queda registrado. Además, el libro incorpora documentos de la causa de mi papá, la sentencia, la demanda que me está haciendo mi padre desde la cárcel para declararme indigna y desheredarme. También incluí fragmentos de discursos políticos que marcaron ese momento de la historia.
¿En qué momento decidiste comenzar el diario y usar la escritura para procesar todo eso, y que sea un libro?
Ya para el año 2008 lo empiezo a pensar como un diario público, como algo que trasciende la historia individual y este vínculo con este papá. Tiene un correlato con la historia de un país y también este afán de pensar que tiene que haber otros familiares de genocidas que están pasando por lo mismo. En el proceso de reconstrucción que hicimos, hay un montón de procesos. Al interior de las familias estos crímenes estaban silenciados, tergiversados, ocultados o ignorado por parte de los integrantes, que a veces hacen oídos sordos o prefieren no enterarse. Pienso que también puede ser un mecanismo de defensa que impone el aparato psíquico. Pero también la represión hace síntoma, reprimir también va generando secuelas. Yo empezaba a intuir esto, estudiaba psicología y había iniciado un proceso terapéutico que aún sostengo.
Me imagino que lo de tus hijos fue el inicio de todo, también habrás encontrado personas que estaban viviendo lo mismo que vos, con respecto al juicio
Sí. En ese momento se da un desmoronamiento en términos identitarios también. En esto de pensar quién soy yo y cuál es mi historia. Me acuerdo de haber ido al centro de atención por el derecho a la identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, no por tener dudas sobre mi identidad sino porque estaba en juicio y me replanteaba todo mi marco de creencia, lo que me enseñaron y lo que pensaba de mi papá como figura importante, era todo mentira. Entonces asumir eso generó un efecto, que lo ubico como la palabra desbordada. Siempre digo: pobre la persona que se me sentaba al lado en el colectivo porque me preguntaba qué hora es y yo le contaba que mi papá estaba preso, terminábamos todos llorando en el colectivo. Todo eso va en el libro, las conversaciones que tengo con mis hermanas donde ellas también entran en contradicción, pero después deciden alinearse a mantenerse fiel a este padre genocida, con un contexto ideológico, de lealtades invisibles que operan muy fuerte y hacen que se torne difícil. Y por otro lado la parte del afecto, la crianza compartida, las cuestiones culturales de “lo primero es la familia”, el honrar al padre.
Todo eso sufrió transformaciones, con idas y vueltas, pero desembocó en una demanda que me hacen para desheredarme de mi mamá con una intención hasta agresiva y de generar un daño. Todo esto va registrado con WhatsApp, emails, cartas, registros narrativos de encuentros que tenía con mis hermanas y contando en tiempo real lo que voy sintiendo, como para intentar hacer un aporte de cómo operan desde el pensamiento ideológico, que no es algo que sea solo en partidos políticos, sino que también en el seno de esta familia, que puede ser como testigo o como referencia de lo que pasa en otras.
Hace un rato contaste que te acercaste a los organismos de derechos humanos ¿Cómo fue? Porque es un choque de dos realidades muy diferentes.
Te voy a desdoblar la respuesta. Porque hay un recorrido que hago de manera individual, donde yo me acerco a un espacio terapéutico que tenían las Abuelas y encuentro alojamiento. Es un lugar al que pude llevar mi historia. Desde ese lado, el aporte que hacen a nivel social las madres y las abuelas es inconmensurable. No hace falta que yo lo diga, es mirar todo el camino que hicieron y lo que construyeron.
Pero con respecto a lo que vos preguntás, cuando nos conformamos como agrupación con Historias desobedientes, que ahí empezamos a tener un vínculo más directo y más colectivo. Ya no como sujeto individual que va a buscar ayuda, sino que aparecemos a nivel social, y aparece del otro lado. Algo que tiene que ver con las representaciones sociales vinculadas a los genocidas y sus familiares. Son representaciones construidas en torno al concepto de familia, “que tal palo tal astilla”, “uno no puede ir en contra del padre”. Una de nuestras primeras acciones como colectivo fue pedir que se modifique el código procesal penal que prohíbe que los hijos podamos declarar o testificar en contra de nuestros padres. Es muy fuerte el mandato de la lealtad familiar. Entonces, en el imaginario social indefectiblemente nosotros aparecemos vinculados al pensamiento genocida. Máxime, cuando las voces que se vienen pronunciando al respecto venían alienadas a ese pensamiento. Había agrupaciones o voces de familiares genocidas que reivindicaban o negaban los crímenes de la dictadura.
Entonces, nos armamos nosotros para entender cuál era nuestro lugar en la sociedad, qué rol queremos cumplir, qué vocación teníamos como agrupación. Ahí en ese andar, que llevamos cuatro años como colectivo, se ha conformado una Historia desobediente en Chile y otra en Brasil. Se han acercado familiares de genocidas de Paraguay y Uruguay. El último gesto político que marca un hito fue cuando Norita Cortiñas se acercó al primer encuentro internacional, que hicimos en 2018, para darnos su apoyo. En el medio de la jornada apareció Norita con su metro cincuenta y toda su inmensidad, agarró el micrófono y nos dijo que las madres al principio miraban y pensaban ¿No nos querrán venir a convencer de que sus papás son buenos? Con esa frescura y honestidad que tiene Norita. Pero después nos dijo que ellas querían escuchar lo que teníamos para decir.
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